Teatro contra el olvido
Pareciera que la comedia se diese de tortas con la comedia. Cosa extraña y coplera es ésta de mezclar guerras y comedias. Los muertos ganan en número al de los vivos, es cosa cierta según las estadísticas establecidas entre cadáveres, momias y esqueletos desaparecidos o borrados: cuanto más reciente el muerto, más inquieta al vivo y sus remordimientos. Saludan su ausencia las cosas que tocó, los seres que conoció hasta perderse en la nada.
Los muertos veteranos, antiguos, ya casi no son muertos ni nada, pues sobre sus huesos descarnados se posó hace mucho el pájaro del olvido. Guerra no dan ninguna, y temor tampoco, pues perdieron no sólo todo el peligro que llevaban de vivos, sino también todo su poder evocador; y transmitir, lo que se dice transmitir, sólo transmiten algo, el lejano eco del tiempo, seguramente, a los historiadores y a los antropólogos, pues los forenses, que también están en el ajo, prefieren los muertos un poco vivos todavía, aquellos que conservan casi todas las señas de su anterior identidad y, lo que es más interesante, la explicación exacta de su abandono del mundo.
Pero, como siempre en la vida tiene que haber un “pero”, el del dramaturgo que escribe contra el olvido de la historia, sentado en su mesa de trabajo escribe y escribe contra el olvido, contra la nada, contra la ausencia, contra… abriendo las persianas de la emoción. Con sus pesquisas literarias muele a palabras el tiempo que se nos fue, y los muertos-muertos resucitan en la escena como ocurre hasta el uno de abril en el Teatre Nou Tantarantana, donde se representa la revisión de “¡Ay, Carmela!”. Se recuerda a los muertos, muertos dados de baja en el estadillo de los vivos, la expectación morbosa de encontrarse en escena dos cómicos hechos de la materia de la condición humana, lejos quedan los héroes de cartón piedra, son personas que aparecen en escena de la mano del valenciano José Sanchis Sinesterra: fueron muertos de la Guerra Civil.
La verdad es que en aquellas fechas funestas nos matamos tanto, sembramos de tal modo el suelo de difuntos, agujereamos tanto el cielo para meter a las víctimas del desastre, que los actores no podía ser una excepción. Carmela, interpretada de forma pasmosamente maravillosa por Pilar Martínez, es un ánima que deambula por el teatro vacío, fantasmal. Por fortuna, Paulino (el gran Pep Molina), siempre con la más intima tristeza y cobardía, conversa para conservar su viveza en medio del repugnante lodazal humano de nuestra Guerra Civil, luchando contra la nada, los huesos y el polvo, y la soledad remota, y el olvido.
“¡Ay, Carmela!, teatro contra el olvido en el Nou Tantarantana. Un trabajo de actores que es una maravilla, una de las versiones de la pieza más inteligente y estimulante. Teatro para recordar mayormente, hay que repetirle al espectador que no queda otra salida que huir hacia adelante, declararle la guerra al olvido y dedicar una tarde de sus vidas a revivir la emoción, los sabores, las lágrimas y las sonrisas de un tiempo que fue el nuestro. Si no lo tenemos presente,eee caeremos mañana en los errores del ayer.
J. A. Aguado