Memòria/ Història [Reyes Mate/Santos Juliá, El País, 22-11-2014]

¿Memoria o historia?

El dilema: ¿es la memoria del historiador la misma que la del filósofo o narrador?

Liberación de los prisioneros del campo de concentración de Mauthausen. / Getty Images

Un regalo envenenado

Por Reyes Mate

Javier Cercas dice que le tocó la lotería el día que Enric Marco pasó de heroico superviviente a vulgar estafador. Tenía tema, el tema de El impostor, en el que Marco es parábola de nuestro tiempo o arquetipo de cómo nos comportamos. Marco no es desde luego el primer estafador. Hace casi veinte años Wilkomirski, autor suizo de Fragmentos, un libro donde se inventaba una falsa infancia en un lager, provocó un cataclismo. La razón de esta conmoción tenía que ver con la significación de Auschwitz, un acontecimiento singular porque fue impensable, es decir, escapó a las coordenadas del conocimiento. Solo nos era accesible su significación a través de los testigos. La memoria de los supervivientes adquiría un valor epistémico de primer orden. La memoria era el a priori del conocimiento, lo que da que pensar. Un engaño en el testimonio suponía un atentado al pensar después de Auschwitz y eso no se podía tolerar. El debate consiguiente se centró en la verdad de lo ocurrido y cómo contarlo. Estaba claro que había zonas de aquella realidad que escapaban a la historia y solo nos eran accesibles desde la memoria, que no es solo subjetiva, sino objetiva; que no produce solo sentimientos, sino también conocimiento. La memoria del filósofo o la del narrador no es la del historiador. Muchos de estos debates asoman en la poderosa novela de Cercas, aunque él, cuando ejerce de ensayista, opta por desacreditar la memoria. Se cuela en su obra el debate español sobre memoria e historia y eso desorienta mucho. Porque al entender la memoria como quieren los historiadores (algo subjetivo y sentimental), tira piedras sobre su propio tejado. Al fin y al cabo, lo que aquí nos convoca es un caso de falso testigo para descubrir algunas verdades a través de una mirada moral al pasado: la memoria.

Herida por la historia

Por Santos Juliá

Muchas fueron las voces que se elevaron en la última década del siglo XX, en Francia como en Estados Unidos, para denunciar el delirio conmemorativo, el frenesí de memoria que anegaba la cultura de un presente carente de futuro. La memoria se había convertido en una nueva industria, escribía Kerwin Klein, y Norman Finkelstein publicaba sus reflexiones sobre la explotación del sufrimiento judío bajo el título La industria del Holocausto. El fenómeno tenía que ver con la nueva función del Estado como gran agente cultural, y con el salto de la identidad al primer plano de las políticas de nuestro tiempo. La memoria colectiva alcanzó el valor de lo sagrado para dotar de legitimidad a políticas identitarias en las que el individuo no es nada si no se disuelve en un nosotros ante quien los demás se sienten en deuda permanente: somos víctimas, somos nación. Ante esa avalancha memorialista, el empeño de narrar, tras una dura indagación, los hechos de otros tiempos tal como verdaderamente ocurrieron se despreció como una risible pretensión, como una pasión inútil por conocer ese lugar extraño que es siempre el pasado. Y, sin embargo, nunca se repetirá demasiado que es ahí, en la austera pasión por el hecho, de la que hablaba Yerushalmi, donde radica la única posibilidad de que en la foto del pasado no desaparezca la cara de un hombre para dejar solo su sombrero, que ningún Stalin pueda suprimir del cuadro a ningún Trotski. No que la memoria se reduzca al ámbito de lo privado, sino que, para que cuando sea pública no caiga en mera manipulación o en industria de falsos testigos o de gestores de la cultura, para que sea una memoria ilustrada, ha de ser y sentirse, según la bella imagen de Paul Ricoeur, blessée par l’histoire,herida por la historia.

Música & humanismo

[Jordi Savall, El País 8-11-2014]
Renunciar a una distinción importante como es el premio Nacional de música,
otorgado por el Ministerio de Cultura, como reconocimiento a más de cuarenta años de dedicación apasionada y exigente a la difusión de la música como fuerza y lenguaje de civilización y de convivencia, ha sido un gran sacrificio, pero una decisión al fin y al cabo relativamente clara de tomar. Aunque concedido por un jurado compuesto en parte por músicos y personalidades independientes, ¿cómo podía aceptarlo viniendo de la mano de una institución que desde tiempos inmemoriales ha dado la espalda a los músicos y especialmente al Patrimonio musical histórico del país? ¿cómo podía callarme y beneficiarme de los 30.000 euros que lo acompañan, sin pensar en las voces cada día más numerosas y más desesperadas de tantos músicos que piden ayuda y oportunidades, y que se han quedado sin trabajo ante la rápida desaparición de festivales y reducción de programaciones de conciertos en auditorios de resultas de la drástica supresión de las modestas ayudas?

La cultura, el arte, y especialmente la música, son la base de la educación que nos permite realizarnos personalmente y, al mismo tiempo, estar presentes como entidad cultural en un mundo cada vez más globalizado. Estoy profundamente convencido que el arte es útil a la sociedad, contribuyendo a la educación de los jóvenes, y a elevar y a fortalecer la dimensión humana y espiritual del ser humano. Durante siglos y hasta la Revolución Francesa, fueron la mayoritariamente la nobleza y la Iglesia las que financiaron la cultura y el arte. En tiempos modernos es la filantropía de algunos ricos negociantes y burgueses que, por amor a sus ciudades o países, hace posibles la construcción de museos, hospitales, estaciones, iglesias, teatros de ópera, auditorios. En pleno siglo XXI el mundo económico y las grandes fortunas están totalmente globalizados, y en nuestro país hay que añadir que no ha existido la tradición filantrópica de los países anglosajones y, para mayor desgracia, no tenemos ni una ley de mecenazgo correcta. Pero lo más grave es que, a pesar de un extraordinario y creciente interés en todo el mundo por las músicas barrocas, renacentistas y medievales, no existe en España un pleno reconocimiento institucional de la gran importancia de nuestro patrimonio musical histórico. Ello se debe, en gran parte, a la trágica pérdida de memoria de la conciencia musical europea que había perdurado hasta los años cincuenta, y que todavía continua vigente en nuestro país, ya que nuestro repertorio musical anterior al 1800 permanece sepultado bajo las sucesivas capas culturales que el romanticismo y el modernismo han añadido sobre él. El resultado de esta gravísima desatención de la que no existe tan siquiera clara conciencia, es una imagen incompleta y distorsionada de nuestra tradición e identidad culturales, a las que ha sido cercenado uno de sus aspectos más vitales, brillantes y originales.

No olvidemos que nuestras orquestas sinfónicas, nuestros grandes coros, nuestros grandes teatros de ópera, que también padecen de los recortes, responden a un modelo cultural centroeuropeo especializado en los repertorios del siglo XIX, mientras que nuestro patrimonio más universal –desde las Cantigas de Santa María de Alfonso X el Sabio hasta las ensaladas de Mateo Flecha, desde las misas de Cristóbal de Morales y de Tomás Luis de Victoria hasta los villancicos de Sebastián Durón, desde las églogas de Juan del Enzina hasta las óperas de Vicente Martín y Soler–, dependen exclusivamente del buen hacer de la iniciativa privada. España necesita un proyecto cultural apoyado por una clara voluntad política que le permita recuperar sus principales músicas históricas, ya que representan uno de los patrimonios intangibles de la humanidad más importantes y más significativos por su especial relación histórica con las culturas musicales del Mediterráneo y del Nuevo Mundo.

“La riqueza cultural de un país depende no sólo de la importancia de su patrimonio, sino más bien de su capacidad de valorarlo, lo que implica un proyecto, el cual supone una voluntad…” Estas palabras, que le recordaba hace exactamente 10 años (en una carta del 25 de noviembre 2004) a Carmen Calvo, ministra de Cultura del Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero, continúan definiendo las causas esenciales de una grave situación de desinterés e ineficacia por nuestra cultura y sus creadores, y en especial por la música histórica y los músicos que la mantienen viva. Tres palabras clave en toda política cultural: valor, proyecto y voluntad. Todas cualidades que desde tiempos remotos no forman parte del quehacer cotidiano de nuestros máximos responsables al programar una política cultural que tendría que ser digna y generosa, y siempre velando que todas las clases sociales puedan acceder a ella. ¿Las causas de tal desinterés? Primero por ignorancia, ya que no se puede valorar lo que no se conoce. Segundo por falta de proyecto, ya que ninguna política cultural de interés general puede afianzarse sin un proyecto serio. Y, finalmente, por falta de voluntad: sin un mínimo apoyo institucional estable es imposible consolidar la recuperación y la difusión de un patrimonio musical milenario.

¿Cuántos españoles han podido alguna vez en sus vidas, escuchar en vivo las sublimes músicas de Cristóbal de Morales, Francisco Guerrero o Tomás Luis de Victoria? Quizás algunos miles de privilegiados hayan podido asistir a algún concierto de los poquísimos festivales que programan este tipo de música. Pero la inmensa mayoría, nunca podrá beneficiarse de la fabulosa energía espiritual que transmiten la divina belleza de estas músicas. ¿Podríamos imaginar un Museo del Prado en el cual todo el patrimonio antiguo no fuera accesible? Pues esto es lo que sucede con la música, ya que la música viva solo existe cuando un cantante la canta o un músico la toca. Los músicos son los verdaderos museos vivientes del arte musical. Es gracias a ellos que podemos escuchar las Cantigas de Santa María de Alfonso X el Sabio, los villancicos y motetes de los siglos de Oro, los tonos humanos y divinos del barroco… Por ello, es indispensable idear los mecanismos institucionales para dar a los mejores músicos un mínimo de apoyo institucional estable, ya que sin ellos nuestro patrimonio musical continuaría durmiendo el triste sueño del olvido y de la ignorancia.

La ignorancia y la amnesia son el fin de toda civilización, ya que sin educación no hay arte y sin memoria no hay justicia. No podemos permitir que la ignorancia y la falta de consciencia del valor de la cultura de los responsables de las más altas instancias del gobierno de España, erosionen impunemente el arduo trabajo de tantos músicos, actores, bailarines, cineastas, escritores y artistas plásticos que detentan el verdadero estandarte de la cultura y que no merecen sin duda alguna el trato que padecen, pues son los verdaderos protagonistas de la identidad cultural de este país.

Mi profundo desacuerdo con esta actitud y situación, son la única razón de mi renuncia al Premio Nacional de la Música 2014, y no, como algunos han querido dar a entender, por otras razones relacionadas con la actual situación política en Cataluña y por asociarlo a mi claro apoyo al derecho de los catalanes de votar el próximo 9 de noviembre. Llevo medio siglo de mi vida viajando con mi viola de gamba y mis músicos de Armenia, Turquía, Israel, Marruecos, Siria, Bulgaria, Bosnia, Serbia, del viejo y del nuevo mundo, y mi hogar es donde se venera a la música y la amistad. Pero en un mundo cada vez más globalizado, no puedo olvidarme de mis orígenes, de mi lengua ni de mi cultura, pero esto nunca me ha impedido sentirme en casa tanto en Sevilla como en Paris, en Basilea o en Nueva York, en Toledo o en Florencia. Con la música no se puede mentir, y el oficio de músico nos enseña y obliga a escuchar, a compartir, a respetar, a dialogar, a buscar la armonía y, gracias a todo ello, podemos establecer nuevos puentes entre las culturas y las creencias más diversas y alejadas.

