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Corazón coraza

Imagen de FriedeDia en Pixabay

Porque te tengo y no
porque te pienso
porque la noche está de ojos abiertos
porque la noche pasa y digo amor
porque has venido a recoger tu imagen
y eres mejor que todas tus imágenes
porque eres linda desde el pie hasta el alma
porque eres buena desde el alma a mí
porque te escondes dulce en el orgullo
pequeña y dulce
corazón coraza

porque eres mía
porque no eres mía
porque te miro y muero
y peor que muero
si no te miro amor
si no te miro

porque tú siempre existes dondequiera
pero existes mejor donde te quiero
porque tu boca es sangre
y tienes frío
tengo que amarte amor
tengo que amarte
aunque esta herida duela como dos
aunque te busque y no te encuentre
y aunque
la noche pase y yo te tenga
y no.

Icono Mario Benedetti Mario Benedetti, 1963

Poema para encender un amor apagado

Puedes prohibirme verte,
y no me quejaré.
Aunque al no verte, cada día
he de morir un poco más.
Pero no me pidas que deje de pensar
(en ti)
ese capricho es el único
que no te puedo dar.

Juega con mis ojos,
entretente con mis lágrimas,
juega con mis sentimientos.

Pero no te dejaré jugar con mi corazón,
porque lo rompiste ¿te acuerdas?
y le he pegado
y no está seco todavía.

 Gloria Fuertes, 1980

Flores en mitad de la guerra

Fue un miércoles, día del espectador,
y la película
me lloró
a mí.

Quité la cadena,
como quien abre una ventana, para volver a coger aire
y le atraviesa un fantasma.
Dicen que en la herida está el poema,
por eso llevo en el bolsillo
el tintero de mi pecho,
dos por uno en tu cumpleaños
y una butaca vacía.

Seré el deseo que apague tus velas,
pero abrirás los ojos
y desapareceré.

Seré el miedo a descolgar el teléfono
en un valiente acto suicida
que colgaría mi cuello del cable de tu voz,
quebrando a susurros tu pequeño nombre,
delatándome en el último suspiro.

Después de tanta sangre, amor,
me desangra recordarte
y gimo escribiéndonos.

Hicimos un pacto.
Como la tregua de Navidad para cantar villancicos
entre tus bombas alemanas y mi reloj inglés,
apuntando este breve
…………………………………..alto el fuego.

Tú me miras,
yo nos veo llegar…

La Plaza Mayor guardó silencio,
callando ante la inmensidad,
recomenzando la lluvia,
como si el cielo que nunca creyó en mí
por no
doblegar
mis manos
hubiera orquestado los violines
de la película
que te cuento,
me lloró a mí.

Quién nos lo iba a decir…
Aunque tus finales justificasen mis miedos
y seas lo que el viento se dejó,
torres más altas construimos.

Quién me lo iba a decir…
Aquella tarde
encontré en tus ojos de fuego
la calma.

No sé,
será
que en mitad de la guerra
nos crecieron las flores.

 Chris Pueyo, 2017

La estación

¿Te acuerdas de cuando soñábamos en alto y tú
mirabas la pared y yo la señalaba y tu me
mirabas sentada en bragas en el suelo?
¿Te acuerdas de cuando el sueño se cumplió y tú me
soplaste como una velita con forma simpática
hasta que me fui apagando?

Yo sí,
y aun así,
pienso qué hice mal.

Si no aguantar tu respiración
o si dejarme llevar como hojas que pisotearon los párvulos
aquel otoño que duró todos mis veinte.

 Irene X, 2018.

Joven para la muerte

Imagen de zhnee en Pixabay

Arrojado a tu luz madrugadora,
me muero niño y soy todo un deseo
de varón en continuo jubileo
hacia tu corazón de ruiseñora.

De trino escalador junto a la aurora
eres, y voy a ti, y hay un torneo
donde la algarabía del gorjeo
triunfa de mí y en mí se condecora.

Arrancados de un sueño o de una fuente,
por tu espada los límites del nardo
me mintieron temprana primavera.

Y estoy ahora por ti tempranamente,
como nadie, de amor herido, y tardo
en morirme de amor como cualquiera.

 José García Nieto.

Rima LII

Fotografía de Jnj en Flickr.

Olas gigantes que os rompéis bramando
en las playas desiertas y remotas,
envuelto entre la sábana de espumas,
¡llevadme con vosotras!

Ráfagas de huracán, que arrebatáis
de alto bosque las marchitas hojas,
arrastrando en el cielo torbellino,
¡llevadme con vosotras!

