Lo único que queda es el amor

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LO ÚNICO QUE QUEDA ES EL AMOR,
DE AGUSTÍN FERNÁNDEZ PAZ,
ANAYA, 2008

Anabel Sáiz Ripoll

Agustín Fernández Paz se define a sí mismo como: “… una persona que encuentra placer en inventar historias y contarlas por medio de la escritura. Un contador de historias, aunque esto siempre debería colocarlo en segundo lugar, porque lo que a mí de verdad me gusta es leer lo que escriben otras personas. Leer . Y leer y escribir, ya se sabe, son como las dos caras de una misma moneda”.
“Lo único que queda es el amor” ha sido Premio Nacional de Literatura Juvenil 2008 y bien merece que le dediquemos unas líneas ya que se trata de un libro bellísimo integrado por diez historias –algunas ya publicadas, pero que aquí adquieren una nueva dimensión- que tienen como hilo conductor el amor. Los personajes que nos dibuja Agustín Fernández Paz se hallan unidos por la fuerza poderosa de este sentimiento, aunque no todos lo viven igual. Encontramos el amor más allá de la muerte, pero también el desamor, el primer amor, la fuerza con que la memoria recuerda los amores perdidos, el amor platónico o el amor frustrado.
Son historias melancólicas, revestidas por un halo de misterio que las hace especiales, conmovedoras, únicas. Agustín Fernández Paz se llena de sensibilidad y maneja los hilos del destino de sus criaturas con respeto y con afecto. No nos dejan indiferentes las quimeras de Diana, Sara, Laura, Adrián y de tantos otros, no nos dejan indiferentes porque están viviendo aquello que, desde que el mundo es mundo, han vivido millones de personas: la arrolladora fuerza del amor que es, al fin y al cabo, lo único por lo que merece la pena vivir, viene a decirnos el autor.
En Un radiante silencio, por comentar un ejemplo de un relato ya publicado con anterioridad, Sara está a punto de hallar el amor en Pablo, un librero que le desliza notas entre las páginas de los libros que ella compra, pero no acaba de aceptarlo y tiene miedo. Ninguno de los dos se ha atrevido a declararse su amor y eso los ha separado antes de unirlos. Es una historia muy triste, pero bellísima, de las más hermosas del autor. Como él mismo dijo en su día, en Un radiante silencio: “está mi homenaje explícito a la literatura, en especial a la poesía, y a los libros y autores que fueron muy importantes para mí. Y está también mi mirada sobre el amor, esa fuerza poderosa capaz de transformarnos por entero y hacernos ver la vida de otra forma”.
A Agustín Fernández Paz le gusta la poesía de José Ángel Valente en la que encuentra inspiración para muchos de sus libros y relatos. “Una historia de fantasmas”, que ya leímos en Muchachas, por ejemplo, tiene mucho que ver con uno de los poemas póstumos del autor, incluido en Punto Cero. Acude de nuevo al poeta Valente y a un verso suyo, que gusta especialmente a uno de los personajes del libro y que da título al mismo: “La memoria nos abre luminosos corredores de sombras”.
Los libros son un motivo recurrente en “Lo único que queda es el amor” y en toda la obra de Agustín Fernández Paz, como vemos en varios de sus relatos, sobre todo en “Un río de palabras”, aunque no es difícil encontrarlos en otras historias, como en “Después de tantos años”, en donde la protagonista recuerda al amor de su vida gracias a un libro que le regaló, las “Rimas” de Bécquer. Así, en “Una historia de fantasmas” podemos leer: “…los libros que amamos llevan también nuestra memoria y nuestros sueños entre sus páginas”.
“Lo único que queda es el amor” está narrado en primera o en tercera persona, con pocos diálogos y una gran introspección que hace que conozcamos los vericuetos del alma de los personajes que Agustín Fernández Paz ha escogido como protagonistas. No se trata de adolescentes, no, en absoluto, son seres rasgados, ya mayores, algunos ancianos, otros escindidos, otros en busca del amor que, a veces, eso sí, recuerdan, como un destello entre la tormenta, el que pudo haber sido el amor de su vida y que se convirtió en recuerdo, porque la memoria es también una de las armas narrativas, al lado de los libros y las fotografías antiguas, que usa el autor en sus relatos. La nostalgia suele impregnar las páginas del libro o el recuerdo o las ansias de volver a lo que ya pasó. Al fin y al cabo, como reza el título, “Lo único que queda es el amor”. Sí, detrás de los pequeños naufragios de las vidas de estos personajes se esconde el empuje poderoso del amor. Lo único que les acompaña y lo único por lo que vale la pena vivir, como bien ocurre en “Esta extraña lucidez”, cuyo narrador no es otro que un perro fallecido que vaga, como alma en pena, con su amo, sombra doliente y amorosa del más allá.
El libro, bien es verdad, está finamente arropado por las ilustraciones de Pablo Auladell que son realmente soberbias, sorprendentes, llenas de magia y de misterio y que cautivaron desde el primer momento a Agustín Fernández Paz, quien con finísima modestia, ya que sus relatos son magníficos, dice que, “aunque el texto fuese sacado directamente del BOE o similar, el libro seguiría valiendo la pena”, gracias a las ilustraciones. Por fortuna, “Lo único que queda es el amor” nada tiene que ver con el BOE y sí con el tejido de los sueños, con la vida y el alma humanas.

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