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Recorregut de les cartes

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Les cartes durant segles han tingut una gran importància sobretot perquè és una manera de poder comunicar-se. Tenen molts significats, perquè et poden aportar coses bones o coses dolentes. També poden ser per felicitar-te, declarar-se, aportar-te tristesa, etc. Seria bonic que algú que tu estimes molt t’enviés una carta d’amor; en canvi, si algú t’envia una carta amb una mala notícia, això ja no és tan bonic. Però les cartes, tinguin una mala notícia o no, sempre estan perquè tu estiguis atent al que passa.

És veritat que ara ja no s’utilitzen tant les cartes per comunicar-se, sinó que només es fan servir quan et vols declarar a algú o per queixar-te. És una pena que ja no es faci tant perquè escriure és una cosa que et deixa alliberar els teus sentiments i tots els pensaments de manera natural.

Ara mateix, jo també reconec que no n’escric gaires, de cartes, però mai se sap quan en tornaràs a escriure.

Elena Rauta, 4t B

DIARIO DE UN BOLÍGRAFO

Querido diario:

Cada día es un infierno, no aguanto más. Me estoy muriendo, siento que pronto dejaré de existir y nadie me recordará, seré sustituido por otro ¿Qué será de mí? La respuesta es simple: seré desechado, iré a la basura y después de ahí ya no sé qué me espera. Siento que cada día me queda menos sangre… hoy, como cada día, me han sacado de mi casa de tela y me han estrujado para que saliese mi sangre azul. Con mi sangre se escribe, es una crueldad. Además, solo escriben faltas ortográficas. ¡Por Dios! ¡¿Qué clase de inculto escribe “había” sin “h”?!

¡Oh! ¡Cuán feliz era yo en el sitio donde vivía antes! Estaba situado delante de una gran ventana por la que veía a la gente pasar, y nadie me estrujaba para escribir con mi sangre. Sí, lo sé, sé que cada día escribo lo mismo pero, ¿qué le voy a hacer?

Mis días felices acabaron cuando aquel demonio bajito le entregó unas extrañas piezas redondas brillantes a la mujer que vivía allí de día salvo los domingos. A cambio, ella me sacó de aquel sitio en el que había vivido desde que mi memoria alcanza y me entregó al demonio.

Tengo de dejarte, creo que me van a volver a sacar la sangre. ¿Por qué diablos tuve que nacer?

Esther Q. Vallès, 4t B

UNA MÀQUINA D’ESCRIURE AMB HISTÒRIA


calenun

Al creuar la porta me’n vaig adonar. La casa sencera era com un museu del segle XIX. Centenars d’objectes antics adornaven les parets. No hi havia estat mai, en aquella casa, i em vaig sorprendre molt quan em va arribar la notícia que el cosí de la meva àvia me l’havia deixada en herència, a ell no l’havia vist més de tres cops. Vaig passejar-me per la sala d’estar observant vagament els quadres amb marcs daurats i els gerros de porcellana.

Vaig fixar-me en un antic bagul cobert de pols, de fusta fosca. El vaig obrir i vaig trobar-hi una antiga màquina d’escriure i un munt de papers antics. Vaig agafar un del documents; tenia unes vint pàgines, era una història escrita per l’oncle, però no tenia títol. Em vaig asseure al sofà de cuir negre disposat a llegir-la. Explicava la vida de dos germans durant la guerra civil. Quan la vaig acabar de llegir vaig tornar al bagul. Una cosa em va cridar l’atenció, era un detall que m’havia passat per alt abans. Mig amagat rere la màquina d’escriure hi havia un sobre; el vaig agafar, em va sorprendre veure-hi el meu nom escrit. Vaig obrir-lo i vaig llegir la carta. En ella m’explicava el motiu de l’herència: deia que era l’únic dels seus nebots que compartia la passió per l’escriptura. No sé per què deia això, duia mesos sense escriure res de bo, quan m’asseia davant la pantalla de l’ordinador no em venia cap bona idea.

