Category Archives: Relats

Las Cajas de China

Las Cajas de China,

De María García Esperón,

Colombia, Hillman, 2008 

 

Las Cajas de China, de la mexicana María García Esperón es un libro que presenta una particularidad narrativa muy atractiva. Esto es, puede leerse en dos tiempos que acaban confluyendo: el tiempo real, el del lector, que coincide con el del niño protagonista, y el tiempo evocado, el tiempo de las leyendas, de la magia que se desgrana en las historias que este mismo niño, Jerónimo, lee, a la vez que lo hace el propio lector. Se trata, pues, de un doble eje cronológico que implica directamente al personaje de ficción y al lector real. La escritora así logra un juego literario espléndido. Las Cajas de China no es solamente un relato de ficción, no, es mucho más que eso: es un conjunto de relatos que, a la manera medieval, están incluidos uno dentro del otro; de ahí el título del libro.

 Gustavo Tajín es el tío aventurero de la familia Tajín. Él es quien envía a su sobrino Jerónimo un regalo muy especial: “… siete cajas, una dentro de la otra”. Este regalo viene envuelto en misterio puesto que, siguiendo las indicaciones de Gustavo, han de abrirse una por día. Eso supone un freno a la curiosidad y un ejercicio de disciplina por parte de la familia Tajín, el padre, la madre y los dos hermanos, Andrés y Jerónimo. Todos están deseando llegar a la séptima caja, pero saben que no deben hacerlo y siguen las instrucciones del tío aventurero, aunque con alguna excepción, que él mismo ya había previsto. La voz de Gustavo se hace oír sonora y recia a lo largo del relato. Ahora bien, esa curiosidad de los Tajín y de sus vecinos es la misma curiosidad de los lectores que, si quieren entrar en el juego que nos propone María García Esperón, han de seguir las mismas instrucciones y leer un cuento cada día. ¿O no? Eso… ya se irá descubriendo una vez hayamos aceptado las reglas del juego. 

El amor, la amistad, la humildad, el respecto hacia unos principios son valores que se desprenden de los cuentos con los que María García Esperón ilustra estas fastuosas “Cajas de China”. 

Las Cajas de China, por lo tanto, contienen más de una historia. El hilo narrativo es el que marca la familia Tajín, con su devenir diario, sus problemas, sus quehaceres y sus preocupaciones. Así, los diálogos entre los Tajín son realistas, llenos de humor y gracia. María García Esperón describe con acierto a esta familia de la clase media mexicana. Trufa estos diálogos con términos propios de México, lo cual dota de mayor plasticidad al relato. Solo por esta historia ya valdría la pena leer el libro. 

No obstante, aún hay más. El regalo de Gustavo Tajín consiste en evocar, para su familia, hermosas historias ambientadas en el Egipto de los Faraones, en la mágica India o en la propia China. Son las historias propias de las leyendas, del acervo clásico, pero rociadas de un tenue perfume y envueltas en el delicado papel chino. Así, conocemos a la princesa Medianoche, la historia de Meryt la mariposa, leemos parte del diario de William Clark o sabemos algo más del gato de Anup.

 Gracias a estas historias, María García Esperón colma el deseo que, desde siempre, el ser humano ha sentido por conocer viejas historias, el deseo de saber algo más de nuestros orígenes y que nos lleva a sentirnos fascinados por las viejas civilizaciones orientales que, como en un prodigio, aparecen ante la familia Tajín. Como dice la propia escritora: “Las Cajas de China es un libro-regalo por naturaleza. A través de su escritura mi intención fue entregar a los niños la magia y fascinación de las civilizaciones orientales encerradas en siete cajas, una dentro de la otra, que el niño protagonista -y los niños lectores- tienen que ir descubriendo al seguir una lectura que debe detenerse cuando el narrador lo indica para retomarse una vez que la ilusión y la curiosidad hayan subido en el termómetro lector”. 

Las cajas de la China, en suma, es un libro poderoso porque encierra las llaves de la imaginación y cuando la imaginación se desata cualquier acontecimiento es posible. Los niños y niñas de 11 o 12 años leerán con gusto estos relatos, pero también los mayores y todos aquellos que, como Jerónimo y su familia, tengan la curiosidad a flor de piel.

Cuentos crudos

Cuentos crudos
de Ricardo Gómez.
Madrid, Ediciones SM, 2009.
Col. Gran Angular, 278.

 

28 pp., 8.25 €.

Por Anabel Sáiz Ripoll.

Ricardo Gómez, con una mirada lúcida y sensible, nos ofrece en Cuentos crudos, nueve relatos cargados de humanidad y de denuncia social, aunque no exentos de esperanza. Con una fina y sutil ironía, Ricardo Gómez repasa algunos de los aspectos más negativos e hirientes de nuestra sociedad. Cada uno de estos cuentos, con seguridad, merecería un tratamiento mayor y podría convertirse en una novela porque los personajes que se asoman a las páginas de Cuentos crudos nos dejan una honda huella de humanidad. Cada uno de los relatos ha surgido de alguna anécdota o vivencia personal del autor. De su observación y especial percepción de la realidad surgen frescos admirables que nos conmueven porque narran situaciones difíciles, espeluznantes a veces, pero de una manera cotidiana, como su fuera lo más natural del mundo vivir situaciones límite e, incluso, degradantes…

 

 

Sigue leyendo en Culturamas


Publicado por Carmen Fernández Etreros para EL BLOG DE PIZCA DE PAPEL el 9/08/2010 01:42:00 AM

