Category Archives: Poesía

Apoyas la mano

Apoyas la mano
en un árbol. Las hormigas
tropiezan con ella y de detienen,
dan la vuelta, vacilan.
Es dulce tu mano. La corteza
del abedul también es dulce: dulcísimo.
Una agridulce plata otoñal sube
desde su raíz honda hasta ti misma.
Mojada por la luz sucia y filtrada,
peinada fríamente por la brisa,
te estás quedando así: cada momento
más sola, más pura, más concisa.

 Ángel González, 1956

Así nunca volvió a ser

Como llevaba trenza
la llamábamos trencita en la tarde del jueves.
Jugábamos a montarnos en ella y nos llevaba
a una extraña región de la que nunca volveríamos.

Porque es casi imposible abandonar
aquel olor a tierra de su cabello sucio,
sus ásperas rodillas todavía con polvo
y con sangre de la última caída
y, sobre todo,
la nacarada nuca donde se demoraban
unas gotas de luz cuando ya luz no había.

Allí me dejó un día de verano
y jamás regresó
a recoger mi insomne pensamiento
que desde entonces vaga por sus brazos
corrigiendo su ruta, terco y contradictorio,
lo mismo que una hormiga que no sabe salir
de la rama de un árbol en el que se ha perdido.

Ángel González, 1971

La pregunta que termina con todo

Me dijiste que debía
olvidar todo lo que me habías hecho
para que esto pudiera funcionar.

Y lo hice, amor, lo hice,
Y olvidé también y sin querer
Tu manera de acariciarme,
Tu facilidad de hacerme reír,
Tu esmero al limpiarme,
El amor al cuidarme,
Y te olvidé a ti entre un daño
Y otro,
Olvidé sin querer.

Esa pregunta que termina
con todo:
¿puedes seguir enamorada de alguien que has dejado de querer?

icono-sastre Elvira Sastre, 2016

Amarrada

No es el frío,
ni la lluvia,
ni el invierno colándose por la ventana,
ni las calles desiertas,
ni el viento barriendo lo que queda de mí
una madrugada cualquiera.

No es esta ciudad descolocada,
ni un grito a destiempo,
no es que la soledad me obligue a extrañarte
y no sepa qué hacer con estas manos vacías,
con esta nube que amenaza mi puerta.

No es que tema estar perdiendo mi horizonte,
reducirme en otro cuerpo
incapaz de ser mi océano,
desconocerte por momentos
y reconocerme en ellos.

Es, simplemente,
el espejo,
el silencio,
la cama vacía.

La
pregunta
que
solo
es
pregunta.

icono-sastre Elvira Sastre, 2016

Los brazos abiertos

Podrías habérmelo dicho antes:
dejando salir mis miedos,
entrabas tú.

Llegas a mis manos vestido de casualidad
y terminas convirtiéndote en un nuevo principio.
Usas mi nombre para ser valiente,
atraviesas lo que parecía imposible
en un segundo,
como quien se cuela en el hueco
que hay entre dos canciones
y se queda a dormir.

Empujas los árboles, regalas camino,
paseas a mi lado con esa pintura en las manos
que respeta las humedades de mi piel.
Rompes a pedradas el invierno 
y liberas un enjambre de abrazos
a la reconstrucción de mis éxitos.

Entras en mi pecho sin dejarte
las uñas en la puerta,
entiendes que no la había y que por eso
hay lugares de los que nunca salimos.
Me sacas del pozo posando tus dedos
de luz sobre muros muertos de frío,
y todo se ha vuelto cielo estrellado
y me has devuelto la capacidad
de soñar con el miedo
de volver a perder a alguien.

Nadie ofrece tanto como quien
nos descubre algo diferente,
y esto es tan cierto como tú:
por cada persona que dice haberte visto,
a seis mil, les encanta la poesía.

Donde hubo fuego,
soplas;
donde quedan accidentes,
acaricias
con la fuerza de quien trata de olvidar a alguien
y lo recuerda para siempre.

Nos atrapas en la cámara frontal
—juraría haber visto el futuro—
Qué importa lo que escriba.
Sobre ti
se arrodillan todas mis letras.
Recuerdo tu risa y conjuro un patronus,
encontramos el anillo único
y desaparecemos de ese trozo de mundo que dijo:
«No lo conseguirán».

Yo,
que nunca creí en la buena suerte,
te vuelves amuleto coronando mi pecho.

Te das la vuelta
y miras al suelo
y entiendo tus alas.
Tu amor
es un obstáculo a la tristeza,
es la belleza de persistir en mi pena
antes
de reconquistar
los cielos.

Decidle, si veis su estela,
que me tiene borracho de ganas.
Contadle, si reconocéis sus pasos,
que me enseñó el camino de vuelta,
que su silencio vació mi cuerpo de desamor
para llenarlo de intimidades imperfectas,
que miró con la paciencia del crecimiento
cómo mis heridas dejaban de ser cicatrices
cuando volvía a hincarles el bolígrafo
y
nos
derramamos.