Vaig agafar la màquina d’escriure. Pesava massa i gairebé no la vaig poder subjectar. Vaig col·locar-la sobre la taula i vaig asseure’m-hi enfront. Vaig començar a teclejar i de manera misteriosa la meva imaginació va fluir, a través dels meus dits les idees es plasmaren al paper, era una sensació estranya, les paraules sorgien amb tanta facilitat… no era com amb l’ordinador, hi havia com una espècie de complicitat entre aquella andròmina de més de mig segle i jo. Vaig trigar uns minuts a adonar-me’n. El que aquella màquina tenia d’especial era la història; aquella màquina havia escrit durant dècades les històries del meu oncle, havia sigut l’eina indispensable per tal que les seves idees veiessin la llum. Una màgia, una història que, sens dubte, no tenia el meu ordinador.

Esther Q. Vallès, 4t B

Sin rumbo

Me di cuenta de que ya no era la misma niña que años atrás. Ya no sonreía de la misma manera, a causa de los problemas personales. No voy a negar que me duele recordar todo aquello, sin embargo hay cosas que es mejor no olvidar para poder aprender de ellas. Me habían hecho mucho daño, un golpe tras otro, una lágrima tras otra. Debía pasar página. A partir de entonces, la gente que me quería me dejó de apoyar; necesitaba a alguien, aunque fuera sólo una persona, pero quería dejar aquel dolor.
Pensé en llamar a una vieja amiga para retomar nuestra amistad, pero ella tan sólo me lanzaba largas; su vida y ella habían cambiado de tal manera que ya no quería saber nada de mí. Pasaron unos meses y encontré apoyo en un muchacho que conocí por casualidad, cuando estaba paseando sin rumbo. Choqué con él y en aquel preciso momento noté que lo había encontrado, después de tantos años de soledad, lo había encontrado. Hoy me encuentro a su lado, mirando el pasado con orgullo al saber que pude salir de ese pozo negro, y luchando por el presente .

Iniciado y revisado por Mireia Merideño, 4t C

Recuerdos

Brillan las cosas. Las ventanas transparentes,

el agua que se halla en el suelo intrascendente.

Ramas que albergan, caídas cabe al árbol,

sus hojas de otoño que en su día amortiguaron.

Ahí estás tú: debajo de ese sentimiento de furor,

que te aferra junto al susurro intenso del viento.

La lluvia que yacía en tus labios hoy penetra en ti,

como aquello que ese día dejamos,

como aquello que ya nunca encontramos.

Puedo sentir tu aroma punzante en mí,

te veo igual que en esa primera vez en que te vi.

Y de pronto no estás. Vuelve el sentimiento

de desesperación y el doloroso recuerdo,

que hoy ya se halla en el olvido.

Nada queda de ti. La ciudad gira:

el recuerdo formó parte de lo nuestro.

Anna Aparicio, 3r C

4 de noviembre

CONTINUAR (de Pío Baroja, Cuentos)

Al día siguiente se levantaron temprano y sa­lieron del pueblo; tomaron la carretera, y des­pués, siguiendo veredas, atravesando prados cu­biertos de altas hierbas y de purpúreas digitales, se internaron en el monte. La mañana estaba hú­meda, templada; el campo, mojado por el rocío; el cielo, azul muy pálido, con algunas nubecillas blancas que se deshilachaban en estrías tenues. A las diez de la mañana llegaron a Arnazábal, un pueblo en un alto, con su iglesia, su juego de pelota en la plaza y dos o tres calles formadas por caseríos.

Era un pueblo con pocos habitantes, tenía una iglesia gótica, dos supermercados con poca variedad de alimentos, un cementerio con pocas flores y dos casas rurales cerradas, que ya llevaban así hacía más de cinco años.

A lo alto del pueblo se hallaba la montaña pequeña acorde con todo el pueblo. Tenía campos de pastos preciosos, donde las vacas u otros animales podían pasar el día comiendo y durmiendo plácidamente. Justo al lado se encontraba una de las pocas casas de ese hermoso pueblo. La casa era pequeña, aunque acogedora y muy bonita. Tenía una chimenea para el frío invierno y un lago para refrescarse en verano. La casa estaba constituida básicamente por madera de roble. La cocina americana le daba un toque diferente al gran comedor que juntaba ambas partes de la casa. Toda una maravilla para aquellas personas que adoran la vida en las afueras de las grandes ciudades, una gran maravilla para aquellas personas que adoran el silencio, la tranquilidad y el zumbido de las abejas revoloteando por el cielo. En esa casa fue justo donde se criaron los dos hermanos, Pedro y Juan.

Los dos hermanos se dirigían de luto en un Renault un poco viejo a ese diminuto pueblo. El viaje se hizo largo comentando el partido de la noche anterior.

