Jacinto Benavente, Barcelona, Juventud, 2010
Anabel Sáiz Ripoll
El príncipe que todo lo aprendió en los libros es, en principio, una comedia amable, escrita por Jacinto Benavente y destinada a los niños; no obstante, si leemos en profundidad el texto y tratamos de extraer conclusiones veremos que su autor no solo escribe un texto fácil y ligero, sino que va mucho más allá. El Príncipe es un soñador que ha leído muchos cuentos de hadas y que cree en los sueños; por eso, su padre, el Rey, lo envía, con su preceptor y un sirviente, a conocer el mundo y a que se dé cuenta de que “no todo está en los libros”. En este viaje iniciático, el Príncipe se encuentra con otros personajes que interpreta al estilo de los cuentos de hadas, así piensa que la Vieja es un hada encantada y que el rico es un ogro de verdad y no se equivoca demasiado, porque la Vieja lo salva de morir a manos de unos ladrones y el rico se ha convertido en tal a costa de extorsionar a las pobres gentes. El Príncipe, en este periplo, además, encuentra el amor, en la hija segunda de otro rey, que está deseando casar a sus tres hijas, las cuales son algo excéntricas; pero, de todas ellas, la segunda –y no la pequeña como ocurre en los cuentos- es la que tiene mejor corazón.
El Príncipe demuestra ser un muchacho de fortaleza, de buen ánimo y de alma transparente que ve recompensados sus sueños y que cuando su padre, el Rey, al final de la pieza le pregunta si ya está desengañado y si ha aprendido que “la vida no es un cuento de hadas”, le contesta. “No, al contrario. Vi realizados todos mis sueños, porque creía en ellos”. El Príncipe nos da una lección al afirmar que, para que los sueños se cumplan, hay que creer primero en ellos y que la imaginación y el mundo de la magia no han de estar reñidos con la vida cotidiana.
El príncipe que todo lo aprendió en los libros es un texto teatral, por tanto, está concebido con los aspectos formales del género; no obstante, puede, o bien realizarse una lectura dramatizada (pensamos en un grupo de niños que quieran organizar esta función) o bien puede leerse individualmente, ya que los personajes y las acotaciones están muy bien trazados y es muy fácil entender la trama e imaginarse cómo son los distintos actores. Aparte del Príncipe y de la Vieja, la figura de Tonino, el sirviente, muy cercana al pícaro, da un matiz divertido a la obra.
Cabe añadir que Jacinto Benavente (Madrid, 1866), Premio Nobel de Literatura en 1922, ocupó durante muchos años, con sus obras, los teatros españoles y que supo retratar, de manera irónica, a la sociedad española, aunque no solo escribió comedia, sino también algún drama, como La Malquerida y una farsa, Los intereses creados, que es, sin duda, su mejor pieza.
La edición preparada por Juventud está ilustrada por Zuzanna Celej con unas imágenes, en blanco y negro, que retratan muy bien la psicología de los personajes y entroncan con los cuentos de hadas. Sin duda, los lectores niños que se acerquen a este libro, reconocerán estereotipos de los cuentos tradicionales, pero quizá sean los lectores más adultos quienes sepan interpretar sus significados. Sea como sea, nos parece un acierto que se haya reeditado este clásico que, sin duda, cobra vigencia en un mundo que, más que nunca, está necesitado de sueños, ilusiones y proyectos. Hacen falta muchos Príncipes que crean en sí mismos para sacar adelante nuestra sociedad.