Category Archives: textos 2009-2010

Clementina (2)

Quan la Clementina era petita, s’avergonyia del seu nom. Fins i tot li feia por pronunciar-lo. Trobava que era llarg. Les crítiques de les seves companyes li ferien l’ànima cada cop que li retreien el nom.

“Quin nom més bonic” deien algunes amb ironia.

“Però no t’escau, perquè és nom de princesa” deien altres.

Sentia gelosia dels seus noms tan clars com Maria o Pepa.

Però un any se’n fuig i l’altre governa. I és que aquell nom que abans tant l’avergonyia, ara se’n sentia molt orgullosa. Era el seu honor. Una meravella. No hi havia cap nom més bonic a la Terra. El seu estimat, cada dia, li deia molt dolçament a l’orella: Clementina, Clementina…

Alba Saiz, 3r C

Clementina (1)

Hi havia una vegada una noia a qui no li agradava gens com es deia. Les seves amigues se’n reien quan la cridaven pel seu nom, Clementina. La nena, que sovint plorava, un dia va conèixer un noi al tren. Després de parlar-hi una estona, li feia vergonya  respondre-li com es deia, però ell va avançar-se i es va presentar com a Riba, el poeta. Com que aquell nom era poc comú, es va decidir a dir d’una vegada:
– Clementina, em dic!

Al cap dels anys, van deixar de ser amics i es van casar. Al marit, que li agradava com es deia la seva dona, va escriure 101 poemes amb aquell dolç nom, amb la intenció d’ajudar-la a perdre la vergonya. Llavors, “Clementina” va ser recordat per les seves amigues, que li tenien enveja per tots aquells bonics versos que li havia dedicat el seu marit: Riba, el poeta.

Cristina Márquez, 3r C
(co-producido por Anna y Sarah)

PASEANDO POR LA PLAYA

Era medianoche, no podía dormir. No podía parar de pensar en lo que me había pasado y en cómo lo afrontaría al día siguiente. Estaba tan preocupada por lo que le diría a mi abuela que no sé ni cómo no me había explotado la cabeza en aquel momento.

Al día siguiente al fin logré decirle aquello que deseaba, pero no se lo tomó muy bien, y aquello me afectó bastante, así que decidí salir e ir a dar un paseo por la playa para desconectar un poco de todo. Entonces lo vi. Era un chico rubio, con unos ojos azules que era como mirar un océano, nunca antes lo había visto por allí. Como estaba un poco enfadada no le dije nada, aunque tampoco hizo falta, ya que fue él quien me habló. Le dije que qué hacía hablándome si no lo conocía de nada, pero bueno, me caía bien. Luego empecé a pensar que era un poco pesado y plasta. Aunque era guapo, era más tonto que las piedras, el pobre.

Al final pensé que podía ser retrasado. Le ignoré y me fui. Me llamó y yo salí corriendo, al cabo de unos minutos vi un morenazo, vaya morenazo…

Era tan guapo que me quedé embobada mirándolo mientras corría, no prestaba atención al camino y tropecé con una caracola de mar. Caí y me llené de arena. Él vino corriendo para ver si me había hecho daño.

Y ésta es la historia de cómo conocí a Ángel y por qué tengo una caracola de mar en mi mesita de noche.

Iniciado y terminado por Esther Q. Vallès, 4t B

A qualsevol lloc…

escala-casa1Vivia amb el meu germà i no teníem gaires diners. Tot i això, el meu germà, el Miquel, m’havia ensenyat a llegir i pel meu 13è aniversari em va regalar un llibre de 500 pàgines. La lectura m’apassionava, vaig llegir dia i nit. Fins i tot llegia a la botiga on treballava, assegut a les escales plenes de pols. Només tenia un llibre i per això el vaig llegir 4 vegades en una setmana, i cada vegada que me’l llegia l’entenia millor i captava cada detall d’una manera encara més emocionant.

Sarah Long, 2nD

(2008-2009)

Vaig quedar amb els amics per anar en bicicleta, però baixant les escales de casa em vaig trobar un llibre i vaig voler endinsar-me en un altre món, un món sense presses ni obligacions, un món que sempre serà allà.

Raúl Mozo, 2n C

(2008-2009)

De la finestra estant…

La lectura és fantàstica, quan estàs

llegintfinestra3 entres en un món diferent

del real, en un món màgic.

Aquesta noia, per exemple,

està molt ficada en aquest llibre

de màgia i amor, li agrada tant

que es posa a la finestra a llegir

malgrat que pot caure.

Laura Tello, 2n B

(2008-2009)

Siente el aire que te viene a recordar aquel libro que has dejado de leer hace tan sólo dos horas. Vuélvelo a coger, porque él te atrapó a ti.

Descálzate y podrás vivirlo. A la persona que esté leyendo un libro no le preguntes nada, porque aunque tú la ves, ella no está. Acaba de entrar en un paraíso único que sólo ella puede imaginar.

