Ojalá nunca tengas que mirar atrás.
No me gustaría que vieses
todo lo que tenías
por delante.
Irene X, 2018.
Imagen de Steve Buissinne en Pixabay
El amor es lo que no se pronuncia,
una palabra pequeña que
no podrían escribir
a lo largo de los 21 196 kilómetros de la muralla china.
O un pequeño diálogo simple,
algo como:
— ¿Estás haciendo palomitas?
— Claro.
— Te amo.
Irene X, 2018.
Imagen de Michael Kleinsasser en Pixabay
¿Te acuerdas de cuando soñábamos en alto y tú
mirabas la pared y yo la señalaba y tu me
mirabas sentada en bragas en el suelo?
¿Te acuerdas de cuando el sueño se cumplió y tú me
soplaste como una velita con forma simpática
hasta que me fui apagando?
Yo sí,
y aun así,
pienso qué hice mal.
Si no aguantar tu respiración
o si dejarme llevar como hojas que pisotearon los párvulos
aquel otoño que duró todos mis veinte.
Irene X, 2018.
Imagen de Jose Antonio Alba en Pixabay
Necesito irme del país a otro país y de allí a otro.
Ha explotado el miedo en una calle de Granada como si me hubiesen lanzado otra.
Sé que están ahí, pareciese que alguien vende mis peores recuerdos.
Alguien da valor a mi importancia y quiero abrazarle.
Odio los abrazos, no soy nada cariñosa, pero fugazmente tengo la necesidad de hacerlo.
Quiero llorar en los teatros.
Decirle a los horrores que sé que están ahí, pero que hay otros peores.
¿Quién me está haciendo mala y daño?
Muy mala y muchísimo daño.
Repito yo.
Muy mala y muchísimo daño.
Me repito como en un caleidoscopio.
Cada año cumplo diez más y me hago más pequeña.
Pronto no aguantaré el dolor y la culpa.
Me repito enfermizamente que no he matado a nadie,
pero es que lo he hecho:
no hay más que verme.
Irene X, 2018.