– ¿¡Pero viste ese gol?! –dijo Pedro chillando un poco demasiado.

– Si… Ya te he dicho dos veces que lo vi –respondió Juan con pocas ganas.

– Solo intento animarte, sé que hoy es un día duro, pero ambos tenemos que poner de nuestra parte y darle sentido a este día, que nos une cada 4 de noviembre.

Juan no dijo nada, se quedó contemplando el paisaje, que justo hacia un año que no veía. Se mordió la parte izquierda del labio como solía hacer cuando se reprimía. El largo camino fue agradable, pero los recuerdos que los llenaban de nostalgia hicieron duro el trayecto de ida al pueblo de su padre, el que falleció hacía apenas un par de años. Su madre nunca quiso saber nada de su padre, ni de ellos. Ellos innumerables veces preguntaron a su padre la razón por la cual su madre nunca se había hecho cargo de ellos, pero él nunca quiso decir nada sobre el tema ni sobre madre. Cuando padre murió se fue con él el secreto de un abandono, de esa falta de cariño materno. Pese a todo Juan y Pedro querían con locura a su padre, por eso cada año iban al pueblo donde se crío y murió su padre, y donde los dos hermanos pasaron muchos de sus mejores momentos.

Mientras Pedro recordaba con nostalgia los queridos y ansiados abrazos de su padre, esos abrazos que daban tanto apoyo, Juan bostezó mostrando cansancio.

Ya estamos llegando aunque si quieres dormir aún queda una media hora de trayecto.

Intentaré descansar, últimamente me cuesta mucho conciliar el sueño -dijo Juan con cara de insomnio.

Poco a poco sus párpados fueron cayendo desiguales sobre sus pupilas, tapando así sus ojos verdes que según su padre heredó de su madre.

Un golpe seco del viejo Renault despertó a Juan, que ya estaba en el séptimo sueño. Salto sobresaltado de su asiento al ver a Pedro mirándole fijamente. Después de ese incidente y los nervios acumulados, unas carcajadas forzadas salieron de ambos.

Pedro seguía los pasos de su hermano pequeño, el cual iba ante él dejando en el barro medio húmedo la marca de sus zapatos. Éste le miraba con aires de padre, de ese padre que ya no estaba. Juan llevaba con él tres margaritas, dos rosas y cinco amapolas, las favoritas de su padre, sin embargo el mayor de los hermanos llevaba unos poemas y unas fotos en mano.

Al abrir la puerta de la entrada al cementerio, un ruido estridente llenó el silencio. Junto al único árbol del cementerio había una señora mayor, tenía el pelo corto de un color tenue que reflejaba el tinte de un color marrón oscuro. Tenía una mirada penetrante, sus ojos desprendían pequeñas lágrimas que caían lentamente por su rostro ya deteriorado por la vejez. Pedro vio en ella a su hermano, esos ojos, esas expresiones que tanto lo caracterizaban. Para ya acabar de concretar se mordió el labio, justo la parte izquierda al igual que Juan. No supo cómo reaccionar, y cuando quiso advertir a su hermano de esa imagen, la señora desapareció. Nada quedaba ya de ella, ni sus lágrimas que cayeron por su rostro y acabaron en el suelo húmedo.

Entre lágrimas y fuertes abrazos pasaron las dos horas que estuvieron admirando la tumba en la que se encontraba su querido y tan extrañado padre. Dejaron las pertenencias que con tanto cariño compraron pare él y partieron hacia la casa que se encontraba en la única montaña. Para ello tuvieron que volver a coger el Renault, pero esta vez ninguno dijo palabra hasta llegar a la puerta de la casa.

¿Has cogido las llaves? –dijo Pedro mientras buscaba por sus bolsillos y las maletas que llevaba consigo.

¡Pero si me dijiste que las llevabas tú! –contestó exaltado y furioso Juan.

Se habían quedado en la calle a más 400 km de su casa, en un pueblo que no tenía ni un simple hostal, y dos casas rurales cerradas hacía más de cinco años. Así que como ya empezaba a oscurecer y a lloviznar decidieron ir a buscar algún refugio más seguro que la montaña donde poder descansar, aunque la última alternativa era hacerlo en el coche.

