Hoy me he hecho una visita
y no he llegado tarde.
Lo primero,
frente a la puerta,
ha sido limpiarme de sangre
los talones
para no ensuciar el suelo
que me acabo de ganar.
y me he recibido bien.
Después,
he dejado mi cruz
de nuevo clavada
donde le corresponde
y he estado un buen tiempo mirándola
para que se haga con la nueva casa.
Las derrotas las he puesto
en hilera y por colores
para que no se mezclen,
que sepan que están ahí
como un trofeo,
que eso es lo que son:
mi mayor éxito.
A los miedos, a esos,
ya les negué el paso
y saben que no pueden entrar
porque no me interesa por ahora
conocer mi futuro.
He decidido que la memoria
se quede en la cocina,
porque siempre tengo ganas
de correr hacia ella;
me gusta mucho cocinar,
no tanto comer;
por eso los recuerdos
están…
ya no me acuerdo.
La verdad es que solo
me sirven en los momentos importantes.
Y el amor
está por todas partes,
enchufado a las paredes
como un ambientador,
así que, si un día eres mi invitado,
vas a salir enamorado como no imaginas.
Lo demás
—los cuadros, el mar, los libros—
ocupa el lugar de siempre,
son parte de mi cielo
y gracias a ellos aún
no sufro de mirada cansada.
¿Seguro del hogar?
No es necesario.
No tengo intención
de detener mis sueños.
Pero la joya de la casa
es el sofá.
Ni demasiado cómodo
ni demasiado solemne;
lo encontré antes,
cuando era otra.
En él me dejo ir
de igual a igual
y le digo:
—Soy invencible, he olvidado.