Vivimos en una época de gravísimas crisis; política, económica, ética, social y cultural, a consecuencia de la cual una cuarta parte de los españoles está en situación de gran precariedad y más de la mitad de nuestros jóvenes no tiene, ni tendrá quizás, posibilidad alguna de conseguir un trabajo que les asegure una vida mínimamente digna. Una crisis que anunciaba ya Tomás Moro en 1516, cuando decía allí donde todo se mida por el dinero, no se logrará jamás organizar la justicia y la prosperidad social, a menos que consideres justa una sociedad en la que las mejores prebendas vayan a manos de los peores y que creas perfectamente feliz el Estado donde la fortuna pública sea la presa de un grupo de individuos insaciables de placeres, mientras la mayoría es devorada por la miseria” (Utopía: “Sobre la Justicia y la prosperidad social”). La prensa nos da a conocer cada día nuevos casos de corrupción de políticos y hombres de negocios, y al mismo tiempo se dan a conocer la lista de las 100 grandes fortunas de España, desvelando que aglutinan 164.424 millones de euros, y mencionando que sus fortunas habían aumentado en un año un 9’2%, mientras que el umbral de pobreza de la población aumenta día a día (¡solamente en una ciudad como Barcelona se ejecutan una media de 22 desahucios diarios de familias que no llegan a poder pagar su vivienda!). Esto nos hace recordar que vivimos en un mundo cruel y profundamente injusto, en el cual el 1% de la población posee lo que necesita el 99%: mejores viviendas, mejor educación, mejores médicos y mejores formas de vida. Ahora bien, como señala Joseph E. Stiglitz, premio Nobel de Economía en el 2001, a esa minoría le falta algo “que, al parecer, el dinero no ha comprado: la conciencia de que su destino está vinculado al modo en que vive el otro 99 por ciento. A lo largo de la historia, es algo que ese 1 por ciento superior acaba aprendiendo… demasiado tarde”.

Actualmente como observa con extraordinaria lucidez Tony Judt (1948-2010) “Nuestro culto contemporáneo a la libertad económica ilimitada, combinado con la intensificada sensación de miedo e inseguridad, conducen a la reducción de las prestaciones sociales y a una regulación económica mínima… El miedo resurge como un ingrediente activo de la vida política de la democracias occidentales. El miedo al terrorismo, por supuesto; pero también, y quizá de un modo más insidioso aun, el miedo a la incontrolable velocidad del cambio, el miedo a la pérdida del empleo, el miedo a perder terreno frente a otros en una distribución cada vez más desigual de los recursos, el miedo a perder el control de las circunstancias y las rutinas de la propia vida cotidiana. Y, quizá por encima de todo, el miedo a que ya no sólo no podamos dirigir nuestra vida, sino a que también hayan perdido el control quienes detentan la autoridad en provecho de fuerzas situadas más allá de su alcance”. Judt concluye defendiendo el lugar de la historia reciente en una época de olvido: “Creemos haber aprendido lo suficiente del pasado para saber que muchas de las viejas respuestas no funcionan, y puede que sea cierto; pero en lo que el pasado puede ayudarnos es a comprender la eterna complejidad de las preguntas».

Nos dice Elias Canetti “Cuanto más la población terrestre va volviéndose más densa, cuanto más la vida se vuelve más maquinal, menos podremos pasar de la música. No está lejos el día donde ella sola podrá salvarnos de la ceñida red de lo funcional, y es el primer deber de la inteligencia futura preservar de toda influencia esta formidable reserva de libertad. Ella es la historia viviente de la humanidad pues, sin ella, solamente poseeríamos parcelas muertas”. Son todos los músicos actuales los que mantienen viva esta historia de la humanidad, pues con sus cantos y sus sonidos, con su talento y su sensibilidad, nos transmiten día a día, toda la belleza creada por todos los grandes compositores del pasado. Sin ellos, sin la emoción de este eterno renacer, que es el milagro del arte, dormirían el triste sueño del olvido. Todo ello explica mi renuncia al Premio Nacional de Música 2014, convencido que este sacrificio será comprendido como un acto revulsivo en defensa de la dignidad de los artistas y pueda, quizás, servir de reflexión para imaginar y construir un futuro más esperanzador para nuestros jóvenes.

Creo, como decía Dostoyevski, que la Belleza salvará al mundo, pero para ello es necesario poder vivir con dignidad y tener acceso a la educación y a la cultura.

La immigració a Catalunya

[Judit Carrera, El País, 8-11-2014]
En vigílies del 9-N, és interessant constatar la proliferació de projeccions de futur que genera la perspectiva de la independència de Catalunya. Aquesta setmana es va presentar a Barcelona el Llibre Blanc de la capital d’Estat i, fa només un mes, el Llibre Blanc de la Transició Nacional de Catalunya, que inclou reflexions prospectives sobre diferents àmbits de l’organització d’un Estat independent. Benvinguts siguin aquests informes que alimenten el debat raonat i que haguessin estat un bon punt de partida per a una discussió política de fons com la que va tenir lloc en el referèndum d’Escòcia.

Per complementar aquests horitzons de futur, s’acaba de publicar un llibre important que ofereix una fotografia de present de Catalunya a partir de la immigració. Es tracta de Catalunya al mirall de la immigració. Demografia i identitat nacional (L’Avenç), una obra monumental d’Andreu Domingo que analitza l’evolució de la població catalana des de principis del segle XX fins a l’actualitat. És un llibre exhaustiu que, a partir del cas català, recorre molts dels debats polítics, jurídics i culturals vinculats a la immigració en les societats occidentals de les últimes dècades. No obstant això, més enllà dels discursos teòrics, el més interessant del llibre és el retrat demogràfic que fa de Catalunya, la fotografia real de qui som, on hem nascut i on emigrem. En un moment de tantes incerteses i especulacions, és reconfortant trobar un llibre que parteix de la realitat demogràfica que efectivament tenim i que resulta imprescindible per elaborar una idea fidedigna de la nostra societat.

La principal conclusió del llibre és la centralitat de la immigració en l’evolució de la població de Catalunya. Que aquesta ha estat una terra de pas i d’acolliment no és només un tòpic. Domingo demostra fins a quin punt les principals onades d’immigració del segle XX han estat determinants per a la Catalunya actual. Amb la població envellida i la baixa fecunditat pròpies de tot país que ha fet la seva transició demogràfica, Catalunya ha passat de 2 milions d’habitants el 1901 als 7,5 milions actuals gràcies sobretot a tres onades d’immigració: la del primer terç de segle, la que va tenir lloc durant el franquisme i la més internacional i recent de finals dels anys noranta i principis del segle XXI.

Amb aquesta perspectiva de llarg recorregut, Domingo demostra que les migracions depenen essencialment dels cicles econòmics, de tal manera que les tres van tenir lloc durant les fases de creixement prèvies a la crisi del 1929, la del petroli del 1973 i la global i financera del 2008, respectivament. D’entre totes, sobresurt l’última immigració internacional, perquè és la més important en termes absoluts, que avui representa el 17,7% de la població i que ha estat la responsable del 90% del creixement demogràfic recent català. A això últim contribueix sens dubte el fet que els seus integrants tinguin una mitjana d’edat de 31,3 anys. Així, la immigració internacional ha canviat el demos català de manera radical. Com a mostra, una anècdota: tots els estats del món estan avui representats en algun municipi català.

El llibre de Domingo és un triturador de tòpics. Per exemple: la  intensa onada d’immigració internacional no ha comportat la creació de guetos

El llibre de Domingo és també un triturador de tòpics. Per exemple: aquesta intensa onada d’immigració internacional no ha comportat la creació de guetos. Només en 16 municipis catalans el nombre de nascuts a l’estranger supera als nascuts a Espanya, sense que necessàriament això comporti pobresa o marginalitat. De fet, les àrees més segregades de Catalunya estan ocupades per ciutadans d’altres països de la UE, molts dels quals amb un elevat poder adquisitiu.

Un altre tòpic que desfà el llibre és que el català s’ha mantingut no a pesar, sinó gràcies a la immigració. La llengua és el principal tret cultural dels catalans i, com a tal, és molt més obert i fàcil d’adoptar que una nacionalitat, una religió o evidentment una raça. A l’immigrant només se li demana que respecti que el català és la llengua pròpia i que no s’oposi al fet que sigui la llengua dels seus fills. Així, amb el temps, el català s’ha convertit en el principal instrument d’integració i de reconeixement dels immigrants, de manera que l’acceptació, aprenentatge i ús de la llengua han revertit de manera directa en la seva bona salut actual.

Catalunya al mirall de la immigració és un llibre ple de matisos que aborda la complexitat de la immigració i de fenòmens demogràfics d’enorme transcendència i sensibilitat política i social. Així, per exemple, es dilueix la idea comuna que Franco va utilitzar la immigració rural per intentar desnaturalitzar el poble català, o s’alerta del perill de creure que Catalunya està expulsant de manera massiva els seus joves més ben formats davant el risc que es converteixi una profecia autocomplerta.

En un moment en què els catalans manifesten una clara voluntat de passar per les urnes per fixar el seu propi retrat i decidir el seu futur, estem davant un llibre interessant i de gran utilitat.

Judit Carrera és politòloga

Corrupció a Espanya

 I AIXÍ FINS A LA CRISI FINAL” [Enric Company, El País 28-10-2014]

D’on ve tot això? Com ha pogut créixer tan vigorosa en un sistema democràtic la corrupció pública entre els governants? L’excusa que alguns pocavergonyes s’aprofiten de certes situacions no explica l’expansió com una taca d’oli de la idea que les Administracions públiques existeixen perquè els polítics les saquegin, que és el que mostren el cas Gürtel i les seves múltiples derivacions o el cas Millet i molts d’altres. No explica tampoc com ha pogut ser tan extensa la convicció d’impunitat, la creença que el poder polític també serveix per protegir, arribat el cas, qui sigui enxampat en una falta. Ni la idea que, si enxampen algú, només hagi de dimitir si el partit l’hi exigeix.

Aquí tenim un intent d’explicació. Durant quatre llargues dècades, des de la Guerra Civil, el que estava permès als titulars de l’Administració pública era, simplement, el que la superioritat permetia. Aquest era el control veritablement existent, tant en el plànol polític com en el de la moral pública. Era així i punt. Era un sistema d’una verticalitat total, que acabava en un vèrtex unipersonal lliure de qualsevol obligació de retre comptes. Es vanagloriava obscenament que, en tot cas, els comptes els retria només davant de Déu i la història. Però, la superioritat, què era, materialment? Era una línia directa, vertical, jeràrquica, en la qual tenir la confiança i l’assentiment directe o indirecte del nivell immediat per dalt assegurava al de baix la correcció del que cadascú decidís que era bo o dolent, correcte o incorrecte. Si la superioritat deia que pel bé del partit, o de la pàtria, calia fer això o allò altre, es feia, per descomptat. Si mentrestant se’n derivaven beneficis marginals i colaven, doncs això, colaven. Des del Govern fins a l’últim alcalde. Per descomptat, no es dimitia, se cessava.

Aquest va ser el model del franquisme i el franquisme va ser, cal recordar-ho, l’hàbitat polític de les dretes d’aquest país des del 1939, o el 1936 en segons quines zones, fins al 1977. Quatre dècades seguides donen per a molt i això explica en gran mesura que aquest model es convertís en cultura, que quallés com la cultura política de gran part de les dretes i de les elits econòmiques crescudes a la seva ombra, que van ser les beneficiàries de la dictadura. L’Administració era patrimoni exprimible per qui la regentava, fins a nova ordre.El que se sap del cas dels ERE a Andalusia parla més d’una mimetització d’aquest model d’arrel caciquista

Se sap de sobres que hi ha hagut casos de corrupció política també en partits com CiU i el PSOE, que a diferència del PP no es van forjar a partir del motlle polític del franquisme. Més aviat al contrari, es van formar o van renéixer com els seus adversaris. El cas més notable que afecta el PSOE, el dels ERE d’Andalusia, mostra similituds amb el comportament del PP en els seus feus de Madrid, València i les Balears. Però en aquesta ocasió es tracta més aviat de l’assimilació d’una altra de les característiques de la tradició política de les dretes, que és anterior al franquisme, la del clientelisme derivat del sistema caciquista de l’època de la Restauració borbònica. Com el del franquisme, són els sistemes que han permès la dominació social i política de les dretes durant un segle, amb intervals breus, brevíssims. El que se sap del cas dels ERE a Andalusia parla més d’una mimetització d’aquest model d’arrel caciquista per una esquerra que, amb els anys, acaba per enquistar-se en l’Administració més que dirigir-la per governar.

