Podría admitir en voz baja
mi pánico frente al fallo.
Que la variable no exacta
sea también la que llegue
a desequilibrar el sistema.
Y entonces…
entonces estoy yo.
Quieta y asustada en una esquina,
como siempre.
Con diez años todavía,
el pecho hinchado,
los ojos rojos,
poniendo cara de fuerte:
“No duele, Ama.
No duele”.
Y al final casi me creo
que deja de doler.