Después de tanto –y tantos-,
has colocado el otoño de tus ojos
justo delante de mi cara
y se me está olvidando eso
de tenerle miedo a la belleza.

Te quedaste donde nadie supo hacerlo:
cuando me descubro,
tumbando de un solo golpe
las paredes de mis laberintos.


que me miras con buenos ojos
—decías— ,
pero incluso para el rey de los ciegos
el atardecer se anaranja.

Yo
que guardo para ti todo lo que aún no he escrito
que miras mi cuerpo pintando la noche
que jamás imaginó Van Gogh,
que te veo dormir, me pellizco
y no despierto,
que mirarte
es soñar
con
los
brazos
abiertos.

 Chris Pueyo, 2017

Y Dios me hizo mujer

y-dios-me-hizo-mujer

Y Dios me hizo mujer,
de pelo largo,
ojos,
nariz y boca de mujer.
Con curvas
y pliegues
y suaves hondonadas
y me cavó por dentro,
me hizo un taller de seres humanos.
Tejió delicadamente mis nervios
y balanceó con cuidado
el número de mis hormonas.
Compuso mi sangre
y me inyectó con ella
para que irrigara
todo mi cuerpo;
nacieron así las ideas,
los sueños,
el instinto.
Todo lo que creó suavemente
a martillazos de soplidos
y taladrazos de amor,
las mil y una cosas que me hacen mujer todos los días
por las que me levanto orgullosa
todas las mañanas
y bendigo mi sexo.

icono-belli Gioconda Belli

La felicidad también es un lugar

Deberías vernos galopar por las calles de la tarde,
enamorados como tontos, imbéciles de amor,
tanto que si no fuéramos nosotros
también yo pensaría que nos merecemos una paliza
cada vez que nos viera pasar.
Le echaría la culpa al dios de los poetas
por permitir a dos hacerse poesía en plena calle,
¡como si nada!
Esos somos nosotros. Ella y yo.
Seremos.

Llevo encima tres besos de más y me están subiendo demasiado,
tanto que estoy pensando en decirle que se venga,
que se venga para siempre, sin paraguas ni botones,
que se venga a matar a todos los poetas que tengan en la frente un minuto de cordura,
a matar a todos los amantes que piensen
que pueden salir intactos de una historia de amor,
matar a quienes se besen con precaución,
a quienes se toquen con guantes,
a todos aquellos que sigan las santas leyes del recato.

Y todos dirán
ahí vienen dos que se aman, dos que van a ser libro,
que van a escribirse palmo a palmo, en verso a toda plana
.

Y al escribirnos tendremos quinientas páginas de lo nuestro
para lanzarlas desde lo alto del mundo
y que vuelen esperanzas de papel por toda la ciudad.

Dos más uno es el hijo que aún no tenemos.
Creo que lo llamaremos Horizonte
para que cuando lo miremos nos recuerde
que el amor es un paisaje y ese niño su constatación.

 Marwan

No te acabes nunca (selec. II)

Fragmento encuadrado de una ilustración de Paula Bonet.

LOS TRES PRIMEROS DÍAS
Te has ido de viaje

Y no se me hace raro
ver tu teléfono, tus gafas,
la ropa y el neceser.

 

LA PASTA DE DIENTES
La pasta de dientes,
el jamón,
la ropa sucia.

El recibo de la luz,
los cereales,
tus cartas,
nuestro champú.

Todo
cuanto dejaste
a medias
se acaba.

Y, como la vida,
que sigue su curso
y nos separa,
yo también
contribuyo
a tu erosión.

Uno o dos jerséis,
un par de zapatos,
gafas de sol,
camisetas,
un reloj.

Cada noche,
con guante blanco,
robo un poco de ti.

Sin dejar
pruebas
evidentes
que permitan
darse cuenta
que cada vez
estás menos aquí.

 María Leach

No te acabes nunca (selec. I)

Ilustración de Paula Bonet para el poemario “No te acabes nunca”

AÑO NUEVO
Me coges la mano
y te la guardas en el bolsillo
porque tengo frío.
Entre tus dedos y los míos,
cabe nuestro futuro.

HABITACIÓN 302
Me duele la televisión
a monedas.
Me duele el vecino de cuarto
parlanchín.
Me duelen los atardeceres
en este sillón de skay.

MOMENTOS FELICES
Pese a todo lo malo,
nos reímos.
Y ya sé
la diferencia
entre hematíes,
plasma
y plaquetas.

CAMBIO DE ARMARIO
Por fin
he ordenado la ropa;
abajo las cajas de invierno,
arriba las de verano.
Y he fingido ante ti
como una auténtica actriz
sabiendo que es el último
cambio de armario.

 María Leach