Evidentment, no es tracta de remetre al franquisme o al caciquisme del segle XIX la culpa del que passa ara. La descripció d’aquests models tampoc ho explica tot. En un país amb una moral pública mitjanament digna d’aquest nom, l’aparició del nom del president del Govern en una llista de dirigents del seu partit que cobrava en negre, com és el cas de Rajoy, n’hauria provocat la dimissió. Com que en aquesta llista també hi ha el ministre d’Hisenda en plaça i molts altres polítics amb altes responsabilitats, el més normal és que una crisi d’aquesta envergadura requerís una refundació del partit. I unes eleccions. Això no es va fer i des de llavors el que ha passat és una pluja d’escàndols protagonitzats per polítics destacats del PP que, incomprensiblement, no s’afronten. En espera de què? Que la ciutadania se n’oblidi, que cada nou cas tapi el de la setmana anterior?

El Govern format per un partit immers en aquestes condicions està legitimat per dur a terme la venda del patrimoni públic, com vol fer el de Rajoy amb AENA, per exemple? No, no ho està. El fet que ho faci reforça la idea que manca d’una moral pública homologable a la de països similars. Però no d’objectius. A l’inrevés, aquests objectius es converteixen en la justificació de la seva continuïtat a ulls dels mitjans econòmics beneficiats per les seves polítiques. Es tracta de seguir utilitzant la conjuntura de crisi econòmica per continuar amb el gegantí traspàs de riquesa de les classes mitjanes i populars a una fracció privilegiada: la que gestiona els entramats econòmics i la que no para de cridar al Govern: “Així, així”. I així fins que cristal·litzi la crisi de règim.

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  1. Funcionamiento de una trama” [El País, 28-10-2014]
  2. Claves de la Operación Púnica” [El País, 27-10-2014]

Convertir en èxit el fracàs [Margarita Rivière, El País, 21-10-2014]

Cita

“Tenen raó els que donen per segur que vivim una nova etapa de la humanitat: aclaparant tecnologia, big data, carregat ambient a-cultural. Aquí estem, atònits, estupefactes davant el no funciona i elgran festival del circ polític i la corrupció. Ambient paradoxal: els intel·ligents són exclosos, marginats, els trilers i tramposos són model social. Bravo: el fracàs es transforma en èxit.

El no funciona es produeix en temps en què un avionet teledirigit (dron) fa la guerra i les empreses són mastodonts totpoderosos capaços de deixar el món sense llum elèctrica. El no funcionas’expressa en el fracàs de l’ebola, oblidat a l’Àfrica per governs i farmacèutiques. A Espanya (malgrat la bona voluntat i la impecable competència mèdica) l’episodi ebola ens confirma com a número u en nyaps polítics: el nostre fort no és l’organització. No funcionen tantes coses imprescindibles en la vida diària!

La senyora Merkel continua amb la religió econòmica de l’austeritat que anihila petites empreses, porta milions de persones a l’atur i destrueix serveis que greixen la vida. No funciona. Tindrem pressupostos per al 2015 els catalans? Per a què?

El que importa és la festa: el gran festival del circ polític sota el qual creix la corrupció. Quelcom terrible per a les generacions del futur, espectacle nou, brutal, amb unes parenceries de niciesa no imaginables pels que ho hem vist gairebé tot. És la festa del fracàs que porta a l’èxit: així passa amb el desbordament excloent del capitalisme salvatge. El gran festival del circ corrupte és un déjà-vude l’extraordinari relat d’Edward Gibbon sobre la Caída ydecadencia del Imperio Romano (1776 i 1788). Cicles històrics implacables, líders obtusos.

Què hem de pensar dels 1.977,9 milions d’euros repartits entre televisions i ràdios públiques el 2013, davant dels 1.912 milions que va gestionar el mateix any el Ministeri de Sanitat? Encara que són les comunitats autònomes les que gestionen el gruix dels serveis sanitaris, el ministeri és responsable de funcions de prevenció i programes pels quals el 2015 disposarà de només 1.919 milions d’euros. Simptomàtic.

Aznar retreu a Rajoy que vulgui (?) dialogar amb els catalans (amb quins?). Mas, en lloc de dimitir, lidera l’ona del gran circ i inventa una consulta/espectacle. Reivindicació o estratègia electoral? I la democràcia? Què no decaigui! No hi ha govern, ni pressupostos però sí espectacle non stop. El no funciona català (amb el desgovern) és imparable i el circ també (amb la seva corrupció a les espatlles).

En el festival del que se salvi qui pugui ara comença la pel·lícula de la llista (electoral) de país encapçalada pel reeixit líder del poble, anomenat Artur Mas. Què en serà, d’aquest invent? Convergència busca la seva autodestrucció o autosalvació? Es tracta que manin Forcadell o Casals? Dones per salvar Catalunya? El conseller Homs i alguns altres haurien de passar per la factoria Disney/Hollywood i proposar innovacions especialitzades en què el més inútil sigui per fi el més útil. El món ens mira i la llista de país és l’última prioritat!

Fins i tot l’Acadèmia Espanyola reconeix vocables que semblen trets d’una cançó de Lola Flores com serendipia —descobriment inesperat quan es buscava una altra cosa— que descriuen la màgia del no funciona combinada amb el gran festival de circ i corrupció. Així és la nova etapa. No cregueu que és res estrany: Michael Jackson, diuen, guanya molt més diners mort que viu.

Aquestes coses, tan noves?, són estudiades a tot arreu. Byung-Chul Han, professor coreà de Filosofia a la Universitat de Berlín (de moda entre nosaltres gràcies al col·lega Francesc Arroyo i El País) publica ara un assaig de 127 pàgines: Psicopolítica (Herder). Idees molt clares: els contemporanis estan encantats de sotmetre’s per si mateixos a l’entramat de dominació i la seva propaganda/espectacle que els integra definitivament i igualitàriament. “Vivim una fase històrica especial en la qual la llibertat mateixa dóna lloc a coaccions. (…) El subjecte del rendiment, que es pretén lliure, és en realitat un esclau absolut (…) que s’explota a si mateix de forma voluntària”, escriu.

Han es refereix al sistema (cultural) creat pel capitalisme que ens envolta i subratlla que el subjecte no és conscient de la seva submissió. Porta el seu treball amb mà radical i conclou: “Davant de la creixent coacció a la conformitat avui seria més urgent que mai agusar la consciència herètica. (…) L’herètic és qui disposa d’una elecció lliure. Té el valor de desviar-se de l’ortodòxia (…) i de la conformitat. (…) L’idiota, com l’heretge, és una figura de la resistència contra la violència del consens. (…) L’idiotisme s’oposa al poder de la dominació neoliberal, a la comunicació i a la vigilància totals”. Ja saben, l’idiota és el savi, l’heretge que no segueix les consignes és un individu lliure. Bonic, oi? Quants heretges/idiotes queden? Només el Papa?”

Margarita Rivière és periodista.

UNA ESPAÑA SIN ESPEJOS [Joan B. Cuya i Clarà, El País, 18-10-2014]

Artur Mas es un zombi que ha perdido el juicio”. “Si no fuera porque en Euskadi nos mataban, yo diría que esto de Cataluña es peor”. “ETA es un aliado de Mas”. El proyecto independentista es “el sueño de una Gran Andorra”, paraíso de evasores fiscales y blanqueadores de dinero negro. Manifestarse pacíficamente por las calles el Once de Septiembre equivale a “conmemorar una guerra civil”. La demanda soberanista catalana “supone un ultraje” para las demás autonomías. Los grupos partidarios de la consulta constituyen una “anticosmopolita coalición de agropecuarios y antisistema”. El “desafío por parte de los independentistas” sólo pretende “tapar las vergüenzas de una de las autonomías más corruptas, Cataluña”.

Las frases que llenan el párrafo anterior son sólo un mínimo florilegio de descalificaciones lanzadas, a lo largo de las últimas semanas, contra la pretensión —rotundamente mayoritaria en las instituciones democráticas catalanas— de celebrar una votación consultiva acerca del futuro estatus político de Cataluña. Unas frases no recolectadas en ambientes extremistas y marginales, sino dichas o escritas por lo más granado de la clase política y de la intelectualidad españolas del año 2014.

De 2014, sí, cuando se investiga un caso de fraude y malversación masivos en la base aérea de Getafe; y existe una denuncia por la gestión económica del Hospital Militar Gómez Ulla; y cada día conocemos detalles más escandalosos alrededor del asunto de lastarjetas negras de Caja Madrid y de Bankia; y sabemos que el líder histórico del SOMA-UGT, Fernández Villa —el hombre del pañuelo rojo al cuello y el puño en alto, junto a Alfonso Guerra, en Rodiezmo— ocultó al fisco 1,4 millones de euros; y crecen el fraude de los ERE y el de los fondos de formación para parados en Andalucía; y siguen coleando los casos Gürtel, y Fabra, y Cotino, y Bárcenas, y Palma Arena, y Nóos, y…

No, no se preocupen, no voy a atrincherarme en el y tú, más. Y, desde luego, no creo que los escándalos citados quiten ni un ápice de gravedad al caso Palau, al caso Pujol o a las derivaciones que uno u otro puedan tener, y que deben ser investigadas hasta las últimas consecuencias. Pero el hecho de que, mientras los estallidos de la corrupción lo sacuden todo (realeza, Fuerzas Armadas, partidos, sindicatos, instituciones financieras, administraciones públicas…), haya quien presente la Cataluña autónoma como la cueva de los 40 ladrones me parece muy sintomático de un problema sobre el que sí quisiera reflexionar un poco: el aparente embotamiento, la parálisis de la capacidad autocrítica de intelectuales y políticos españoles ante el así llamado “desafío catalán”.

Bien está que, frente a dicho reto, se busquen las contradicciones del bloque soberanista, y se hurgue en las evidentes debilidades del proceso preparatorio del 9-N, y se subrayen las consecuencias negativas de una eventual independencia, etcétera. Pero, ¿no sería también saludable que algunas cabezas pensantes, desde la defensa de la unidad de España, reflexionasen seriamente sobre cómo y por qué ha llegado Cataluña al estado de opinión presente?

Cuando digo “seriamente”, me refiero a dejar de lado imaginarios e imposibles lavados de cerebro, a no obsesionarse con la supuesta capacidad adoctrinadora de una Televisió de Catalunya cuya cuota de pantalla alcanza a lo sumo el 14%, y a examinar con rigor la gestión jurídica, política, discursiva y cultural que el establishmentespañol ha hecho, a lo largo de las últimas tres décadas y media, de la pluralidad identitaria del Estado. Desde la LOAPA hasta las reacciones y respuestas ante el nuevo Estatuto catalán entre 2005 y 2010, para entendernos. Ya puestos, tal vez esos intelectuales críticos podrían mirarse al espejo de la historia contemporánea de España y tratar de descubrir en ella alguna lección provechosa para el escenario actual.

Por mi parte —espero que puedan perdonarme la osadía—, me permitiré aventurar alguna hipótesis muy personal. Para no retrotraerme a siglos que conozco menos, mi impresión es que, desde los albores de 1800, la cultura política española sólo ha concebido los conflictos de poder a los que hubo de enfrentarse en términos de victoria o derrota. La transacción, el fifty-fifty, el compromiso —ese concepto que, en alemán (Augsleich), sostuvo la estabilidad de la Europa danubiana durante el medio siglo anterior a la Gran Guerra, por ejemplo— resultan extraños, y objeto de menosprecio, en el acervo político hispano. Eso sí: es una incapacidad para el compromiso provista siempre de sólidas bases jurídicas y constitucionales.

