Cuando me vaya… no quiero ser estatua, ni cuadro, ni vitrina, sólo si acaso de saco una cortina que te entorne la luz para que duermas. Quisiera convertirme en tu linterna y serte útil cuando no ves claro, eso y sólo dormirme en tu costado y amanecer rezando en tu cadera. Quisiera ser la lluvia en tu pradera o tú mi lluvia o yo tu mar y tú mi barco o al revés, jugar, ser siempre un niño que en el amor me crezco, quisiera ser, todo lo que ya soy y aún no merezco.
Para paladear lo que pasó, que no se escapara nada, quedé callada. Para que no se escapara… el beso que me daba pasé la lengua por mi boca para lamer la huella de su caricia loca. ¡Vaya faena! ¡Estoy pasmada! De pronto vuelvo a estar enamorada.
Mis mejores poemas, solo los lee una persona; son unas cartas tontas con mucho amor por dentro faltas de ortografía y agonía precoz.
Mis mejores poemas no son tales, son cartas, que escribo porque eso, porque no puedo hablar, porque siempre está lejos… como todo lo bueno —que todo lo que vale nunca está— como Dios como el mar. Soy de Castilla y tengo un cardo por el alma, pero quiero tener un olivo en lavoz; soy de Castilla seca, soy tierra castellana, pero quiero tener a mi amor en mi amor. Da risa decir eso, AMOR, a estas horas, AMOR a estas alturas de inmobiliaria y comité, pero yo digo AMOR AMOR: sé lo que digo.
—Mis mejores poemas son cartas que lloré—. Un poema se escribe, una carta se llora, una noche se puede parir o desnacer. Yo parí y he robado —he hecho de todo un poco— pero mi mejor verso… ——————————— un Telegrama es.
Hemos de procurar no mentir mucho. Sé que a veces mentimos para no hacer un muerto, para no hacer un hijo o evitar una guerra.
De pequeña mentía con mentiras de azúcar, decía a las amigas: —Tengo cuarto de baño—, mi casa era pobre, con el retrete fuera. —Mi padre es ingeniero— y era solo fumista, ¡pero yo le veía ingeniero ingenioso!
Me costó la costumbre de arrancar la mentira, me tejí un vestido de verdad que me cubre, a veces voy desnuda.
Estoy más bien mal como pájaro en la mano de un niño, como pez en la playa, como huérfano en asilo. Estoy mal sin amor. Sin buen amor, porque cerveza tengo cuando lo quiera yo.
Mis manos son dos aves, a lo mejor palomas. Que buscan por el aire una luz en la sombra. Mis manos al mirarte, quedaron pensativas, yo temo que enloquezcan si es que en ti no se posan.
El camello se pinchó con un cardo del camino y el mecánico Melchor le dio vino.
Baltasar fue a repostar más allá del quinto pino e intranquilo el gran Melchor consultaba su “Longinos”‘.
¡No llegamos, no llegamos, y el “Santo Parto” ha venido! Son las doce y tres minutos y tres reyes se han perdido.
El camello cojeando más medio muerto que vivo va espeluchando su felpa entre los troncos de olivos.
Acercándose a Gaspar, Melchor le dijo al oído: — Vaya birria de camello que en Oriente te han vendido.
A la entrada de Belén al camello le dio hipo. ¡Ay qué tristeza tan grande en su belfo y en su tipo!
Se iba cayendo la mirra a lo largo del camino, Baltasar lleva los cofres, Melchor empujaba al bicho.
Y a las tantas ya del alba, ya cantaban pajarillos, los tres reyes se quedaron boquiabiertos e indecisos, oyendo hablar como a un Hombre a un Niño recién nacido.
No quiero oro ni incienso ni esos tesoros tan fríos, quiero al camello, le quiero. Le quiero, repitió el Niño.
A pie vuelven los tres reyes cabizbajos y afligidos, mientras el camello echado le hace cosquillas al Niño.