El beso del Hotel de Ville , por Robert Doisneau ©
Ayer te besé en los labios.
Te besé en los labios. Densos,
rojos. Fue un beso tan corto,
que duró más que un relámpago,
que un milagro, más. El tiempo
después de dártelo
no lo quise para nada ya,
para nada
lo había querido antes.
Se empezó, se acabó en él.
Hoy estoy besando un beso;
estoy solo con mis labios.
Los pongo
no en tu boca, no, ya no…
—¿Adónde se me ha escapado?—.
Los pongo
en el beso que te di
ayer, en las bocas juntas
del beso que se besaron.
Y dura este beso más
que el silencio, que la luz.
Porque ya no es una carne
ni una boca lo que beso,
que se escapa, que me huye.
No.
Te estoy besando más lejos.
El beso, tradicional y perfecta metonimia del amor, se recrea nuevamente desde el recuerdo inmediato; el amor vive ahora en la memoria, donde perdura.
A menudo, Salinas se aleja o se olvida de su amada para buscar lo espiritual, el alma, la esencia del amor más allá del cuerpo y del goce. Sin embargo aquí, si bien es cierto que el poeta está solo, lo que intenta es una salida poética a la ausencia de ella, una salida que parta de la realidad sensible, de la felicidad corporal, del goce carnal del beso en los labios.
Juanjo, todos los poemas
No podré dormir hasta que no completes tu comentario. Dulces sueños, pues, para ti.