La Constitución de Cádiz de 1812 definía “la Nación española” como “la reunión de todos los españoles de ambos hemisferios”; los absolutistas, por su parte, consideraban a Fernando VII soberano omnímodo “de las Españas y de las Indias”. Sin embargo, ni una legalidad ni la otra pudieron impedir que, en los tres lustros siguientes a la promulgación de la Pepa, la gran mayoría de los presuntos españoles del hemisferio americano dejasen de serlo para convertirse en ciudadanos de una serie de repúblicas independientes. Bien es cierto que Madrid tardó décadas en aceptarlo y en reconocerlas.

La monarquía británica, en cambio, obró de un modo bien distinto. Aleccionada por el fracaso de la receta del todo o nada frente a la rebelión de las Trece Colonias de América del Norte, a lo largo del siglo XIX se apresuró a conceder amplísimos autogobiernos a sus criollos de las colonias de poblamiento europeo (Canadá, Australia, Nueva Zelanda, el Cabo…), desactivando así las ansias de independencia de tales territorios y conservando hasta hoy mismo a la mayor parte de ellos —y a muchos otros— en el seno de la Commonwealth.

Significativamente, no ha existido jamás ni siquiera a nivel de proyecto una Commonwealth, una Mancomunidad hispánica de naciones. La España oficial no extrajo de la pérdida de la América continental ninguna lección útil y, cuando eclosionó el problema cubano, lo afrontó con la misma y desastrosa fórmula: inflexibilidad jurídica y firmeza retórica: el artículo 89 de la Constitución de 1876 consideraba a Cuba una “provincia de Ultramar”, parte inalienable de la nación; y el presidente Cánovas proclamó enfáticamente que España defendería Cuba “hasta el último hombre y la última peseta”. Los resultados del envite son de sobra conocidos.

Sí, ya sé que Cataluña no es Cuba, ni el virreinato del Río de la Plata. No estoy comparando las situaciones respectivas, sino los reflejos profundos del Estado español cuando se le plantean problemas de soberanía. Y ni siquiera soy original en eso: hace casi un siglo, en diciembre de 1918, un peligrosísimo separatista de nombre Francisco Cambó reprochaba en sede parlamentaria al Gobierno —a los gobiernos españoles de la Restauración— “querer prescindir por completo de las soluciones que en el mundo han tenido los pleitos de libertad colectiva”, llegando “a la triste conclusión de que un pleito de libertad colectiva no tenía solución jurídica, como nunca lo han tenido, por desgracia, en España”.

Desde luego, Cambó no pensaba en Escocia. Y ni siquiera se le había pasado por las mientes el caso de Gibraltar, ese microproblema de libertad colectiva que la España oficial no ha sabido resolver en tres siglos. Primero, porque trató de arreglarlo a base de cañonazos y asedios; luego, con verjas, candados y tapones fronterizos; siempre, con el objetivo último de ver a los gibraltareños rendidos y saliendo de uno en uno, con el carné en la boca. Lo dicho: victoria o derrota, sin términos medios. ¿Acaso hemos olvidado ya la épica reconquista de Perejil?

No, la inmensa mayoría de los catalanes que quieren ejercer la soberanía no odian a España ni lo español. Pero se sienten, especialmente desde el año 2000, maltratados moral y materialmente por un Estado —por un sistema jurídico-político— que perciben como ajeno, cuando no hostil, a su identidad y a sus intereses. Y, tras la sentencia que en 2010 disipó tantas ilusiones, no creen haber recibido de aquel Estado otra cosa que desdenes, humillaciones y amenazas.

Joan B. Culla i Clarà es profesor de Historia Contemporánea en la Universidad Autónoma de Barcelona.

Nostalgia de dictadores [Julián Casanova]

[Julián Casanova, El País 14-10-2014]”Buscar explicaciones racionales a fenómenos tan irracionales, y complejos, como el Gran Terror, el Holocausto o las diferentes manifestaciones de la violencia desatada por esos dictadores, siempre ha resultado una tarea difícil, casi imposible, para los historiadores. Pero sabemos perfectamente, por las numerosas pruebas existentes, evaluadas y contrastadas, que toda esa modernización y desarrollo de las dictaduras, cuyos dirigentes llevaron el culto a la personalidad a extremos sin precedentes, fueron obtenidas a un horroroso precio de sufrimiento humano y de costes sociales y culturales. Para millones de víctimas, el dominio de esos líderes significó prisión, tortura, ejecuciones, campos de concentración y exilio. La ciencia y la cultura fueron destruidas o puestas al servicio de sus intereses y objetivos. Muchas minorías sufrieron deportaciones masivas desde sus hogares tradicionales y en las sociedades se instaló el miedo, la denuncia, la sumisión y la despolitización.(….)

España es un ejemplo de sucesos trágicos del pasado que proyectan su sombra sobre el presente
Todo eso lo sabemos porque se ha investigado de forma detallada y rigurosa en esos países, con la apertura de nuevos archivos y con diferentes aproximaciones biográficas y empíricas al ingente material disponible. Con memorias divididas, y España es un buen ejemplo, esos trágicos sucesos del pasado han proyectado su larga sombra sobre el presente. La sombra del Gulag, del nazismo, de los campos de exterminio, de la persecución de los judíos, del genocidio o de la represión franquista. Por eso llama la atención el interés que ahora muestran algunos historiadores en destacar la parte más positiva de aquellos tiranos que dominaron sin piedad durante décadas las vidas de millones de ciudadanos, sometiéndolos a una fatalista sumisión a los sistemas totalitarios que habían creado.(…)
Pero en realidad no son los hechos históricos los que se discuten y se trasladan al debate público, sino la interpretación de esos hechos que mejor sirve a los gobernantes y grupos políticos para mantener una versión oficial de la historia. ¿Nostalgia de dictadores modernizadores o ignorancia de su propio pasado? Lo sorprendente es ver cómo, en toda esa trama compleja de usos y abusos del pasado, algunos historiadores convierten a tiranos y criminales de guerra en modernizadores y santos, ocultando los fragmentos más negros de sus políticas autoritarias. Buena enseñanza para aquellos que, ante la crisis y el futuro incierto, reclaman gobernantes con mano de hierro.

Julián Casanova es catedrático de Historia Contemporánea en la Universidad de Zaragoza y profesor visitante en la Central European University de Budapest.

A PEGADA DOS AVÓS (L’empremta dels avis)

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Siete jóvenes del último curso de un instituto de bachillerato de Bellas Artes de Galicia protagonizan el documental de más de una hora de Xosé Abad sobre la memoria histórica, La huella de los abuelos (ver trailer), que ha sido premiado en América Latina y es finalista en la próxima edición del Festival de Cine de Vigo. Los jovenes quieren saber la verdad sobre la Guerra Civil en una tierra como Galicia, donde no hubo guerra entendida como enfrentamiento militar, pero sí una represión terrible. El resultado es una cinta que conmueve e impresiona tanto como la verdad que todavía, 75 años después, la derecha y la cúpula de la Iglesia Católica insisten en ocultar. Abad acaba de regresar de la capilla ardiente de Gabriel Toimil, que aparece en el film mostrando a los estudiantes el muro ante el que fusilaron a su abuela Amanda García, y falleció el 2 de mayo. “La memoria de los que sufrieron permanecerá“, asegura el cieneasta.

Su película documental A pegada dos avós en galego o La huella de los abuelos acaba de recibir el premio del VIII Encuentro Hispanoamericano de Cine Documental, que se celebró en México, y se proyectará el 21 de mayo en la Sala Goya de Madrid, en el marco del I Congreso de Jurisdicción Universal que organiza la Fundación Internacional Baltasar Garzón (FIBGAR). ¿Cómo explica el éxito de la memoria?

–Cuando hablamos de memoria histórica en realidad estamos hablando de derechos humanos y esto es algo que se entiende muy bien en America Latina. Lo que no se explica es la resistencia evidenciada en el estado español. Hablamos de dos cuestiones muy simples, del derecho de las víctimas a conocer la verdad, y del derecho a recuperar los restos de los familiares asesinados una vez terminada la guerra civil. Tal vez el éxito de una pelicula que habla de memoria está en la empatía que logran sus protagonistas con el espectador y el poso de esperanza que nos deja.

–¿Qué bullía en su cabeza cuando se le ocurrió esta historia, cuyo guión comparte con Sandra García Rey?

–Cuando la Comisión para la Recuperación de la Memoria Histórica de A Coruña nos propuso hacer una nueva película sobre este tema, la pregunta era cómo proponer un punto de vista diferente. Desde hacía mucho tiempo le dábamos vueltas a la idea de saber qué grado de conocimiento tienen los más jóvenes sobre la historia reciente, sobre el golpe del 36, la guerra civil y la dictadura. Qué respuesta pueden dar a preguntas retóricas que flotan en el aire: si hay que pasar esta página de la historia , si se reabren heridas por conocer la verdad, si tiene sentido que las familias reclamen los cuerpos de sus familiares diseminados por toda la geografía española…

–Siete estudiantes del último curso de Bachillerato de Artes emprenden un viaje para averiguar lo que ocurrió hace 75 años, lo que ocurrió en aquella Guerra Civil de la que algunos han oído hablar y otros no, y se encuentran la huella de los abuelos. ¿Está cundiendo el ejemplo? ¿En cuántos institutos y centros escolares se ha proyectado la película y por qué cree que interesa tanto?

–De momento, con la película recien terminada, son ya más de 900 los alumnos que han visto el documental y el grado de atención y participación está siendo revelador. Según sus propias palabras: “Resulta impactante que una se entere de historias increíbles que acontecieron y marcaron a su familia a raíz de ver un documental.” Tamara Silva, alumna de I.E.S. “Consiguieron acercarnos más al tema y hacernos reflexionar sobre él, o por lo menos a mí, pues no pude remediar llegar a mi casa y preguntarle a mi madre acerca de mis abuelos en la guerra civil.” Mónica Barral, alumna de I.E.S… Una de las claves para conseguir el interés de los alumnos es que los protagonistas son como ellos, hablan su lenguaje, utilizan las mismas tecnologías de comunicación y se emocionan como ellos. No es un discurso de adultos, estereotipado y lejano.

Manuel Rivas y Xosé Abad con los jóvenes que investigan los fusilamientos franquistas en Galicia
Manuel Rivas y Xosé Abad con los jóvenes que investigan los fusilamientos franquistas en Galicia. / apegadadosavos.com
–La película refleja muy bien la rabia que sienten algunos jóvenes ante la injusticia, el drama y la desolación de la guerra. Pero también su desazón porque les han ocultado una parte fundamental del pasado. ¿Acepta el aserto de que los pueblos que ignoran su historia están condenados a repetirla?

–Desde luego que sí, pero mejor que lo digan ellos. Estas son las palabras de otro alumno, Javier Cal: “Una de las cosas mas sorprendentes de esta experiencia es que mucha gente no conoce la historia del Estado y que la comienza a conocer a partir del propio documental”. Una sociedad no puede evolucionar sin tener en cuenta el pasado. Debemos evitar que este sea ocultado.

–¿Le han acusado de sectarismo?

–De momento hemos tenido pocos ataques, alguno sí, pero lo importante son las respuestas mayoritarias del público, especialmente de los más jóvenes, que son el futuro y los que deberán dar sus propias respuestas. Tenemos muchas cartas que nos envían los alumnos después de ver el documental, que se pueden ver en el facebook de la película, así que de nuevo me remito sus palabras. Estefanía Lázaro, alumna de I.E.S.: “Hay personas que prefieren no abrir heridas, pero ya bastaron los 40 anos que tuvo el franquismo para perseguir, ocultar, asediar, torturar o difamar a los perdedores, como para seguir aun hoy sin darle a las victimas el lugar que se merecen.”

–Los jóvenes protagonistas consiguen entrevistar al escritor Manuel Rivas y que les cuente lo que pasó. ¿Le conmovió su relato El lápiz del carpintero e influyó de algún modo en su decisión de abordar este documental?

