RICARDO III O EL GENIO DE PEDRO MAS
El actor mallorquín Pedro Mas realizó una demostración de cómo un actor puede crecer en escena hasta llegar a la interpretación redonda. Convencido de que Shakespeare no es más que una cáscara vacía, Pedro Mas rellenó con la fuerza de los sentimientos todos los lugares de la pieza para obtener una interpretación monstruosa, arriesgada y merecedora de un aplauso fulgurante.
Ricardo III pudo estrenarse en 1592, y en 1597 se publicó con el título de “La tragedia del rey Ricardo III”. Pese al tiempo transcurrido, si hacemos una lectura en clave política sobre las situaciones del poder, sigue teniendo vigencia su aguda sátira de la lucha por el poder y su inteligente examen de las raíces del corazón humano.
Pedro Mas nos presenta a un Ricardo III hábil en sus traicioneras conspiraciones contra su hermano Clarence, interpretado por Francesc Ollé, y como lamentable asesino de sus inocentes sobrinos, su tiránica usurpación, además de su detestada vida y su muy merecida muerte. En Ricardo III la maldad es una absoluta venganza del personaje contra el mundo por haber nacido deforme, deformidad que el actor mallorquín transmite inteligentemente al espectador.
El espectador inglés de entonces sabía por adelantado el argumento, pero los espectadores que asistieron al Teatre Alegria podían enredarse en el arranque. En la guerra de las Dos Rosas, la casa de Lancaster (los Plantagenet) había prevalecido sobre la casa de York, no sin crueldad: Enrique VI y su hijo el príncipe de Gales, Eduardo, cayeron por mano del nuevo rey, Eduardo IV, y sus hermanos Ricardo (luego Ricardo III, duque de Gloucester) y Clarence. Aquel Eduardo había sido apuñalado por estos: el rey Enrique VI aparece muerto en la segunda escena del primer acto, cuyo cadáver estaba acompañado por su nuera Ana, viuda de aquel Eduardo de Lancaster. Ricardo la acosa brutalmente para que se case con él, aunque no niega haber matado a su marido, y consigue que ella acepte. Luego aparecerá la viuda de Enrique VI, Margarita, para maldecir a los de York y ver luego el cumplimiento de sus predicciones. Mientras, el nuevo rey Eduardo IV está gravemente enfermo: Ricardo le hace creer que su común hermano Clarence conspira contra él, consiguiendo orden para su encarcelamiento y luego su muerte sin que la víctima sospeche de Ricardo, hasta que su ejecutor se lo dice, antes de matarlo y tirar su cadáver a un tonel de malvasía. En todas estas escenas, Ricardo aparece como un gran cínico más que como astuto criminal: empezando por el famoso monólogo en que se presenta al público cargado de odio hacia todos por tener tan mala figura, sigue después en el mismo tono en su encuentro con Ana, la viuda del por él apuñalado Eduardo de Lancaster, que va siguiendo el cadáver de su suegro Enrique VI, y a la que, en un diálogo de insulto por parte de ella y de brutales acosos por parte de él, impone su voluntad de casarse con ella. El actor Pedro Mas realizó en todos estos momentos una exhibición del abundante talento que tiene en su sangre para convertir un drama histórico en una epopeya, y todo ello si dejar de ser, de una manera fascinante, un recién nacido, al que no debemos de dejar de seguirle la pista porque seguro que dará mucho que hablar.
J. A. Aguado