El miedo al olvido. Autora: Andrea Rodríguez, 1r btx HS

Una de las grandes incógnitas sin resolver que siempre ha atormentado al ser humano, es qué hay más allá de la muerte. ¿Un infierno? ¿Un paraíso? ¿Algo? ¿Todo? ¿Nada? Por desgracia para nosotros, nadie ha vuelto del mundo de los muertos – si es que existe – para responder a éste interrogante que a muchos, nos aterra. Pero en realidad, ¿a qué tenemos miedo? ¿Al dolor? ¿A lo que viene después? ¿A consumirnos? ¿A limitarnos a desaparecer? ¿A dejar de existir? ¿A ser olvidados?

Pienso que la religión cristiana – junto a otras religiones – cree en la vida más allá de la muerte para consolarse tras la pérdida de una persona – pues para ellos creer que existe el Más Allá les alivia de la agonía de pensar que un ser querido se ha desvanecido para siempre y no se encuentra en ninguna parte – , y para no temer a la muerte cuando les llegue la hora de irse.

Perder a alguien es sumamente doloroso. Una persona religiosa tiene el consuelo de creer que su ser querido está en el Más Allá o, al menos, en un lugar mejor del que se fue. Pero, ¿y las personas que no son religiosas? ¿Cuál es su consuelo? Para algunos, ninguno: se resignan a aceptar la realidad de que aquella persona no volverá con dolor. Otros, después de una gran pérdida afirman sentir la presencia del fallecido. ¿Realmente la sienten o tan solo es su mente rechazando la idea de qué esa persona se ha marchado para siempre? Son preguntas que, de momento, no tienen respuesta.

Yo, sin embargo, desde mis modestos conocimientos acerca de la muerte y todo lo que conlleva consigo, creo que lo que más miedo debería darnos no es el dolor al morir – a pesar de ser terriblemente agónico – ni el desconocimiento de lo que hay después de la muerte, si no a ser olvidados por parte de nuestros seres queridos cuando dejamos de existir.

Algunas personas cuando alguien fallece, con el paso del tiempo, llega un día en el irremediablemente  no piensan tanto en la persona fallecida y, poco a poco, incluso olvidan como era su aspecto y se apresuran a mirar una foto suya para no olvidar su rostro, después, se maldicen a sí mismos por olvidar y no poder evitarlo.

Entonces, si nuestro cuerpo se descompone y nuestra alma desaparece al morir, lo único que queda de nosotros es nuestro recuerdo en la mente de las personas que nos quieren. Cuando ese recuerdo deja de estar latente en sus cabezas, es cuando verdaderamente desaparecemos para siempre.