–Manuel Rivas siempre es un referente de compromiso y lucidez ante la historia y la verdad, y esa fue la razón por la que nuestros protagonistas pidieron su participación como experto en el documental. Precisamente el estudio en clase de la obra de Manuel El lapiz del carpintero fue lo que influyó en su decisión. Manuel describe hechos y paisajes muy próximos y reconocibles para los alumnos y alumnas del Instituto Adormideras del que proceden Carlos, Santi, Aitana, Clara, Julia, Luis y Carlos, los protagonistas jóvenes de esta historia.

–También consiguen hablar con el único juez que aceptó las demandas de las víctimas del franquismo, Baltasar Garzón. Ya sabemos que acabó siendo juzgado por el Supremo. ¿No es paradójico? ¿Confía en que los jóvenes no transijan la injusticia y consigan la verdad que les negaron y la justicia y reparación que todavía siguen negando a las familias de las víctimas?

–El intento por acultar la historia no es casualidad. Uno de los aspectos más contundentes del documental es ver cómo el conocimiento de primera mano de los hechos históricos y de la verdad provoca en los protagonistas una reacción de rabia y de compromiso como no habían imaginado. Sin duda el caso Baltasar Garzón es un claro exponente del miedo a la verdad. Su presencia en el documental es muy importante por lo que representa. Desde luego la experiencia de La Huella de los abuelos cambió la percepción de sus protagonistas y está cambiando la de muchos espectadores que tiene ocasión de verla. En palabras de Aitana, una de las protagonistas: “A medida que avanzaba el proyecto mis sentimientos cambiaron radicalmente, pasando de la ignorancia a la rabia, a medida que avanzaba el documental, rabia, por darme cuenta de la injusticia y miedo, eso tambien aumentó, pero sobre todo la rabia, por darme cuenta de en qué pais vivo”

–¿Ha contado con alguna ayuda o patrocinio oficial para rodar el documental? ¿Cómo lo han financiado y qué apoyos ha tenido?

–Con la política actual de destrucción de lo público y de todo lo que represente cultura y conocimiento es dificil encontrar apoyo oficial, ni que decir tiene que especialmente para un documental sobre este tema. Para financiar la película hicimos una pequeña campaña de crowfunding con la que pudimos pagar en parte los honorarios de los magníficos profesionales que trabajaron en el rodaje, y el resto lo financiamos capitalizando nuestros salarios no cobrados. También contamos con el apoyo inicial y logístico de la CRMHA d´C y de otras entidades que aún hoy nos apoyan con la difusión como la Fundación Internacional Baltasar Garzón ( FIBGAR), la Fundación 10 de Marzo, La Fundación 1º de Mayo, la Asociación Memoria Histórica Democrática y la A.C. Fuco Buxán.

–Los protagonistas también reciben información del historiador Emilio Grandío y del presidente de la Comisión por la Recuperación de la Memoria Histórica, Fernando Souto. ¿Cree que la historia y la memoria siguen teniendo enemigos hoy en día? ¿A quién molesta el conocimiento?

–En mi opinión la guerra civil y la dictadura todavía no están superadas. Eso se debe fundamentalmente a la obstinación por no querer resolver algo tan sencillo como abrir los archivos, dejar salir toda la verdad sobre ese dramático período y entregar a las familias los restos de sus seres queridos. En los bajos fondos del partido en el poder, el PP, conviven y por lo que se ve mandan mucho, viejos residuos de una ideología fascista que no permite avanzar en la normalización de una sociedad democrática. En mi opinión la otra pata de esta lamentable mesa es la jerarquía de la iglesia católica española, que tuvo mucho que ver con el golpe del 36 y con la supervivencia de la dictadura. Unos y otros no quieren que se sepa la verdad. Algo tendrán que ocultar. En el documental, Emilio Grandío y Fernando Souto, aportan a los chicos algunas claves de la investigación histórica y el compromiso de las Comisiones por la recuperción de la Memoria Histórica.

El director del filme con Gabriel Toimil, quien falleció el 2 de mayo y aporta su testimonio en la película sobre el fusilamiento de su abuela, Amada García
Xosé Abad con Gabriel Toimil, quien falleció el 2 de mayo y aporta su testimonio. /apegadadosavos.com
–Por cierto, ¿qué opinión le merece que la llamada Ley Orgánica de Mejora de la Calidad Educativa (LOMCE) haya suprimido el Bachillerato de Arte?

–Una decisión que conseguirá que el genio creativo de muchos alumnos y alumnas se vea frustrado o al menos perjudicado. Es una pena que la cerrazón y la avaricia por los privilegios no permitan un pacto de estado que impida los vaivenes en la estructura educativa. Pero de momento lo importante es defender la enseñanza pública de calidad.

–La cinta impresiona por varios motivos, uno, su calidad fotográfica. ¿Se siente más satisfecho de este segundo trabajo –en el primero, O segredo da Frouxeira, narra la historia de cuatro personas fusiladas por los franquistas, cuyos restos no han aparecido–sobre la memoria secuestrada? ¿Cuánto tiempo han empleado en realizarlo?

–O segredo da Frouxeira (El secreto de A Frouxeira) nos sigue sorprendiendo cada día, es un documental que funciona solo a pesar del poquito tiempo que podemos dedicarle. Son piezas muy distintas, en O segredo da Frouxeira se cuenta la historia de la guerra civil desde el interior de una familia y de tres amigos que les ayudan. Esta película sirve para entender muy bien las causas del golpe del 36, la guerra civil y el tremendo sufriento de las víctimas tras la represión posterior. Es una especie de thriler de investigación que nos va desvelando los acontecimientos tal como sucedieron en realidad. A pegada dos avós (La huella de los abuelos) plantea un punto de vista muy diferente y, aunque el viaje de los jovenes está acompañado de dos testigos directos de aquel drama, Mariquiña Villaverde y Gabriel Toimil, el hilo conductor de la historia son los jóvenes, que con su mirada fresca, ponen de actualidad la necesidad de la verdad y la reparación. Por desgracia la memoria se pierde cada vez que desaparece un testigo, como es el caso de Gabriel, que nos dejó el pasado viernes. Pero esta vez su memoria y su huella están salvadas y serán útiles para muchas generaciones. Aprovecho para enviar a su familia, en nombre de todo el equipo nuestra gratitud y agradecimieto por su valentía y testimonio. A pegada dos avós representa casi dos años de trabajo, pero ese largo período de tiempo le aporta perspectiva y madurez al trabajo de los portagonistas.

L’exili republicà

 

[Manuel Leguineche, EL PAÍS, 12-1-2003]

  • Cerca de un millón de hombres, mujeres y niños dejaron España en 1939

  • Conocieron la ‘hospitalidad’ gala, el nazismo y sufrieron los campos de concentración de Hitler

  • Una generación perdida que desaprovechó el capital de 5.000 intelectuales en el exilio

Tras la retirada y el éxodo republicano de España a Francia, los de la División 26 pasaron los primeros días en una fortaleza situada a unos veinte o treinta kilómetros de la frontera española. Las autoridades francesas los llevaron allí con el ánimo de atarles corto y más tarde disgregarlos. Antonio García Barón, natural de Monzón (Huesca), de 80 años, hoy residente en un lugar del Alto Amazonas boliviano, recuerda el último episodio de la Guerra Civil.

“Alguien llamó a la nuestra, la de los anarquistas de Durruti, la División de los Pastores. Por allí cruzamos con nuestros rebaños, por el embudo que se forma entre Seo de Urgel y Puigcerdá. Así dijimos adiós a España,derrotados pero no vencidos. La gente se agolpaba en las orillas para verlos pasar. En Seo de Urgel empezaba una estrecha carretera, que tomamos. Todo eran rumores. Se decía que el ejército francés se aprestaba a cerrar la frontera a cal y canto. Tan sólo los civiles podrían franquearla”.

“El comportamiento de las autoridades francesas fue escandaloso. ‘Pasaremos por las buenas o por las malas’, dijimos. Nos desarmaron o rompimos nuestros fusiles contra los muretes de cemento. Pero antes venderíamos cara nuestra piel. Aquel 10 de febrero de 1939 agotamos nuestras municiones al abrir fuego hasta el último cartucho contra los aviones de Franco desde la misma raya fronteriza, en presencia de los fotógrafos. Vacié el cargador y tiré mi fusil sobre el montón. Yo creo que los de la 26 fuimos los últimos soldados de la República en la sierra. Acarreamos rebaños de vacas, caballos, mulos. Los franceses se quedaron con todo; aunque hay que decir, en honor a la verdad, que más tarde lo devolvieron a España”.

Así terminó la guerra para Antonio García Barón, que se había incorporado a la Columna Durruti a los 14 años, cuando el líder leonés pasó por su pueblo, Monzón. Pero le esperaban otras guerras tal vez más crueles, el combate de nuevo contra los nazis que le pisaban los talones en la Francia ocupada. Luego, cinco años en el campo de exterminio de Mauthausen (Austria). Entraron 8.000 o 9.000 españoles, de los que tan sólo sobrevivieron entre 1.500 y 2.000. Antonio fue uno de ellos. Los vencedores de la Guerra Civil pusieron precio a su cabeza. A su madre le cortaron el pelo y la encerraron en prisión.

Tras la retirada y el éxodo republicano de España a Francia, los de la División 26 pasaron los primeros días en una fortaleza situada a unos veinte o treinta kilómetros de la frontera española.

García Barón construye trincheras en la línea Maginot con las Compañías de Trabajo, trata de escapar junto con las fuerzas británicas en Dunkerque; pero, como tantos otros españoles, queda tirado en la playa mientras contempla desilusionado cómo aquella improvisada flotilla de barcos de fortuna enviada por Churchill surca el canal hacia la salvación en los blancos acantilados de Dover. Intentó abrirse paso hacia los bosques de la Alta Saboya, donde combatían los suyos en el maquis, cuando una patrulla de la Wermacht le hizo prisionero y debió caminar hasta Núremberg. Desde la ciudad de las manifestaciones hitlerianas, en un camión de ganado, le trasladaron a Mauthausen, donde recibió, como todos, un triángulo azul a la altura de pecho y la S de Spanier. A partir de ese momento eran subhombres.

Los fugitivos republicanos, unos 470.000, los de la España peregrina que cruzaron por Cataluña, acampaban en los prados, comían lo que podían, curaban las heridas, se preguntaban qué sería de ellos. Pronto lo sabrían.

A Antonio y a sus compañeros de armas los encerraron en un campamento en el que hicieron acto de presencia unos señores bien vestidos, con sombreros de copa y relojes de bolsillo de oro, armados de máquinas fotográficas de fuelle.

“Parecían, gordos y relucientes, la caricatura de alguna publicación anticapitalista. Regaron el campo de monedas y cigarrillos. Tenían a punto sus máquinas fotográficas para recoger el sublime instante: los harapientos españoles lanzados como locos sobre las monedas. Nadie se movió, nadie se levantó para coger nada. Aquellos señorones redoblaron la rociada de monedas y pitillos. Nada, los refugiados seguimos como estábamos, recostados, tumbados en el suelo, mirándolos con desprecio. Ninguno de nosotros movió un músculo”.

Los guardias franceses o senegaleses requisaron los rebaños de la 26.

“Yo me negué a abandonar mi burro. Llegó un gendarme con aires de mando y ordenó que me bajara. Le respondí que no, que no me apeaba de mi burro. Debió ver mucha determinación en mi voz porque se fue al cabo de un rato. Sólo me bajé al descubrir a dos personas de edad, paisanos de Monzón. Uno de ellos, Simón, era un anciano que me había visto nacer. Le quité los serones al jumento y lo llevé del ronzal. Al llegar a un castillo nos obligaron a desprendernos del asno. Nos retuvieron veinte días. Algunos refugiados llevaban consigo sus guitarras y acordeones. De esta manera, con cantes y música, olvidamos un poco las penas, que eran muchas y profundas, y nuestro lamentable estado físico”.