Nubes de tempestad que rompe el rayo
y en fuego ornáis las desprendidas orlas,
arrebatado entre la niebla obscura,
¡llevadme con vosotras!

Llevadme, por piedad, adonde el vértigo
con la razón me arranque la memoria…
¡Por piedad!… ¡Tengo miedo de quedarme
con mi dolor a solas!

 G. A. Bécquer, 1868

Rima XXX

Imagen de Pexels en Pixabay

Asomaba a sus ojos una lágrima
y a mi labio una frase de perdón;
habló el orgullo y se enjugó su llanto
y la frase en mis labios expiró.

Yo voy por un camino, ella por otro;
pero al pensar en nuestro mutuo amor,
yo digo aún: «¿Por qué callé aquel día?»
Y ella dirá: «¿Por qué no lloré yo?»

 G. A. Bécquer, 1868

Rima LVIII

Volverán las oscuras golondrinas
en tu balcón sus nidos a colgar,
y otra vez con el ala a sus cristales
jugando llamarán.

Pero aquéllas que el vuelo refrenaban
tu hermosura y mi dicha a contemplar,
aquéllas que aprendieron nuestros nombres…
ésas… ¡no volverán!

Volverán las tupidas madreselvas
de tu jardín las tapias a escalar
y otra vez a la tarde aún más hermosas
sus flores se abrirán.

Pero aquellas cuajadas de rocío
cuyas gotas mirábamos temblar
y caer como lágrimas del día…
ésas… ¡no volverán!

Volverán del amor en tus oídos
las palabras ardientes a sonar,
tu corazón de su profundo sueño
tal vez despertará.

Pero mudo y absorto y de rodillas
como se adora a Dios ante su altar,
como yo te he querido… desengáñate,
nadie así te amará.

G. A. Bécquer, 1868

Cuando me vaya

Imagen de Basil Smith en Pixabay

Cuando me vaya…
no quiero ser estatua, ni cuadro, ni vitrina,
sólo si acaso de saco una cortina
que te entorne la luz para que duermas.
Quisiera convertirme en tu linterna
y serte útil cuando no ves claro,
eso y sólo dormirme en tu costado
y amanecer rezando en tu cadera.
Quisiera ser la lluvia en tu pradera
o tú mi lluvia o yo tu mar y tú mi barco
o al revés, jugar,
ser siempre un niño que en el amor me crezco,
quisiera ser,
todo lo que ya soy y aún no merezco.

 Gloria Fuertes, 1980

No me pidas

Imagen de 024-657-834 en Pixabay

Si pudiera atrapar
nuestro último adiós,
lo metería en una botella
y lo lanzaría al mar
para que se convirtiera
en mariposas con la ilusión de ser gaviotas,
ángeles de los marineros,
vuelo azul de las olas.
Si pudiera
lo haría.
Créeme.

Si supiera escribir nuestro final
para que entendieras
que siempre fuiste el principio,
no mentiría
a pesar de la verdad.
Y lo haría
sin dudar.
Lo haría.

Si quisiera volver a ti,
acunaría nuestra historia
y le concedería una duda
sin márgenes ni puntos aparte.
Le daría a nuestra vergüenza
su sitio
y a nuestro pudor
un largo beso.

Si me dejaras
de nuevo conquistar con la boca
cada parte de ti,
sabiéndola explorada
pero no vencida,
hondearía nuestra victoria
con los dientes
y arañaría todos los sueños
para que volvieran nuevos,
en silencio,
a nuestras sábanas,
con una guirnalda de luces.

Y si nos pidiéramos perdón,
te diría que es lo único
que debimos hacer por los dos.

Pero no puedo ganarle más al tiempo
para perderme a mí
ni quiero
volcar mi beso
y lamer heridas
que no son mías.
Ser una lengua muerta,
sin una queja,
cuando no escuchas.

Y ya no sé traer de vuelta
el polvo,
las grietas,
la piel de gallina,
el precipicio.

Sin embargo,
tendrás un lugar en mis pulmones,
en el hueco que vive justo
entre tu pie izquierdo y mi escalera.

Pero no me pidas
que te quiera como ayer.

No me pidas
ni una sola respuesta,
ni una sola coartada,
que vuelva a ser yo
junto a ti, pero no contigo.

Porque te he tendido
todos los brazos del mundo
y me he quedado sola,
abrazada a la nada,
y cuando creo que me mantengo viva
me sigues doliendo.

Idoia Montero, 2019