Cristina Márquez, 2n D

(2008-2009)

Canvi de narrador…

Andrés se acercó a un tartanero, le preguntó cuánto le cobraría por llevarle al pueblecito, y, después de discusiones y de regateos, quedaron de acuerdo en un duro por ir, esperar media hora y volver a la estación. Subió Andrés, y la tartana cruzó varias calles de Valencia y tomó por una carretera. El carrito tenía por detrás una lona blanca, y, al agitarse ésta por el viento, se veía el camino lleno de claridad y de polvo; la luz cegaba. Pío Baroja, El árbol de la ciencia

Me acerqué al tartanero y le pregunté:

– ¿Cuánto me cobraría por llevarme al pueblecito de aquí al lado?

– Unos dos duros.
– Dos duros? -me quedé con la boca abierta y seguí-. ¡Eso es mucho!
– Uno y medio le parecería mejor?
– No, si acaso ya me encontraré a otro tartanero.
– Bueno, espere, espere. Le cobro un duro por ir, esperar media hora y volver a la estación.
– Vale -le dije con una sonrisa en los labios por haber conseguido lo que quería.

Subí y la tartana cruzó varias calles de Valencia y tomó por una carretera. El carrito tenía por detrás una lona blanca, y al agitarse ésta por el viento, veía el camino lleno de claridad y de polvo; la luz me cegaba.

Cristina Márquez, 3r C

Canvi de narrador i diàleg

Andrés se acercó a un tartanero, le preguntó cuánto le cobraría por llevarle al pueblecito, y, después de discusiones y de regateos, quedaron de acuerdo en un duro por ir, esperar media hora y volver a la estación. Subió Andrés, y la tartana cruzó varias calles de Valencia y tomó por una carretera. El carrito tenía por detrás una lona blanca, y, al agitarse ésta por el viento, se veía el camino lleno de claridad y de polvo; la luz cegaba.              Pío Baroja, El árbol de la ciencia

Me acerqué al primer tartanero que vi y le dije:

-¿Cuánto me cobraría usted por llevarme al pueblecito?

El hombre me echó una ojeada corta y me dijo:

-Dos duros.

-¿Dos duros? Venga, déjemelo por uno, usted sólo tendrá que llevarme, esperarse media hora y volver a la estación.

-Dos duros –anunció solemne.

Me miré los bolsillos y pude observar que en ellos sólo había un duro; se lo mostré.

-Sólo llevo un duro.

Está bien, le llevo por un duro –dijo con desgana.

Me subí a la tartana vieja y desgastada y empezamos a cruzar calles de Valencia y el tartanero tomó una carretera. El carrito tenía por detrás un lona blanca, que agitada por el viento, llenaba el camino de claridad y de polvo; la luz me cegaba.

Irene Mirás 3r C

Memorias de un paraguas (11)

«Domingo 13 de septiembre del 2009.

»Querido diario,

»Hace mucho que ya no escribía pero últimamente no he tenido mucho tiempo, ni motivos para hacerlo…»

Mientras seguía releyendo esas líneas me vinieron a la cabeza algunos momentos de ese mismo día. A las siete de la mañana ya me había levantado, estaba en pie apoyado al lado de la mesita de noche de mi ama. Emma era una niña de unos ocho añitos, menuda y bonita, con los ojos claros y algo grandes. El pelo le reposaba sobre sus hombros, como una delicada cortina amarilla. En resumen, una niña preciosa. Entonces entró la madre de Emma, Ángela, y le dijo que se levantara que tenían muchas cosas que hacer. Emma me cogió en brazos y me llevó con ella hasta la cocina. Allí me sentó, a su lado, en una sillita especialmente hecha a mi medida y empezó a tomarse su rutinaria leche con cereales. Por lo que yo había visto, Emma me trataba más como un amigo que como un paraguas. Se levantó de la silla y me llevó de nuevo a la habitación; cerró lentamente la puerta para poderse vestir. Puede que tener conversaciones con un paraguas no fuera de lo más normal, pero ella no paraba de repetirme que era el mejor regalo de cumpleaños que jamás le habían hecho. Me roció agua y jabón por encima de mi rojiza capa y me limpió. Poco después salimos a la calle para comprar todo el marisco que nos hiciera falta para la paella familiar e ir a buscar la tarta que íbamos a comer de postre. Entramos en la pescadería y Ángela cogió número. A los 5 minutos de espera ya compró el pescado y cogimos rumbo hacia la panadería. Cuando nos dirigíamos hacia la salida vi lo que hacía una semana había estado esperando. Lluvia. Grandísimas gotas de agua caían del cielo, la gente llevaba los paraguas abiertos y éstos disfrutaban de la agradable ducha. Sin duda alguna, era mi día de suerte. Emma me miró con sus bonitos ojos y apretó el botón situado justo debajo de mi boca, entonces, mi roja capa se abrió de golpe y pude sentir la frescura del agua.