Llegaba en el campo de Le Vernet, en el Ariege, como en Gurs, Argelés, Saint-Cyprien o Barcarés, Arlés y Prats, la primera oferta para volver a la España de Franco. En esa repatriación tramposa estaban por medio los Cruces de Hierro, los fascistas franceses. La propaganda decía que los que regresaran serían recibidos con los brazos abiertos. Algunos ingenuos picaron el anzuelo.

Así dijimos adiós a España, derrotados pero no vencidos.

“Pronto recibimos noticias de los que decidieron regresar. ‘Volved, no nos ha pasado nada, no nos han hecho nada’. A los primeros no les hicieron nada, en efecto; pero a los segundos y terceros… Leyeron mi nombre por los altavoces: ‘Antonio García, le reclaman en el barracón de mando’. Es una trampa, pensé. Yo tenía un lema: el que se fía es hombre muerto. De modo que repitieron tanto mi nombre que ya por la tarde decidí presentarme. Me salió al paso un oficial del ejercito francés, de expresión afable:

-¿Antonio García? -preguntó-, ¿su segundo apellido?

-Barón.

-A usted es a quien buscamos. Tiene familia en Francia y sus parientes quieren ponerse en contacto con usted. Uno de ellos ha depositado unos miles de francos para que pueda comprarse ropa y se reúna con ellos.

Yo tenía mil moscas detrás de la oreja. El oficial me señaló un coche negro, de cortinillas bajadas, de aspecto fúnebre. Cualquier moribundo podría haber aceptado de buen grado aquel coche para su entierro.

-Antonio García Barón, puede subir al coche. Es usted libre, un hombre afortunado. Puede marcharse.

Al ver mi cara de desconfianza, el oficial se atrevió a echarme un discurso.

-Es usted muy joven, 17 años; tiene toda la vida por delante, dinero y una familia que le acoge. ¿Qué más puede pedir?

-Sí, pero mi porvenir está en América; quiero marcharme lejos de aquí.

-Es menor de edad, le han tachado de la lista de candidatos a la emigración. No sea tonto, suba al coche, donde le harán entrega del dinero”.

Había un pequeño detalle, Antonio no tenía ningún pariente en Francia. En aquel coche funerario, según dice, le esperaban los pistoleros fascistas con las metralletas cargadas. Salió del barracón para correr a refugiarse en el corro de los amigos y camaradas.

“Ese coche’, dije a los de la 26 cuando partió sin mí a una orden del oficial, ‘era mi ataúd”. Unas semanas después, los refugiados empezaron a criar forúnculos y pupas como consecuencia de la pésima alimentación y las condiciones de vida.

“Nos comían los piojos y las chinches en medio de aquel lodazal. La ración de agua era de un cuarto de litro por cabeza y día, 3.000 litros de agua pestilente para 16.000 personas. Eso es lo que nos regalaba el Gobierno socialista francés. Nos trataron muy mal. Cientos de miles de los nuestros, famélicos y andrajosos, vivieron una doble derrota. A algunos les quedó humor y ganas para cantar: ‘Allez, allez, reculez, reculez, / que tengo que echar el pie / desde Cervera a Argelés”.

Llegaban de La Junquera, Puigcerdá, Portbou, a través de Le Perthus o los pasos de montaña para conocer la calidad de la hospitalidad francesa. Fue una vergüenza. El periodista y escritor soviético Ilya Ehrenburg se hizo eco del recibimiento: a cada seis hombres les dieron un pan y una cantimplora de agua sucia. Los trataron con desprecio, mientras que en París el ministro de Asuntos Exteriores de Hitler, el vendedor de champaña Ribbentrop, era objeto de una fastuosa recepción.

Los fugitivos republicanos acampaban en los prados, comían lo que podían, curaban las heridas, se preguntaban qué sería de ellos. Pronto lo sabrían.

“Nos invadieron los piojos, la sarna, las pústulas. Sufrimos de disentería, tifus y otras plagas. Éramos los sales rouges,los sucios rojos, caídos en mala hora sobre las playas y los bancales de arena de Argelés-sur-Mer y otros lugares. Mi compañero, el anarquista Miguel Jiménez, tuvo el valor de dirigir una carta desde la barraca 152 al ministro francés de Interior. Le informaba que los barracones de madera, de piso de tierra, eran de una superficie de 123 metros cuadrados para 110 hombres”.

“Hasta mayo nos tuvieron sobre el fango y en las playas heladas. No había luz ni calefacción bajo la tormenta, el granizo y la nieve, el viento y las ratas, sin retretes y en algunos casos sin barracas o mantas. Nos desparramaron por las playas, nos separaron de las mujeres. Olía a pus, a gangrena, a heridas ulceradas, a pis y a mierda”.

“En la primera oleada de la muerte cayeron unos 35.000 españoles; 150.000 volvieron a España. Los guardianes senegaleses no los perdían de vista. Uno voló por los aires por el efecto de una granada: había matado a tiros a uno de los nuestros. Mientras se despiojaban unos a otros inventaron esta canción: ‘Negros senegaleses, / sois negros como el tizón, / tenéis los ojos amarillos; / la madre que os parió”.

El regreso del campo de exterminio tuvo un cariz muy distinto.

“Yo salí de Mauthausen con 35 kilos y la columna vertebral herida. Era otra Francia la que nos recibía. Se había tragado las heces de su propia derrota y humillación. De Gaulle nos trató mejor que los socialistas. Nuestros compañeros republicanos, más habituados a hacer la guerra, echaron una mano a Francia desde la resistencia. Éramos esqueletos ambulantes. Ahora teníamos solidaridad, ropa, comida, vivienda”.

El viaje desde el hotel Lutecia, hasta entonces uno de los cuarteles generales de los jerarcas nazis, se llevó a cabo desde París hasta Toulouse dos meses después de la liberación de Mauthausen por las tropas norteamericanas. Fue la apoteosis para 1.000 o 1.500 españoles, a los queAlbert Camus, hijo de menorquina, saludaría en su columna en el diarioCombat: “Era un tren especial para los deportados. En cada estación nos recibieron con bandas que tocaban La Marsellesa o la Canción de los guerrilleros; nos colmaron de vino, flores, pasteles. Hombres y mujeres se acercaban hasta nuestras ventanillas con sus regalos, sus besos y sus sonrisas. Fue una reparación moral para los supervivientes de los campos. Ahora los franceses sabían lo que era sufrir”.

En los andenes los esperaban algunos de los 10.000 guerrilleros españoles que combatieron en la resistencia, o que tomaron París con el general Leclerc, con el que avanzaron desde el África central. En el cementerio francés de Bir Hakeim he visto las tumbas de los republicanos españoles, Treviño, Muñoz, Castaño, García, y otros encuadrados en la I Brigada de la Francia Libre. Su sacrificio permitió a los británicos organizar el dispositivo de defensa y ataque contra Rommel en una de las batalla decisivas de la guerra, El Alamein. En el cementerio de guerra británico recogí la frase de un español aliadófilo: “Desde España”, decía, “estuve de corazón cerca de vosotros. Gracias por vuestro sacrificio”.

“De cada cinco guerrilleros de la resistencia francesa”, señaló el ministro inglés Anthony Eden en la Cámara de los Comunes, “tres eran republicanos españoles”. Sus carros de combate al liberar París se llamaban Guadalajara, Madrid, Don Quijote, Belchite o Guernica.Ayudaron a liberar ciudades como París, Toulouse, Vichy, Clermont-Ferrand, La Rochelle, Annecy (donde levantaron un monumento a “les espagnols morts pour la liberté”). Combatieron en la Alta Saboya “por su luz visible”.

“No reivindicaron”, escribe José Ángel Valente desde el cementerio de Glières, “más privilegio que el de morir para que el aire fuera más libre en las alturas y más libres los hombres”.

Formaron parte, como el salmantino Celestino Alfonso, de grupos de resistencia y sabotaje al lado del poeta y obrero en la Citroën el armenio Manouchian, cantado por León Felipe: “Genio prometeico, / que la poesía de esta hora no debe ser música ni medida, sino fuego”.

Alfonso cayó, junto con Manouchian y una veintena de guerrilleros urbanos, en una redada de la Gestapo en París. Los torturaron durante tres meses y los pasaron por las armas en febrero de 1944.

Había un pequeño detalle, Antonio no tenía ningún pariente en Francia. En aquel coche funerario le esperaban los pistoleros fascistas con las metralletas cargadas.

Los guerrilleros españoles hicieron cerca de 10.000 prisioneros y mataron en combate a unos 3.000 nazis. Fueron también españoles los que ocuparon el hotel Continental de París, cuartel general de los alemanes. Von Choltitz rinde su pistola a un voluntario extremeño llamado Antonio González. El historiador Tuñón de Lara calculaba que por lo menos 50.000 españoles se batieron de una manera u otra al lado de Francia. De Gaulle reconoció este sacrificio al condecorar a un guerrillero español a finales de 1944: “Partisano español, en ti saludo a tus bravos compatriotas por vuestro valor, por la sangre vertida por la libertad y por Francia. Por tus sufrimientos eres un héroe francés y español”. Lo serían de nuevo para Francia. El Gobierno de París les puso en la disyuntiva: o a la España de Franco, o al banderín de enganche de la Legión con destino a la guerra de Indochina. En las trincheras de Hughette, en Dien Bien Fu, bajo las baterías y los morterazos del general vietnamita Giap, se escuchaba el canto de los anarquistas españoles: “Si tu madre quiere un rey, / la baraja tiene cuatro…”.

Hubo entre los refugiados quienes se negaron a alistarse en la Legión: habían luchado por la libertad de Francia, pero no lo harían en sus aventuras coloniales ultramarinas.

“La boca me huele a rancho, y el pescuezo, a corbata; / las espaldas, a mochila, y las manos, a fusil”, canta algún recién llegado. Todo eso había terminado. Faltaba muy poco, a pesar del optimismo de Radio España Independiente, estación pirenaica, para que los embajadores volvieran a Madrid, y se instalaran las bases estadounidenses en territorio español. El dictador les era muy necesario al inaugurarse la guerra fría.

Hasta su liberación por las tropas norteamericanas, Antonio García, aliasEl Maño, vivió cinco años de prueba. Más frágil que una mosca, pero más duro que el acero, el hombre que nunca lloró fue uno de los pocos que se salvaron de los internados en Mauthausen, en la primera oleada. Los médicos franceses que lo examinaron tras su liberación no comprendían cómo había podido caminar con la espalda rota. Le dejaron sin nalgas. “Yo recibí varias veces y sin desmayarme los 25 latigazos de rigor. Luego, según las reglas del campo, era obligado dar las gracias al verdugo por su trabajo”. La aldea de Mauthausen, a orillas del Danubio azul, cuyos paisajes admiró Mozart, está situada a pocos kilómetros de Braunnau-Linz, donde nació Hitler. El Séptimo de Caballería llegó a tiempo en la primavera de 1945 para García Barón y sus compañeros. La primavera de Miguel Hernández, de la “herida cerrada y de los panes”.

Los del Comité Internacional de Mauthausen, impulsado por los republicanos españoles que hostigaron a tiros a las tropas nazis en los días finales, colocaron sobre el campo una banda de tela con sábanas de los SS. Francisco Boix, que sería testigo en el proceso de Núremberg, fotografió la pancarta. El texto decía en castellano: “Los españoles antifascistas saludan a las fuerzas libres”.

El Maño, vestido con su traje a rayas, se fue a París para trabajar en la Pathé Marconi. No se quedará en la Europa humeante y en ruinas. ¿Qué hacer en la Europa que ha levantado en 30 años una pirámide de 90 millones de muertos en dos guerras?

Varios países latinoamericanos rechazaron su petición de visado. Se le concede el don de una segunda vida en Bolivia, en un lugar remoto del Amazonas donde el Gobierno de La Paz le contrató para contar relámpagos. Con sus manos campesinas vivió del cultivo del plátano, el arroz, la yuca, el tabaco. Se casó con Irma, de sangre india, nieta de un japonés que combatió en la guerra del Chaco, con la que ha tenido cinco hijos.

