St. Jordi 2021. Los límites de la libertad de expresión. Autoria: Nevera blanca.

Hace unos años confiaba en que era imposible que volviésemos a la época de mis abuelos. Tenemos movimientos muy fuertes como el feminismo, ecologismo y un sistema educativo mucho más competente y comprometido que el de entonces. Eso pensaba en aquel momento … No es posible que volvamos a censurar de una manera tan dura a los artistas de pensamiento libertario o las películas con un grado de erotismo, sensualidad o mensajes distintos a los oficiales. Pero parece que me equivocaba.

Parece ser que el problema es la libertad de expresión. En nuestras leyes se garantiza que toda persona es libre de expresar y difundir sus pensamientos y opiniones. Nuestro país forma parte de los llamados países del primer mundo, y además son democráticos, por tanto, la libertad de expresión esta asegurada en las diferentes constituciones.

Pero a día de hoy no estoy segura de que esto esté sucediendo, tal cual está escrito en la oficialidad. La violencia, acabar con la integridad de otros individuos, las calumnias, la invasión de la intimidad e injurias, entre otros; estas son razones que usualmente se usan para censurar acciones u opiniones, Obviamente, cuando un grupo terrorista atenta contra la vida de personas, por ejemplo, se trabaja para su detención y acabar con la promulgación de sus ideas, ya que claramente atenta contra la vida de otras personas. Otro ejemplo es la censura que sufrió Donald Trump en su cuenta de Twitter tras incitar el ataque masivo al Capitolio.

En otras ocasiones es bastante difícil valorar si una acción, frase u opinión es respetuosa o tienta al odio, ya que pueden tener dobles significados, no este la opinión de forma explícita o que se deban a interpretaciones personales, ya pueden ser poesías, canciones o narraciones.

Pero, hay otras acciones que han sido sujeto de veto, que no esta clara la razón. Al periodista Javier Bauluz se le impidió cubrir la llegada de inmigrantes a canarias; a Willy Toledo se le juzgó por hacer un post en Facebook diciendo “Me cago en dios”; a la periodista Mireia Comas fue detenida por cubrir un desahucio en Terrassa; y en Francia se ha creado una ley limitando la libertad de aquellas mujeres que  usen hiyabs o burkinis. En estos casos no encuentro ninguna razón para la reprobación. ¿A quién dañan? ¿A quién ofenden? ¿Hacia quién crea odio? Aunque piense y busque motivos no encuentro ninguno para la justificación de estas censuras.

En todo el mundo hay miles de pensamientos distintos, es más, ¡hay millones! Uno por cada individuo del planeta y muchas contrarias entre sí. Probablemente el hecho de todas estas corrientes tan diferentes que llegan a ser opuestas, se proporcionan ayuda para poder crear nuevos argumentos y más sólidos que se permitan hacer más sólidas las opiniones. La mayoría son así.

En ciertas ocasiones esto no ocurre y se usa el odio como un tipo de argumento, pero no creo que este sea lícito para posicionar la opinión propia, ya que este crea violencia contra la integridad de otras personas.

Por ello creo que la censura debería ser el último recurso en nuestra actual sociedad, ya que hay personas que no van a argumentar de manera ordenada u respetuosa, sino atacando violentamente.

En conclusión, no creo que estemos retrocediendo en el tiempo ni que estemos situándonos en una situación muy similar a la represión durante el franquismo, contrariamente a lo que he dicho al principio. El problema son las formas irrespetuosas de debate, ya que, para poder tener las discusiones e intercambios de opiniones por derecho propio, debemos atenernos a ciertas responsabilidades que le corresponden.

St. Jordi 2021. Los límites de la libertad de expresión. Autoria: Quiero que llegue el 7 de mayo.

