Para que yo me llame Ángel González,
  para que mi ser pese sobre el suelo,
  fue necesario un ancho espacio
  y un largo tiempo:
  hombres de todo mar y toda tierra,
  fértiles vientres de mujer, y cuerpos
  y más cuerpos, fundiéndose incesantes
  en otro cuerpo nuevo.
  Solsticios y equinoccios alumbraron
  con su cambiante luz, su vario cielo,
  el viaje milenario de mi carne
  trepando por los siglos y los huesos.
  De su pasaje lento y doloroso
  de su huida hasta el fin, sobreviviendo
  naufragios, aferrándose
  al último suspiro de los muertos,
  yo no soy más que el resultado, el fruto,
  lo que queda, podrido, entre los restos;
  esto que veis aquí,
  tan sólo esto:
  un escombro tenaz, que se resiste
  a su ruina, que lucha contra el viento,
  que avanza por caminos que no llevan
  a ningún sitio. El éxito
  de todos los fracasos. La enloquecida
  fuerza del desaliento…
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Me basta así
Si yo fuese Dios
y tuviese el secreto,
haría un ser exacto a ti;
lo probaría
(a la manera de los panaderos
cuando prueban el pan, es decir:
con la boca),
y si ese sabor fuese
igual al tuyo, o sea
tu mismo olor, y tu manera
de sonreír,
y de guardar silencio,
y de estrechar mi mano estrictamente,
y de besarnos sin hacernos daño
—de esto sí estoy seguro: pongo
tanta atención cuando te beso—;
entonces,
si yo fuese Dios,
podría repetirte y repetirte,
siempre la misma y siempre diferente,
sin cansarme jamás del juego idéntico,
sin desdeñar tampoco la que fuiste
por la que ibas a ser dentro de nada;
ya no sé si me explico, pero quiero
aclarar que si yo fuese
Dios, haría
lo posible por ser Ángel González
para quererte tal como te quiero,
para aguardar con calma
a que te crees tú misma cada día
a que sorprendas todas las mañanas
la luz recién nacida con tu propia
luz, y corras
la cortina impalpable que separa
el sueño de la vida,
resucitándome con tu palabra,
Lázaro alegre,
yo,
mojado todavía
de sombras y pereza,
sorprendido y absorto
en la contemplación de todo aquello
que, en unión de mí mismo,
recuperas y salvas, mueves, dejas
abandonado cuando —luego— callas…
(Escucho tu silencio.
 …………………………….Oigo
 constelaciones: existes.
 ………………………………….Creo en ti.
 …………………………………………………Eres.
 ………………………………………………………..Me basta).
Palabras para Julia
Tú no puedes volver atrás 
 porque la vida ya te empuja 
 como un aullido interminable.
Hija mía es mejor vivir 
 con la alegría de los hombres 
 que llorar ante el muro ciego.
Te sentirás acorralada 
 te sentirás perdida o sola 
 tal vez querrás no haber nacido.
Yo sé muy bien que te dirán 
 que la vida no tiene objeto 
 que es un asunto desgraciado.
Entonces siempre acuérdate 
 de lo que un día yo escribí 
 pensando en ti como ahora pienso.
La vida es bella, ya verás 
 como a pesar de los pesares 
 tendrás amigos, tendrás amor.
Un hombre solo, una mujer 
 así tomados, de uno en uno 
 son como polvo, no son nada.
Pero yo cuando te hablo a ti 
 cuando te escribo estas palabras 
 pienso también en otra gente.
Tu destino está en los demás 
 tu futuro es tu propia vida 
 tu dignidad es la de todos.
Otros esperan que resistas 
 que les ayude tu alegría 
 tu canción entre sus canciones.
Entonces siempre acuérdate 
 de lo que un día yo escribí 
 pensando en ti 
 como ahora pienso.
Nunca te entregues ni te apartes 
 junto al camino, nunca digas 
 no puedo más y aquí me quedo.
La vida es bella, tú verás 
 como a pesar de los pesares 
 tendrás amor, tendrás amigos.
Por lo demás no hay elección 
 y este mundo tal como es 
 será todo tu patrimonio.
Perdóname no sé decirte 
 nada más pero tú comprende 
 que yo aún estoy en el camino.
Y siempre siempre acuérdate 
 de lo que un día yo escribí 
 pensando en ti como ahora pienso.
 José Agustín Goytisolo, 1973
 José Agustín Goytisolo, 1973
Poema XX
Puedo escribir los versos más tristes está noche.
Escribir, por ejemplo: «La noche esta estrellada,
y tiritan, azules, los astros, a lo lejos».
El viento de la noche gira en el cielo y canta.
Puedo escribir los versos más tristes esta noche.
Yo la quise, y a veces ella también me quiso.
En las noches como ésta la tuve entre mis brazos.
La besé tantas veces bajo el cielo infinito.
Ella me quiso, a veces yo también la quería.
Cómo no haber amado sus grandes ojos fijos.
Puedo escribir los versos más tristes esta noche.
Pensar que no la tengo. Sentir que la he perdido.
Oír la noche inmensa, más inmensa sin ella.
Y el verso cae al alma como al pasto el rocío.
Qué importa que mi amor no pudiera guardarla.
La noche está estrellada y ella no está conmigo.
Eso es todo. A lo lejos alguien canta. A lo lejos.
Mi alma no se contenta con haberla perdido.
Como para acercarla mi mirada la busca.
Mi corazón la busca, y ella no está conmigo.
La misma noche que hace blanquear los mismos árboles.
Nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos.
Ya no la quiero, es cierto, pero cuánto la quise.
Mi voz buscaba el viento para tocar su oído.
De otro. Será de otro. Como antes de mis besos.
Su voz, su cuerpo claro. Sus ojos infinitos.
Ya no la quiero, es cierto, pero tal vez la quiero.
Es tan corto el amor, y es tan largo el olvido.
Porque en noches como esta la tuve entre mis brazos,
mi alma no se contenta con haberla perdido.
Aunque éste sea el último dolor que ella me causa,
y estos sean los últimos versos que yo le escribo.