No lejos de allí, en Caranavi, Mariano Mustieles, alma gemela de Antonio, también aragonés, cenetista, de la 26, empezó una nueva vida. La madrugada de un día de diciembre de 1943 le fusilaron ante el muro del panteón de Joaquín Costa en el cementerio de Torrero. Cuando le llevaban hacia la tapia gritó: “¡Viva la República!”, como sus tres compañeros de la cárcel de Zaragoza. Le pusieron contra el muro, sonó la descarga y Mariano cayó sobre la grava. Despertó entre cadáveres cuando le llevaban a la fosa común sobre la caja de un camión. Se hizo el muerto. Le metieron en un ataúd. De un golpe con las rodillas hizo saltar la tapa, y Mariano se puso a gritar socorro. El disparo, que le atravesó el pecho, no interesó órganos vitales. Llamaron a un guardia civil para que le diera el tiro de gracia, pero tuvo suerte: el guardia se negó en redondo. A Mustieles le perdonaron la vida a petición del capellán castrense: si se casaba por la Iglesia con su compañera, le conmutarían la pena capital por la de cadena perpetua.

Pasó por varios campos de concentración. En 1948 huyó a Francia con su mujer y su hija. Desde allí, con la ayuda del IRO (Organización Internacional para los Refugiados), viajó a Bolivia, donde le esperaba un trozo de tierra que cultivar.

Francisco Boix, que sería testigo en el proceso de Núremberg, fotografió la pancarta. El texto decía en castellano: “Los españoles antifascistas saludan a las fuerzas libres”.

Antonio Machado. Entre los que se retiran desde Valencia, cuando un Madrid agonizante resiste aún, está el poeta Antonio Machado. Haces luminosos sesgaban la oscuridad del cielo. Se oyeron descargas de artillería pesada que hicieron trepidar el suelo. Machado, enfermo de los pulmones, vestido de negro, con sombrero y bastón, a duras penas se tenía en pie. “Noto que mi cuerpo se va poniendo en ridículo”, dirá avergonzado. El poeta; su anciana madre, Ana Ruiz; su hermano José, y su cuñada Matea, emprenden el camino definitivo del exilio.

En éxodo interminable se le unen, entre otros, el periodista Corpus Barga, el lingüista Navarro Tomás o Xirau, que escribirá sobre la triste retirada: “Cerca de la frontera, los chóferes de las ambulancias nos abandonaron en medio de la carretera, sin equipaje ni dinero, al anochecer, junto a una elevada escollera a lo largo del mar en medio de una muchedumbre que se empujaba”.

El frío es intenso, llueve a cántaros: “La madre de don Antonio, de 85 años, con el pelo empapado, era una belleza trágica. Entramos en Francia sin dinero ni documentos. Nos dieron pan blanco y queso. Los refugiados llegan al hotel Quintana de Colliure. Madame Quintana hizo todo lo posible para aliviar las penas de los exiliados”.

Tres semanas después falleció don Antonio en el hotel. Tenía 63 años. “Cuando Antonio expiró, como la habitación del hotel era pequeña”, habla Matea, “tuvieron que sacar el cadáver alzándolo sobre la cama en la que mamá Ana estaba inconsciente. Luego fue amortajado en una sábana porque así lo quiso José al interpretar aquella frase que un día dijera Antonio a propósito de las pompas innecesarias de algunos enterramientos: ‘Para enterrar a una persona, con envolverla en una sábana es suficiente”. Su madre le siguió tres días más tarde.

Antonio Machado, poeta español. Murió aquí el 22 de febrero de 1939″, se lee en una placa sobre el porche de la casa de tres pisos. Sucedió a las tres y media de la tarde. Congestión pulmonar. La madre del profesor de francés y autor de Campos de Castilla había preguntado cuando entraban en Colliure: “¿Llegaremos pronto a Sevilla?”.

Pocos días después, José Machado encontró en el bolsillo del gabán de su hermano un trozo de papel en el que se leían las palabras: “Estos días azules y este sol de la infancia”. Al lado aparecía la frase: “Ser o no ser…”, y cuatro versos ya publicados en Otras canciones de Guiomar, en los que introdujo la variante “y te daré” en lugar de “y te enviaré” de la versión original: “Y te daré una canción: / Se canta lo que se pierde / Con un papagayo verde / Que la diga en tu balcón”.

El hotel Quintana estaba cerrado cuando pasamos por allí. “Lo abren sólo en verano”, nos informó un transeúnte. Al llegar al pie de la tumba de Machado, en el cementerio de Colliure, comprobamos que no le faltaban flores recién cortadas, y allí fueron también a parar las nuestras.

Los náufragos. Antonio Machado fue uno de los primeros muertos del exilio. El de 1939 fue, según Juan Marichal, “un episodio enteramente nuevo en la historia de España -y que no se repetirá jamás- por sus consecuencias intelectuales. La España de 1936 había alcanzado el punto más alto de su cultura desde el siglo de Cervantes y Velázquez”. En el terreno del pensamiento puede afirmarse que España estaba en el punto más alto de toda su historia intelectual. Un pensamiento al que Ortegallamó “de los náufragos”. Una “meditación de retorno” que otro ilustre exiliado, Araquistáin, llamó “Numancia errante que prefiere morir a darse por vencida”. Américo Castro escribió: “No habrá paz para nosotros. Y justamente están condenados a no gozar de ella los hombres de buena voluntad. Cada raza, su sino”.

Fue la más importante de la larga serie de emigraciones nacionales de los siglos XIX y XX. En la nómina de los que llegan a América, el periodista republicano Eduardo de Guzmán cuenta 208 catedráticos, 501 maestros, 375 médicos, 214 ingenieros, 434 abogados, 109 escritores, 28 arquitectos, 361 técnicos y centenares de periodistas, militares, investigadores y sabios.

En El exilio español de 1939, José Luis Abellán calculó en 5.000 el número de los intelectuales que salieron, “entendiendo por tales aquellos que tuvieran una cierta notoriedad en profesiones liberales, artísticas, científicas y docentes”. Dos exiliados obtendrán el Premio Nobel con posterioridad a 1936, Juan Ramón Jiménez -que muere en 1958 en la que llamó “la isla de la simpatía”, Puerto Rico- y Severo Ochoa.

En el exilio figuran, entre otros, según el recuento de Guzmán, músicos como Pau Casals, Esplá o Cristóbal Halffter; artistas como Picasso, Arteta y Alberto; escultores como Julio González o Lobo; historiadores como Madariaga, Rafael Altamira, Sánchez Albornoz o Américo Castro; poetas como León Felipe, Altolaguirre, Cernuda, Salinas y Alberti; escritores como Barea, Sender, María Zambrano, María Teresa León, Max Aub, Serrano Poncela, Bergamín, Corpus Barga, Andújar o Ayala; filósofos como Recasens Sitges, Gaos o García Bacca; médicos como Trueta, Negrín, Lafora, Pío del Río Ortega, Méndez y Otero; químicos como Medinabeitia, Moles y Giral; juristas como Jiménez de Asúa, Sánchez Román y Osorio; cineastas como Luis Buñuel o Carlos Vélez; pedagogos como Barnés y Álvarez Santullano; hombres de ciencia como Arturo Duperier, Blas Cabrera, Ignacio y Cándido Bolívar, Boch Gimpera o Millares Carlos.

Pasó por varios campos de concentración. En 1948 huyó a Francia con su mujer y su hija.

Han zarpado desde el sur a toda prisa para hallar refugio en los territorios franceses del norte de África. El 70% son encerrados en campos de concentración; se incorporan a las compañías de fortificaciones e incluso al ejército francés, sobre todo en la Legión Extranjera, unos 600.

Grupos de cenetistas combatirán en la Alta Saboya contra los nazis. En Narvik (Noruega) se baten contra la invasión nazi con la 13 Semibrigada de la Legión Extranjera al lado del ejército francés. A Rusia irán los militantes del partido, excombatientes de la Guerra Civil, que se unirán a Stalin cuando Hitler invade la URSS. En la batalla de Stalingrado cayó, entre otros, el hijo de Pasionaria, Rubén Ruiz Ibárruri, y en otro teatro de operaciones, Santiago de Paúl Nelken, hijo de Margarita Nelken, diputada a Cortes que en 1937 ingresó en el Partido Comunista.

Unos fueron héroes de la URSS; otros de entre los niños de la guerra,empujados por el hambre y la desesperación, fueron antihéroes, delincuentes, ladrones empujados al robo por el hambre. Todo había ido bien hasta la guerra entre Hitler y Stalin, hasta que sonó el sálvese quien pueda. Un total de 4.124 españoles llegaron a la URSS entre 1937 y 1939. De ellos, 1.239 eran emigrantes políticos, y 2.895, niños. Algunos excombatientes durante y después de la guerra mundial se pasaron meses o años en los lager estalinistas, los campos de concentración. Eran sospechosos de espionaje, de tibieza revolucionaria, de indisciplina o nacionalismo, de traición, por el simple hecho de que deseaban volver a Europa o México. Pasionaria puso condiciones muy duras para que salieran.

Francia acogió sobre todo a trabajadores, a proletarios. El campo y la industria necesitan brazos, aunque los patronos les regatean los salarios.

Quince mil exiliados encuentran su nueva patria en la que proféticamente se llamó la Nueva España. Los “desnudos y errantes por el mundo” de León Felipe, socialistas, comunistas, anarquistas y nacionalistas gallegos, vascos y catalanes, fieles al ideal republicano, pasan del destierro al transtierro, según el neologismo de José Gaos. Se han trasladado de una tierra de la patria a otra. Han encontrado “la patria del destino”. A partir de febrero de 1939, el México del presidente Lázaro Cárdenas va a comportarse con ejemplar generosidad.

Concha Méndez. La poetisa Concha Méndez, natural de San Sebastián (1898-1986), perdida la guerra, viaja con su marido, el poeta Manuel Altolaguirre, hacia Inglaterra, Francia, Argentina, Brasil, Cuba, México. Gerardo Diego la incluyó en su Antología de 1932. Fue novia de Buñueldurante seis años, y García Lorca se la presentó en El Henar a su amigo, poeta y editor del 27, el malagueño Manuel Altolaguirre (1905-1959). Su último libro, recuerda Margarita Smerdou, Soñar y vivir, lo publicó Concha en 1981. Falleció en México el día de los Santos Inocentes de 1986.

En cuanto a Altolaguirre, también productor y director de cine, volvió a España en 1959 para presentar en el Festival de San Sebastián su películaEl cantar de los cantares sobre el texto de Fray Luis de León. En 1952 había ganado en Cannes el premio al mejor argumento por Subida al cielo,que dirigió Luis Buñuel. El 26 de julio de 1959, el autor de Poemas de las islas invitadas murió en Burgos en un accidente de coche.

La autora de Sombras y sueños o Lluvias enlazadas contó de esta manera la desgarradura del exilio. Se reproduce tal y como ella misma lo presentó.

“Mientras trabajaba en Barcelona como oficial de primera del cuerpo técnico y administrativo de la sección de América tuve que dejar a mi hija Paloma en una guardería. Iba a verla todos los días, y cuando me despedía de ella, me decía llorando: ‘¡Ay, mi Conchita!, ¡ay, mi Manolito!’. La niñera se preguntaba si aquellas personas eran mis primos. ‘Somos su padre y yo’, dije”.

“Al poco tiempo me llaman por teléfono para decirme que Manolo está enfermo con principio de tuberculosis y que lo han llevado a una granja para que tome leche y sol. Como no quería que estuviera solo decidí que volveríamos al monasterio que nos habían ofrecido para que se recuperara. Con nosotros vinieron Gaya, el pintor; el poeta Gil-Albert, y Bernabé Fernández Canivell, quien tenía que esconderse porque estaba en peligro su vida”.