Lo único que queda es el amor

lo-unico-que-queda-es-el-amor

LO ÚNICO QUE QUEDA ES EL AMOR,
DE AGUSTÍN FERNÁNDEZ PAZ,
ANAYA, 2008

Anabel Sáiz Ripoll

Agustín Fernández Paz se define a sí mismo como: “… una persona que encuentra placer en inventar historias y contarlas por medio de la escritura. Un contador de historias, aunque esto siempre debería colocarlo en segundo lugar, porque lo que a mí de verdad me gusta es leer lo que escriben otras personas. Leer . Y leer y escribir, ya se sabe, son como las dos caras de una misma moneda”.
“Lo único que queda es el amor” ha sido Premio Nacional de Literatura Juvenil 2008 y bien merece que le dediquemos unas líneas ya que se trata de un libro bellísimo integrado por diez historias –algunas ya publicadas, pero que aquí adquieren una nueva dimensión- que tienen como hilo conductor el amor. Los personajes que nos dibuja Agustín Fernández Paz se hallan unidos por la fuerza poderosa de este sentimiento, aunque no todos lo viven igual. Encontramos el amor más allá de la muerte, pero también el desamor, el primer amor, la fuerza con que la memoria recuerda los amores perdidos, el amor platónico o el amor frustrado.
Son historias melancólicas, revestidas por un halo de misterio que las hace especiales, conmovedoras, únicas. Agustín Fernández Paz se llena de sensibilidad y maneja los hilos del destino de sus criaturas con respeto y con afecto. No nos dejan indiferentes las quimeras de Diana, Sara, Laura, Adrián y de tantos otros, no nos dejan indiferentes porque están viviendo aquello que, desde que el mundo es mundo, han vivido millones de personas: la arrolladora fuerza del amor que es, al fin y al cabo, lo único por lo que merece la pena vivir, viene a decirnos el autor.
En Un radiante silencio, por comentar un ejemplo de un relato ya publicado con anterioridad, Sara está a punto de hallar el amor en Pablo, un librero que le desliza notas entre las páginas de los libros que ella compra, pero no acaba de aceptarlo y tiene miedo. Ninguno de los dos se ha atrevido a declararse su amor y eso los ha separado antes de unirlos. Es una historia muy triste, pero bellísima, de las más hermosas del autor. Como él mismo dijo en su día, en Un radiante silencio: “está mi homenaje explícito a la literatura, en especial a la poesía, y a los libros y autores que fueron muy importantes para mí. Y está también mi mirada sobre el amor, esa fuerza poderosa capaz de transformarnos por entero y hacernos ver la vida de otra forma”.
A Agustín Fernández Paz le gusta la poesía de José Ángel Valente en la que encuentra inspiración para muchos de sus libros y relatos. “Una historia de fantasmas”, que ya leímos en Muchachas, por ejemplo, tiene mucho que ver con uno de los poemas póstumos del autor, incluido en Punto Cero. Acude de nuevo al poeta Valente y a un verso suyo, que gusta especialmente a uno de los personajes del libro y que da título al mismo: “La memoria nos abre luminosos corredores de sombras”.
Los libros son un motivo recurrente en “Lo único que queda es el amor” y en toda la obra de Agustín Fernández Paz, como vemos en varios de sus relatos, sobre todo en “Un río de palabras”, aunque no es difícil encontrarlos en otras historias, como en “Después de tantos años”, en donde la protagonista recuerda al amor de su vida gracias a un libro que le regaló, las “Rimas” de Bécquer. Así, en “Una historia de fantasmas” podemos leer: “…los libros que amamos llevan también nuestra memoria y nuestros sueños entre sus páginas”.
“Lo único que queda es el amor” está narrado en primera o en tercera persona, con pocos diálogos y una gran introspección que hace que conozcamos los vericuetos del alma de los personajes que Agustín Fernández Paz ha escogido como protagonistas. No se trata de adolescentes, no, en absoluto, son seres rasgados, ya mayores, algunos ancianos, otros escindidos, otros en busca del amor que, a veces, eso sí, recuerdan, como un destello entre la tormenta, el que pudo haber sido el amor de su vida y que se convirtió en recuerdo, porque la memoria es también una de las armas narrativas, al lado de los libros y las fotografías antiguas, que usa el autor en sus relatos. La nostalgia suele impregnar las páginas del libro o el recuerdo o las ansias de volver a lo que ya pasó. Al fin y al cabo, como reza el título, “Lo único que queda es el amor”. Sí, detrás de los pequeños naufragios de las vidas de estos personajes se esconde el empuje poderoso del amor. Lo único que les acompaña y lo único por lo que vale la pena vivir, como bien ocurre en “Esta extraña lucidez”, cuyo narrador no es otro que un perro fallecido que vaga, como alma en pena, con su amo, sombra doliente y amorosa del más allá.
El libro, bien es verdad, está finamente arropado por las ilustraciones de Pablo Auladell que son realmente soberbias, sorprendentes, llenas de magia y de misterio y que cautivaron desde el primer momento a Agustín Fernández Paz, quien con finísima modestia, ya que sus relatos son magníficos, dice que, “aunque el texto fuese sacado directamente del BOE o similar, el libro seguiría valiendo la pena”, gracias a las ilustraciones. Por fortuna, “Lo único que queda es el amor” nada tiene que ver con el BOE y sí con el tejido de los sueños, con la vida y el alma humanas.