Las montañas de la luna

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Las Montañas de la Luna,

Francisco M. Marín,

Barcelona, Alba, 2000

 

Anabel Sáiz Ripoll

 

 

Berta acaba de cumplir 13 años y siente unos deseos irremediables de ver a su madre, que está de cooperante en Uganda. Así, emprende un viaje, a espaldas de su abuela que es quien la cuida y llega al país de sus sueños, aunque nada va a ser fácil.

Las montañas de la Luna, de Francisco M. Marín está escrito en forma de diario; por lo tanto en primera persona. Berta escribe en su diario la prodigiosa aventura que vivió durante el verano de 1999.

Ya en Uganda, descubre que su madre no está, puesto que se encuentra prestando sus servicios como enfermera en algún lugar de la Selva cercano a las míticas Montañas de la Luna. A Berta la quieren hacer volver a casa, pero ella se escapa, junto a unos amigos ugandeses que la acompañan y emprenden juntos un viaje que podemos calificar de iniciático puesto que les cambiará la manera de pensar y todos su valores.

De la mano de Berta, y siguiendo la ruta de los antiguos exploradores, entramos en un lugar aún virgen, aprendemos contener el aliento y a entender la belleza de la selva y sus peligros.

Gracias a sus amigos Mulu, Leo y Sengar descubre que lo distinto no tiene por qué ser peor, aprende a ser respetuosa, tolerante y, sobre todo, a valorar la amistad.

El relato está lleno de hermosas descripciones que nos permiten entender mejor el paisaje de Uganda y disfrutarlo, a la vez que la propia Berta.

Interesa mucho los pasajes que dedican a los cazadores furtivos, verdaderas lacras de los animales del lugar. Hay, asimismo, alusiones a los gorilas y al trabajo magnífico que realizó con ellos Dian Fossey.

Por último, es constante la referencia de Berta a un príncipe kabaka que, de alguna manera, la acompaña, no sabemos si de forma real o imaginada, a lo largo de su peripecia. Es este príncipe quien le hacer ver que no hace falta llegar a los sitios para apreciarlos, que el anhelo interno y los sueños son siempre superiores. Es lo que le pasa a Berta quien encuentra a su madre a un paso de las Montañas de la Luna. Como le dice el joven príncipe, cuando Berta sugiere que quiere subirlas, “Yo creo que las estás subiendo por dentro. Ellas te han guiado; has atravesado toda Uganda buscándolas. ¿De verdad merece la pena romper esa visión planteada? Los exploradores soñaron con ellas; mi pueblo soñó con ellas. Déjalas así, no luches contra lo imposible”.

El relato está narrado con gracia y agilidad, cualidades propias de Berta quien no deja de sorprenderse de todo lo que ve, pero que trata de integrarse y aceptar las nuevas realidades.

Las montañas de la Luna es, en definitiva, un libro de viajes, de aventuras, pero también un canto a los sueños y a las propias experiencias personales que nos hacen crecer por dentro.

 

 

 

 

 

 

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