“El tabaco valía más que la moneda, y lo utilizábamos para intercambiarlo por comida en los pueblos. Muchas veces vino a pasar el día con nosotros el pintor mexicano Álvaro Siqueiros”.

“Nos llega la noticia de que los fascistas se están acercando a Cataluña. El matrimonio que cuidaba el monasterio era localista, y cuando se acercaron las tropas de Franco se le oyó decir: ‘Que tomen España, bueno;pero Cataluña, que no es España, no‘. Tres meses después, cuando ya se había recuperado, tuvimos que ir a Barcelona a tomar un tren. Como era peligroso que mucha gente se movilizara al mismo tiempo, Gaya no quiso que su mujer y la niña salieran el mismo día que nosotros, y un día después atravesaron el campo a solas. Al llegar a la ciudad supimos que en el camino había caído una bomba que le cortó las piernas a la mujer, y ahí se quedó desangrándose hasta que murió. La niña fue reconocida y recogida por un soldado, amigo de su padre. Por donde se mirara, todo era triste”.

“Conseguimos un tren hasta Figueras. Al entrar en la estación nos encontramos a un matrimonio con dos niñas que lloraban de hambre. Al estar hablando con ellos, me doy cuenta de que Manolo ha desaparecido, y yo con la preocupación de que el tren llegaría sin estar él. Al rato lo veo aparecer con una olla de patatas hervidas que habíamos dejado en casa para las niñas”.

“Llegó el tren. Íbamos a subirnos a los vagones últimos, pero, por un presentimiento, abordamos el centro, y fue que al llegar a la última estación de Barcelona cayó una bomba en la cola del convoy, llegando destrozados los vagones, la gente muerta y los heridos dando gritos. El tren continuó su marcha; una vez más, el destino cuidaba de nosotros. Por los aires pasaban pájaros negros, como eran llamados los aviones de bombardeo por los campesinos; pasaban tirando, y todas las bombas cayeron junto al río”.

“Figueras era un pueblo pequeño, tan chico que la mayor parte de la gente que llegaba no encontró lugar para esconderse. No había hoteles ni casas de huéspedes. Nosotros dimos con un cuarto con tres camas. Manolo estaba derrotadísimo, traía los zapatos rotos y caminaba casi con los pies descalzos. Era invierno. Derrotado porque poco antes habían matado a su hermano, los republicanos lo habían fusilado. Lo detuvieron y lo llevaron con un grupo de hombres. Su mujer había conseguido un salvoconducto para rescatarlo, pero cuando llegó al cuartel, cualquiera le dijo: ‘Mire, en aquel basurero están las carteras de los hombres que han fusilado hoy; si no encuentra la de su marido es que aún está con vida’. La pobre mujer se fue a buscar, y la última cartera era la suya. Lo peor de la guerra es que las ideologías separan a las familias”.

“Manolo consiguió que yo atravesara la frontera con la niña en el coche de unos diplomáticos belgas. Íbamos, y las bombas caían sobre la gente que iba a pie; caían sobre familias enteras, sobre niños y viejos que intentaban llegar a la frontera; el camino era largo y no todos llegaron. En uno de los trechos de la carretera nos paramos con el coche. Acababa de caer una bomba sobre una familia: todos estaban muertos salvo un niño de brazos. La chica belga, viendo que se movía, lo tomó para llevarlo con nosotros, y apenas alzado, murió. Llegamos a Francia. No teniendo donde ir, me senté con mi niña en una banca; entonces apareció un pintor mexicano que había conocido en el hotel Majestic, y se sentó con nosotros. En eso vinoun tren que recogía refugiados españoles para trasladarlos a los campos de concentración. Éramos otra vez prisioneros. Los tomaban por la fuerza y los subían al tren. Y en eso que mi niña empieza a llorar, y se acerca un guardia civil a pedirme los documentos, y fue porque le hablé en francés, porque lo había aprendido desde niña en el colegio, y por aquel abrigo de piel, que me hacía parecer una mujer adinerada. Así me libré de que nos tomaran presos”.

“Cuando llegué a París”, continúa la esposa de Manuel Altolaguirre su relato, “llamé a la Embajada para dejar mi dirección; estaba preocupada, casi loca, porque habían publicado una nota en el periódico anunciando la muerte de Manolo. Pasaron días y al fin recibí la noticia de que se encontraba en un campo de concentración. Los intelectuales franceses lo rescataron y llegó a París. Apareció en el hotel con un abrigo negro y la cara transformada, nervioso, en un estado mental que daba miedo. Fue esa noche cuando me confió cómo había caminado por la nieve con los pies congelados. Durante días caminaba desesperado al ver a su paso niños famélicos y muertos; hasta que encontró un campo de concentración, al que se metió él mismo. Al entrar quiso darles de beber a unas personas que estaban casi muertas. Era invierno y por el frío llevaba puesta toda la ropa que tenía, y todos empezaron a reírse de él. Entonces, con aquel frío, empezó a quitarse, una a una, todas las prendas, hasta quedar desnudo; loco, en el campo aquel, frente a toda la gente, se sentó junto al fuego que ardía para calentarse. Después lo rescataron y lo metieron en un hospital psiquiátrico, en el que pasó una temporada. Llegó derrotadísimo, cuando la guerra había terminado”.

 

El siglo de ‘los abajo firmantes’ [Santos Juliá]

 

Santos Juliá narra en su nuevo ensayo la historia reciente de España a través de los manifiestos de intelectuales, desde el desastre del 98 hasta el inicio de la crisis actual

De izquierda a derecha:. El ministro de Trabajo, Largo Caballero, Unamuno y el titular de Hacienda, Indalecio Prieto, durante la manifestación del Primero de Mayo de 1931.

 

[Tereixa Constenla, EL PAÍS, 27-3-2014]

Entre la carta que Unamuno escribió en noviembre de 1896 para apelar a la clemencia de Cánovas del Castillo a favor de un anarquista predestinado a pagar por otros y el manifiesto de Convocatoria Cívica, presentado en el Ateneo de Madrid en julio de 2013 en defensa de “otro camino” para salir de la crisis y fortalecer la democracia, hay una cuerda de la que ha tirado Santos Juliá para escribir su nuevo ensayo:Nosotros, los abajo firmantes. Una historia de España a través de manifiestos y protestas(Galaxia Gutenberg).

Desde aquel extremo decimonónico nada, ni siquiera las etapas de mordaza democrática (las dos dictaduras y la guerra), ha roto la cuerda que lleva del desastre político del 98 al desastre económico de 2008. Así que Juliá reconstruye las convulsiones del pasado reciente a partir de 446 escritos (manifiestos, cartas, artículos, declaraciones…) que representan una voz colectiva y que aspiran a influir sobre las acciones de gobierno. “La primera vez que se sustantiva en un documento público la palabra intelectual es en la carta de Unamuno. En Francia ocurre en torno al caso Dreyfus, cuando se da la primera manifestación colectiva de los intelectuales. El equivalente español será con la Generación del 14, aquí se da una pequeña gran guerra de palabras entre aliadófilos y germanófilos”, expone el historiador. “Nos hacemos solidarios de la causa de los aliados, en cuanto representa los ideales de la justicia, coincidiendo con los más hondos e ineludibles intereses políticos de la nación”, voceaban desde la revista España en julio de 1915 Ortega y Gasset, Pérez Galdós, Romero de Torres, Unamuno, Machado, Falla o Pittaluga. “Afirmando la neutralidad del Estado español, se complacen en manifestar la más rendida admiración y simpatía por la grandeza del pueblo germánico, cuyos intereses son perfectamente armónicos con los de España” replicaban cinco meses después desde Abc Benavente y Vázquez de Mella, entre otros.

Hasta este intercambio de puyas públicas, y con pocas excepciones (en Cataluña), los intelectuales se habían expresado de forma individual. Cada integrante de la Generación del 98 lloró y reflexionó por su cuenta. Pero la carrera de El Llanero Solitario se extingue con ellos. A partir de la Primera Guerra Mundial lo colectivo se impone. Se registran alianzas que hoy asombrarían como la que observa Juliá durante la dictadura de Primo de RiveraLo insólito fue que los intelectuales, que no habían manifestado oposición ni levantado lamento alguno por las libertades perdidas ni por el Parlamento cerrado, se mostraron de pronto muy numerosos y unidos en defensa de la lengua catalana, que el dictador había proscrito de actos y documentos oficiales y cuyo uso en las escuelas de primera enseñanza había prohibido”.

En los treinta florecen los llamamientos políticos de pensadores. Desde las filas conservadoras, adormecidas hasta entonces, emergen voces como la del escritor José María Pemán que, en 1932, ataca al gremio: “En lugar de enfrentarse valientemente con la masa y aprovechar su nombre y su prestigio para imponerle sus ideas selectas, limitadoras de los excesos, el intelectual lo que ha hecho es decorar con su prestigio y con su nombre las ideas mediocres que la masa le imponía a él”. En aquel marco internacional de pugna (también teórica) entre fascismo y comunismo, España aporta su singular grano de arena. “El peso de los intelectuales católicos será muy importante, con corrientes muy combativas que defienden el exterminio del adversario. Esto le da un carácter a la guerra que hace que no solo se pueda reducir al fascismo/antifascismo, sino también al ser o no católico”, explica Juliá. La derecha exalta la nación. La izquierda, el pueblo. “Este levantamiento criminal de militarismo, clericalismo y aristocratismo de casta contra la República democrática, contra el pueblo, representado por su Gobierno del Frente Popular, ha encontrado en los procedimientos fascistas la novedad de fortalecer todos aquellos elementos mortales de nuestra historia…”, sostienen en La Voz el 30 de julio de 1936, entre otros, Gómez de la Serna, Chacel, Buñuel, Halffter o Dieste.

La dictadura de Franco trasladó las protestas al exilio. Juliá aprecia dos etapas. Hasta 1953 los desterrados reclaman un retorno de la República de la mano de los aliados. “Eso pierde fuerza a medida que se convencen de que no tendrá viabilidad”, señala el autor de Historias de las dos Españas, el libro de 2004 que motivó su inicial recopilación de escritos que con el tiempo alimentarían el actual ensayo. Las revueltas estudiantiles de 1956 confirman la inflexión, como delata esta firma: “Nosotros, hijos de los vencedores y los vencidos”. “La mirada ya no se dirige a los aliados, sino al interior. Empieza la teoría de los puentes y, a partir de los sesenta, proliferan los manifiestos firmados por gente que está dentro y fuera que plantean demandas concretas”, indica Juliá. Comienza “la lucha firmada”, en palabras de Javier Pradera. Uno de los ejemplos tempranos es una carta de mayo de 1962, a raíz de una huelga minera, suscrita por Menéndez Pidal, Cela, Laín Entralgo, Aleixandre, Gil-Robles, Bergamín, Marías, Sastre, Saura, Torrente Ballester o Ridruejo.

La democracia mantuvo el vigor del sujeto colectivo, aunque se perciben cambios. “Se acrecienta la importancia de la gente del mundo del espectáculo o trabajadores de la cultura, que ya había comenzado a finales del franquismo. En un mismo manifiesto podemos encontrar juntos a Sara Montiel y Aranguren, o a Cela y Ana Belén”. Culmina ese momento con el Manifiesto por el Cambio de 1982, el último en el que las diferencias partidistas no dividían en bandos a los intelectuales. Luego llegaron decepciones (el ingreso en la OTAN, la continuidad del terrorismo de ETA, las cuestiones territoriales, la guerra de Irak…) y revoluciones tecnológicas (Internet). “Del intelectual-profeta se pasa al observador comprometido con valores universales. Con la Red se multiplican los manifiestos. Puede provocar una banalización y ruido, pero es un elemento movilizador como nunca ha habido, como vimos con la defensa de la sanidad pública en Madrid. Aumenta la conciencia crítica, muy importante para la consolidación de la democracia del futuro. El intelectual ya no tiene púlpito pero sí un lugar en el escenario”.