Somos unas ratas y otros episodios de horror publicitario
En los años setenta Peter Turrini (1944) crea “Caça de rates”, una crítica impresionante a la sociedad de consumo, de acción rítmica y estructura implacable. La pieza es un ejercicio de contar toda la vaciedad de nuestras vidas, como medio de autoanálisis, exorcismo y liberación final, que tuvo mucho que ver con la propia peripecia vital de un dramaturgo que empezó escribiendo en agencias de publicidad. Precisamente la publicidad nos crea paraísos artificiales a los que nos enganchamos en nuestra búsqueda del mundo feliz, por eso el consumo innecesario de productos publicitados que en realidad no nos hacen ninguna falta se convierte en una barrera que sofoca nuestros incendios interiores más íntimos.
En esta primera pieza, que treinta años después de haber sido escrita se representa en la sala Beckett, el dramaturgo vienés quiso indicar, bosquejar, insinuar, aludir… pero su ópera prima es una invectiva salvaje contra la publicidad en general, contra la sociedad de consumo y contra las máscaras que continuamente nos ponemos para ocultar nuestras verdaderas señas de identidad.
Se trata de una pieza espeluznante, en la que los sentimientos más compartidos con los espectadores son los de horror y asco ante tanto detritus humano. La sala Beckett estrena estos días la versión catalana de una historia que no ha perdido actualidad, bien al contrario, la peripecia de esta pareja, hombre y mujer (Josep Julien y Maria Lucchetti), nos retrata a nosotros mismos. Los dos tratan de dilucidar el misterio de sus personalidades, en sus largos momentos de contemplación de la basura urbana a las afueras, con el motor parado, en el coche, los focos encendidos, la música sonando y las escopetas en el asiento de atrás, cargadas, siempre dispuestas para que su amo dispare a las ratas que circulan por allí.
¿Cómo expresar el verdadero carácter de la sociedad de consumo? Dicho de otro modo: ¿qué mejor metáfora de nuestra realidad de teletienda que la metáfora de las ratas? Esto no es sólo una analogía o los términos de una comparación que a lo sumo permitan al espectador hacerse una idea que una vertedero con realismo sucio, sino que es también un camino hacia el alma de la realidad. Por eso el escenario no podía ser otro que un espacio transformado en una cloaca, un basurero.
Las reseñas críticas, en su afán de orientar al espectador con un gasto mínimo de energía analítica, refieren la obra de Peter Turrini a la de autores como Peter Handke o el propio Thomas Bernhard (modelo de intelectual austriaco inconformista). El teatro de Peter Turrini tiene autonomía más que suficiente para no precisar de referencias ajenas a su propia entidad, es el abanderado de la libertad en las artes, el final de la obra donde intervienen dos actores más (Andrés Moreno y Marc Rodríguez) así lo atestigua. Destaquemos, finalmente, la calidad de la adaptación al catalán realizada por Eugeni Bou, tanto más excelente cuanto más endiabladas son las dificultades a las que sin duda ha tenido que hacer frente.
J. A. Aguado