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Poema para encender un amor apagado

Puedes prohibirme verte,
y no me quejaré.
Aunque al no verte, cada día
he de morir un poco más.
Pero no me pidas que deje de pensar
(en ti)
ese capricho es el único
que no te puedo dar.

Juega con mis ojos,
entretente con mis lágrimas,
juega con mis sentimientos.

Pero no te dejaré jugar con mi corazón,
porque lo rompiste ¿te acuerdas?
y le he pegado
y no está seco todavía.

 Gloria Fuertes, 1980

Flores en mitad de la guerra

Fue un miércoles, día del espectador,
y la película
me lloró
a mí.

Quité la cadena,
como quien abre una ventana, para volver a coger aire
y le atraviesa un fantasma.
Dicen que en la herida está el poema,
por eso llevo en el bolsillo
el tintero de mi pecho,
dos por uno en tu cumpleaños
y una butaca vacía.

Seré el deseo que apague tus velas,
pero abrirás los ojos
y desapareceré.

Seré el miedo a descolgar el teléfono
en un valiente acto suicida
que colgaría mi cuello del cable de tu voz,
quebrando a susurros tu pequeño nombre,
delatándome en el último suspiro.

Después de tanta sangre, amor,
me desangra recordarte
y gimo escribiéndonos.

Hicimos un pacto.
Como la tregua de Navidad para cantar villancicos
entre tus bombas alemanas y mi reloj inglés,
apuntando este breve
…………………………………..alto el fuego.

Tú me miras,
yo nos veo llegar…

La Plaza Mayor guardó silencio,
callando ante la inmensidad,
recomenzando la lluvia,
como si el cielo que nunca creyó en mí
por no
doblegar
mis manos
hubiera orquestado los violines
de la película
que te cuento,
me lloró a mí.

Quién nos lo iba a decir…
Aunque tus finales justificasen mis miedos
y seas lo que el viento se dejó,
torres más altas construimos.

Quién me lo iba a decir…
Aquella tarde
encontré en tus ojos de fuego
la calma.

No sé,
será
que en mitad de la guerra
nos crecieron las flores.

 Chris Pueyo, 2017

La visita

Fragmento de una ilustración de la propia poetisa.

Hoy me he hecho una visita
y no he llegado tarde.

Lo primero,
frente a la puerta,
ha sido limpiarme de sangre
los talones
para no ensuciar el suelo
que me acabo de ganar.
y me he recibido bien.

Después,
he dejado mi cruz
de nuevo clavada
donde le corresponde
y he estado un buen tiempo mirándola
para que se haga con la nueva casa.

Las derrotas las he puesto
en hilera y por colores
para que no se mezclen,
que sepan que están ahí
como un trofeo,
que eso es lo que son:
mi mayor éxito.

A los miedos, a esos,
ya les negué el paso
y saben que no pueden entrar
porque no me interesa por ahora
conocer mi futuro.

He decidido que la memoria
se quede en la cocina,
porque siempre tengo ganas
de correr hacia ella;
me gusta mucho cocinar,
no tanto comer;
por eso los recuerdos
están…
ya no me acuerdo.

La verdad es que solo
me sirven en los momentos importantes.

Y el amor
está por todas partes,
enchufado a las paredes
como un ambientador,
así que, si un día eres mi invitado,
vas a salir enamorado como no imaginas.

Lo demás
—los cuadros, el mar, los libros—
ocupa el lugar de siempre,
son parte de mi cielo
y gracias a ellos aún
no sufro de mirada cansada.

¿Seguro del hogar?
No es necesario.
No tengo intención
de detener mis sueños.

Pero la joya de la casa
es el sofá.
Ni demasiado cómodo
ni demasiado solemne;
lo encontré antes,
cuando era otra.
En él me dejo ir
de igual a igual
y le digo:

—Soy invencible, he olvidado.

 Idoia Montero, 2019