
Imagen de Igor Ovsyannykov en Pixabay
Fue un miércoles, día del espectador,
  y la película
  me lloró
  a mí.
Quité la cadena,
  como quien abre una ventana, para volver a coger aire
  y le atraviesa un fantasma.
  Dicen que en la herida está el poema,
  por eso llevo en el bolsillo
  el tintero de mi pecho,
  dos por uno en tu cumpleaños
  y una butaca vacía.
Seré el deseo que apague tus velas,
  pero abrirás los ojos
  y desapareceré.
Seré el miedo a descolgar el teléfono
  en un valiente acto suicida
  que colgaría mi cuello del cable de tu voz,
  quebrando a susurros tu pequeño nombre,
  delatándome en el último suspiro.
Después de tanta sangre, amor,
  me desangra recordarte
  y gimo escribiéndonos.
Hicimos un pacto.
  Como la tregua de Navidad para cantar villancicos
  entre tus bombas alemanas y mi reloj inglés,
  apuntando este breve
  …………………………………..alto el fuego.
Tú me miras,
  yo nos veo llegar…
La Plaza Mayor guardó silencio,
  callando ante la inmensidad,
  recomenzando la lluvia,
  como si el cielo que nunca creyó en mí
  por no
  doblegar
  mis manos
  hubiera orquestado los violines
  de la película
  que te cuento,
  me lloró a mí.
Quién nos lo iba a decir…
  Aunque tus finales justificasen mis miedos
  y seas lo que el viento se dejó,
  torres más altas construimos.
Quién me lo iba a decir…
  Aquella tarde
  encontré en tus ojos de fuego
  la calma.
No sé,
  será
  que en mitad de la guerra
  nos crecieron las flores.