En el momento en que sale a colación el debate sobre los límites de la libertad de expresión, es inevitable que aparezca la sentencia: «Tu libertad termina donde empieza la de los demás.»
Teniendo esta máxima en cuenta, resultaría fácil establecer la frontera entre la libertad de expresión y la ofensa a otro, y sin embargo no son pocos los conflictos que se han derivado de haber cruzado la línea divisoria. El caso más reciente y sonado es la condena impuesta al rapero Pablo Hasél por, entre otros delitos, «injurias a la Corona» proferidas en las letras de sus canciones –como ya le sucedió al rapero exiliado (o fugitivo de la justicia según otros) Valtonyc–, provocando protestas entre los que ratifican el acierto de la sentencia y aquellos que la condenan, ya no solo por defenderlo a él como persona individual, sino porque su caso suscita el debate de los límites de la licencia expresiva.
Porque, aunque es evidente que es necesaria su limitación, ya que vivimos en sociedad y ello es esencial para la convivencia, la frontera es demasiado ambivalente en demasiados sentidos.
Entonces, llegados a este impasse, ¿cuáles son las pautas a seguir? ¿Cómo actuamos frente a una postura que creemos no admisible porque traspasa esos límites? Lo que debería ser la solución para cualquier conflicto: el debate. Si no somos capaces de emitir una ley universal que podamos aplicar bajo cualquier situación, no queda más remedio que contrastar posturas y juzgar cada situación individualmente, y si no se llega al menos a un consenso –dado que el debate, la mayoría de las veces, se enfoca cómo una lucha sobre quién tiene la razón en vez de intentar entender la razón de ser de la postura contraría, y luego, intentar desmontar aquello que se crea incorrecto, que no el razonamiento íntegro–, que se pueda debatir ya implica cierta madurez por parte de ambas partes.
Pero aun así, lo que más me preocupa en lo referente a este conflicto son las implicaciones legales. Entre ciudadanos, aunque haya disputas, no suele llegar a cruzarse la barrera de la pelea física, que es lo que considero más grave. Lo único que veo que pudiera estimular a los individuos lo suficiente como para llevarlos a poner en riesgo su integridad física para defender una postura, es, tristemente, el fútbol. Y, seamos sinceros, mientras tengamos el convencimiento de que nuestra postura es correcta, poco daño hará cualquier ataque teórico a esta –siempre y cuando la crítica no se traslade al individuo en sí–. Pero el problema llega cuando uno pueda enfrentarse a una acusación judicial, como ha ocurrido con los dos casos mencionados previamente. El artículo 20 de la Constitución reconoce y protege el derecho a «expresar y difundir libremente los pensamientos, ideas y opiniones mediante la palabra, el escrito o cualquier otro medio de reproducción. […]» y proclama que «Estas libertades tienen su límite en el respeto […] al derecho al honor, a la intimidad, a la propia imagen y a la protección de la juventud y la infancia.»
Pero, pregunto yo, ¿no debería permitirse la crítica a una persona que haya actuado previamente de una manera éticamente incorrecta? ¿Al haber seguido una mala conducta se le debería mantener este derecho a no ser increpado? De la misma manera, la libertad puede ser un amparo para las actitudes intolerantes si no se emprendan acciones dañinas contra aquellos a los que profesan aversiones infundadas: «¿Homófobo? No, que las parejas del mismo sexo me den asco es mi opinión, pero yo no les pegaría si me los encontrara por la calle ni les insultaría.» Así, esgrimiendo el argumento del derecho a la libertad de expresión, no podrían ser censurados, cuando la homofobia, en este caso, es más reprobable, pero sobre todo ilógica y exclusivamente fundamentada en prejuicios fácilmente desmontables.
De nuevo, el mismo problema. Solamente puedo concluir que, aunque deban recortarse las manifestaciones de juicio públicas en beneficio de una concordia relativa y del respeto a los demás miembros de la sociedad, debemos recordar que, encontrándonos en el siglo XXI y en un régimen democrático, la censura legal a un individuo, de ser necesaria, ha de ser la excepción que confirme la regla. Y la regla es que la libertad de expresión es necesaria.