Fueron en busca de algunos viejos amigos del pueblo pero todos sus amigos marcharon de allí de jóvenes. Vieron una residencia de ancianos a lo lejos y como no querían dormir en el coche se decidieron a preguntar. Juan llamó decidido, harto ya de tantas emociones juntas. Una señora mayor les abrió la puerta con una sonrisa un poco forzada, pues habían despertado a todos los ancianos de su sueño.

Hola. Buenas noches señora. Venimos en busca de un lugar donde poder pasar la noche. No tenemos ningún lugar donde poder hospedarnos y nos preguntábamos si sería mucha molestia acogernos tan solo por una noche…

Claro, no es problema joven. Aunque tendréis que dormir en el sofá cama del comedor, es de matrimonio, así que supongo que dormiréis bien -dijo la anciana contenta de un poco de visitas. -Aunque sí os advierto de que mañana pronto deberéis partir. Eso se debe a que a primera hora de la mañana estarán aquí las enfermeras y no les gusta que traigamos gente de fuera.

Ambos estuvieron de acuerdo y entraron, se acomodaron y fueron a ponerse los pijamas y a lavarse los dientes. Pedro del comedor al lavabo vio una puerta abierta, donde se hallaba una señora durmiendo. Pues resultaba que esa misma mujer fue la que estaba esa mañana apoyada en el árbol llorando sus penas. Entró decidido y encendiendo la luz de la mesita de noche, le hizo la pregunta más obvia:

¿ Señora, le importaría decirme nombre y apellidos?

La mujer sobresaltada por el susto del intruso en su plácido sueño, le miró con cara de pocos amigos, aunque no extrañada de lo ocurrido.

Pues verás… Me llamo María Felisa Rodríguez y tú te llamas Pedro Vilches Rodríguez, tienes un hermano pequeño que se llama Juan Vilches Rodríguez. Resulta que soy tu madre y…

Pedro no dejó que dijera una palabra más. Se lanzó a abrazarla, pues sabía que pese a que ella nunca había estado junto a él ni junto a su hermano, esa mujer, de una cierta edad, le quería, quizás era simple intuición pero en un día como ese necesitaba cariño y más él, que toda la vida llevaba esperando el de su preciada madre, la cual no había dejado de estrecharle entre sus brazos como hacía ya 38 años que no hacía. Al cabo de pocos minutos pasó por ahí Juan, miró al igual que Pedro dentro de esa habitación donde ahora las emociones, lo sentimientos y las palabras eran lo más valioso. Juan se unió a ellos, su madre les contó toda la historia. Justo después de tener a Juan tuvo que marcharse de ese pueblo porque la destinaron a África para ofrecer servicios sanitarios, ya que ella ejercía de doctora en el pueblo. Se negó, pero en esa época o iba o la muerte acabaría siendo la consecuencia. Su padre no pudo aguantar ese golpe de quedarse solo con dos hijos y de perder a la mujer que amaba, así que nunca se lo perdonó y todas las cartas que envió María Felisa a sus hijos quedaron retenidas bajo el poder de su padre. Los hijos lograron entenderlo y con el tiempo ganaron confianza en aquella madre que tanto necesitaban y que vieron por primera vez ese 4 de noviembre.

Anna Aparicio, 3r C

Clementina Arderiu

Em dic Clementina i quan era petita, era un xic temorega, perquè el nom m’era llarg igual que una queixa i em punyia el cor, quan les amigues per fer-me enutjar me’l retreien, dient que era bonic, però no m’esqueia perquè és nom de princesa, i moltes em deien que el nom era molt estrany, i jo al fons de tot sentia l’enveja dels seus noms tan clars de Maria o Pepa.

Però un any se’n fuig i un altre se’n governa. Aquell nom que abans era la causa de la meva timidesa, ara era un honor, sobretot quan el meu estimat me’l deia a l’orella. El nom que abans m’avergonyia, ara em lluïa.

Saúl González, 3r B

Deducciones acertadas

CONTINUAR (de Robertson Davies, El quinto en discordia)

[…] alrededor de las cuatro en punto de la mañana del lunes 4 de noviembre de 1968 se extrajo su Cadillac descapotable de las aguas del puerto de Toronto, al que había caído a una velocidad tan elevada que se hundió a unos seis metros del muelle de cemen­to. Su cadáver estaba en el asiento del conductor, y las manos aferraban el volante con tal fuerza que la policía tuvo verdaderos problemas para sacarlo del vehículo. Las ventanillas y la capota estaban cerradas, de modo que debió de pasar cierto tiempo antes de que el coche se llenara de agua. Pero lo más extraño de todo fue que la policía le descubrió una piedra —un pedrusco común de granito rosa, del tamaño de un huevo pequeño— en la boca, que no podía haber llegado allí de ningún modo salvo que lo hubiera puesto él mismo u otra persona.