Al llegar a la entrada de la panadería, Emma me puso en el paragüero y se quedó a mi lado mientras Ángela decidía qué tarta comprar. Entonces llamó a Emma para ver cuál era su opinión. Ella, muy entusiasmada, se enamoró a primera vista de la tarta de triple chocolate, pues era una fanática del chocolate. Empezó a insistir a Ángela para que se la comprara y así lo hizo. Vi cómo pasaban por mi lado dirección a casa y entonces empecé a preocuparme. ¿Qué hacían? ¡Yo estaba allí dentro! No podía creer lo que estaba pasando. Se alejaban lentamente, con la tarta en las manos y me dejaban a mí solo, en el paragüero. No podía estar ocurriendo de verdad. Pegué un salto e intenté alcanzarlas, pero no pude; por más que saltaba, no las cogía ni por asomo. Me senté al lado de un árbol y esperé media hora para ver si volvían y se acordaban de mí, pero por allí no aparecía nadie más que gigantes desconocidos. Anduve horas y horas por esas calles, una y otra vez. Siempre pasando por los mismos lugares, pero no veía a Emma. Empecé a maldecirme a mí mismo. «Sólo soy un objeto, no me tendría ni que haber hecho ilusiones con una humana…» Si hubiera sabido dónde estaba mi hogar, sabría como volver, pero estaba completamente perdido, los nervios y el estrés me habían hecho perder la calma. Entonces, en lo más oscuro de la noche, vi una silueta de una persona más bien bajita, que gritaba Leonard. ¡Leonard! ¡Sí! Ése era mi nombre, estaba seguro que sería ella pues tenía el mismo hilo de voz. Se acercó y me vio allí tumbado al suelo, medio moribundo. Me cogió en brazos y me apretó contra su cuerpo como jamás lo había hecho. Ahora, por suerte, ya no estaba sólo. Y noté que cuanto más rato pasaba sin ella, más dura se me hacía la vida. Me besó y me susurró que me había echado muchísimo de menos y que lo sentía por lo que había pasado. Siguió abrazándome, aunque yo estuviera mojado, a ella le daba igual, era un cielito de niña.

Patricia Ortín

Memorias de un paraguas (10)

Como cada mañana, sólo despertarme miré a mis compañeros, todos metidos a presión en un escaparate. Me pasaba cada día mirando fuera cómo muchas personas entraban y salían para comprar paraguas nuevos, sí, esos que están hechos de acero inoxidable, con una tela especial… Yo, en cambio, he pasado la mayor parte de mi vida (sólo tengo dos años y medio) dentro de la tienda; eso es mucho pensando que la esperanza de vida es de tres años, y aún menos en la calle.

Pasé varios días pensando siempre en lo mismo: ¿por qué había nacido?, ¿y si dentro de poco me reemplazaban por otro más nuevo y a mí me desguazaban? ¿y…?

Era uno de aquellos días de gota fría en que siempre había alguna persona mayor que se olvidaba el paraguas o se le rompía. Un hombre de unos setenta años entró en la tienda, empezó a mirar pero no encontraba un paraguas que le hiciera el peso. Me cogió a mí, sí, lo habéis oído bien, a mí, de cientos y cientos de paraguas de la tienda me escogió a mí, por una vez en mi miserable vida me sentía un poco más importante al ver que se iba a cumplir mi sueño: salir de esa polvorosa y mugrienta tienda.

Al salir de esa tienda una fuerte ventolera se me llevó y pasó lo que había soñado durante mi vida: yo seguí volando hasta que mi tela cedió, años y años volando, viendo paisajes inolvidables. Se me resquebrajó la tela, caí en mitad del océano y mis últimos segundos de vida los pasé mirando el precioso fondo marino, otra de las maravillas del mundo que quería ver antes de morir.

Raúl Mozo

Memorias de un paraguas (9)

Llevaba cinco días en la tienda y ya me había hecho amiga de casi todos los paraguas. Era divertido estar en esa tienda de zapatos. Cada una me explicaba sus vivencias. Me hacía mucha gracia la gente que pasaba por la tienda y le pedía los zapatos del escaparate, pero nunca pedían paraguas.

Ese día llovía bastante. De repente entró una chica de unos 15 años y le dijo que necesitaba un paraguas; entonces María, que era la dependienta, le dijo que cogiera el que quisiera. Me cogió a mí, me hizo bastante ilusión, aunque un poco de tristeza por dejar a mis compañeros. Me encantaba estar con Anna, que era la chica que me compró. Yo le ayudaba con sus problemas de adolescentes y ella me cuidaba muy bien, nunca jugaba conmigo estirándome del mango o simplemente no me hacía daño.

Un día me sacó de casa porque llovía mucho y hacía un tiempo horrible. Salimos y cuando doblamos la esquina una fuerte ráfaga de viento me rompió. Pero Anna me cuidó y me reparó. Es difícil saber cómo una chica puede querer a un paraguas pero me hace feliz estar con ella y yo también le tengo mucho cariño; espero que no nos pase nada.

Laura Tello