Muerte a seis veinticinco

muerte-a-seis-veinticinco2Muerte a seis veinticinco,
Jordi Cervera, Edebé, 2009

Anabel Sáiz Ripoll

“Muerte a seis veinticinco” es el último Premio Edebé de Literatura Juvenil. Jordi Cervera (Reus, 1959) hasta ahora se había dedicado a la literatura juvenil, aunque sí es un hombre con una buena obra, de poesía y novela, y con un buen bagaje cultural. No nos extraña, pues, que su novela haya ganado el Premio, puesto que es un texto bien escrito, cuidado y con una serie de ingredientes propios del carácter y las aficiones de su autor, como puede ser el suspense y las referencias a Barcelona.
La novela se estructura en 41 capítulos breves, que no llevan ningún título, sobre el número, ya que no quieren estorbar al lector en su apasionante lectura, porque apasionante es el relato que nos cuenta Jordi Cervera, bien graduado y bien presentado, tanto que, al final, poco a poco, nos va dejando pasmados, literalmente asombrados por el giro que dan los hechos.
El primer capítulo ya marca cómo va a ser la novela puesto que nos presenta, a la manera de un clímax ascendente, los últimos momentos de un partido de baloncesto decisivo, que significa una gran victoria para el Badalona. Uno de sus jugadores estrella, Ray Barbosa, es quien vive esa apoteosis en el campo. Nada hace presagiar la desgracia, aunque algo intuimos. En su casa, su mujer y su hijo son brutalmente asesinados. Y comienza la acción. Joan Pons, el sargento de los Mossos d`Esquadra, es el encargado de resolver los hechos y la presión que sufre por parte de los políticos es inmensa. Ahí el autor no duda en emplear a fondo su ironía, su fina ironía de la que hace gala en todo momento. Pieza indiscutible del relato es Carla, la hija del sargento y aspirante a mosso también quien, de alguna manera, descubre al asesino o ayuda a ir atando cabos. Nos recuerda, salvando las distancias, a la Wendy de Andreu Martín.
Varios son los personajes de esta novela que viven los hechos de manera distinta, según el papel que les haya tocado. La policía autonómica catalana aparece retratada desde un punto de vista muy positivo, ya que, en esta novela, son los que han de descubrir el porqué y el quién. Sin embargo, no es desdeñable la figura del asesino, un matón a sueldo que esconde una fría venganza en el asesinato y que se complace en escribir, paralelamente a los hechos que narra el autor, su propia historia, a manera de diario y, por supuesto, en primera persona. Así, el relato conjuga la tercera persona y la primera que acaban confluyendo en un final de lo más excitante.
La trama va también ajustándose al tiempo, al poco tiempo que tiene el sargento Pons y, de alguna manera, la rapidez con que se resuelven los capítulos va marcando ese tiempo angustioso para unos y agobiante, para otros.
“Muerte a seis veinticinco” va destinada al público juvenil, pero no es una novela juvenil, sin más, puesto que la historia que contiene va a interesar a todo aquel que guste de la novela negra, del suspense y de la acción. Aparte, hay otras muchas connotaciones en la novela, como la perfecta ubicación en Badalona y Barcelona e, incluso, en Arenys, en donde se refugia el asesino con personalidad falsa. En algún momento el relato se remansa y da paso a la poesía de Espriu, tan relacionada con Sinera, con el Cementerio de Arenys. Jordi Cervera, pues, emplea distintos registros, desde el sarcástico hasta el irónico, pasando por el pedante (de los políticos) o el coloquial. Hay incluso episodios que nos hablan de la violencia gratuita de los skinhead, otros que recrean el manejo de armas. En suma, una buena documentación por parte de Cervera.
Es una buena novela, que se lee con rapidez y que nos permite pensar en cómo, por un error de juventud, toda una vida se puede venir abajo, como le ocurre al gran Barbosa.

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