Cuando el inspector de policía llegó al lugar del accidente, se quedó helado al reconocer aquel Cadillac pintado de un inconfundible color rojo y con las lunas tintadas de negro. Sin embargo, no comentó nada de esto al resto de policías e hizo ver que hacía su trabajo como siempre. Después de estar rato observando el coche, descubrió que tenía unas pequeñas rayaduras en la parte trasera, justo al lado de la matrícula. También examinó la piedra de granito rosa y el cadáver, pero no encontró nada. Todo parecía apuntar a que los autores del crimen habían intentado que pareciera un suicidio. Todo aquello parecía muy extraño, y como en aquel momento no se le ocurría nada, decidió volverse a casa y por la tarde ya seguiría con la investigación.
El día anterior por la noche, el inspector de policía había pasado por una sala de baile con un antiguo amigo del colegio con el que se había encontrado, y a la salida de la sala de baile había visto como justo detrás de él salían corriendo tres personas, de las cuales la primera tenía el mismo aspecto que el actual cadáver. Había visto como se subía en el Cadillac rojo y los dos individuos que iban detrás, se subían en una ranchera negra, casi inapreciable ya que no encendieron las luces, y le perseguían. Así que el inspector decidió ir de nuevo a la sala de baile, y al entrar reconoció el rostro de los dos persecutores del cadáver; preguntó quiénes eran a la camarera que había en la barra y ella le respondió que eran dos mafiosos que solían frecuentar aquel lugar. Además, solían prestar dinero a ludópatas a los que, si no les devolvían el dinero, les embargaban propiedades o bien les mataban, en caso de no poderles dar nada a cambio del dinero prestado. La habilidad del inspector para sacar información a la gente le permitió averiguar que el día anterior uno de los ludópatas había intentado engañarles dándoles un cuarzo común como si fuera una piedra semipreciosa de un valor medio, y ellos, al darse cuenta del engaño, se habían enfadado mucho. Finalmente el inspector llamó a sus compañeros de la policía, que detuvieron a los mafiosos, los interrogaron y les sonsacaron que ellos habían embestido al ocupante del Cadillac, hasta que paró, al bajar del vehículo le golpearon hasta dejarlo inconsciente y entonces le metieron la piedra en la boca, le pusieron las manos en el volante y el pie apretando el acelerador, encendieron el coche y dejaron que el coche cayese al río.

Saúl González, 3r B

Corazón en la arena

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Le gustaba una chica y el chico no sabía cómo expresarle su amor y sus sentimientos por ella. Entonces coincidió que fueron a pasar un día a la playa con todo el grupo de amigos y pensó que podría decírselo en algún momento del día. Llegó la tarde y tuvo la situación perfecta: el atardecer, solos y en un lugar romántico. Pero el chico no era especialmente bueno a la hora de expresar sus sentimientos y decidió hacerlo de una manera más original. Empezó a expresarle lo que sentía, pero se quedó sin palabras en el momento cumbre y decidió escribirlo en la arena, pero no con letras sino con un símbolo muy significativo en el amor, un corazón.

Sergi Abajo

4t D

DOS NIÑOS ESCRIBIENDO

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Dos niños, ya sean hermanos o no, con diferente manera de pensar, de expresarse pero al fin y al cabo haciendo lo mismo. A juzgar por las expresiones faciales de los niños, parece que estén haciendo cosas diferentes; uno, el niño, le pone muchas ganas, ímpetu y energía, en cambio la niña es más delicada, pensativa y cuidadosa.

Historias, deseos y sueños diferentes con ese toque de fantasía y magia que todos los niños tienen en sus mentes: princesas, unicornios, castillos, dinosaurios, espadas…

Siempre con un final feliz en sus cuentos, aunque claro, siempre con la personalidad de cada cual, ya que muchas veces hemos querido ser malos y saber qué ocurriría si por una vez el malo se saliera con la suya.

En fin, mil y una historias, leyendas y cuentos que hay en cada una de las personas, vidas ocultas detrás de personajes de todo tipo, apariencias que parecen simplemente lo que se ve.

Montse Abajo Tubau

4t D