
Edición en miniatura del Quijote. Fotografía de Juanjo González.
Me contaron que ahora besas con los ojos abiertos porque, si los cierras, aparezco yo.
Armando García.

Imagen de Michael Kleinsasser en Pixabay
¿Te acuerdas de cuando soñábamos en alto y tú
 mirabas la pared y yo la señalaba y tu me
 mirabas sentada en bragas en el suelo?
 ¿Te acuerdas de cuando el sueño se cumplió y tú me
 soplaste como una velita con forma simpática
 hasta que me fui apagando?
Yo sí,
 y aun así,
 pienso qué hice mal.
Si no aguantar tu respiración
 o si dejarme llevar como hojas que pisotearon los párvulos
 aquel otoño que duró todos mis veinte.
 Irene X, 2018.
 Irene X, 2018.

Imagen de Monika Robak en Pixabay
Mis mejores poemas,
 solo los lee una persona;
 son unas cartas tontas
 con mucho amor por dentro
 faltas de ortografía
 y agonía precoz.
Mis mejores poemas
 no son tales, son cartas,
 que escribo porque eso,
 porque no puedo hablar,
 porque siempre está lejos…
 como todo lo bueno
 —que todo lo que vale nunca está—
 como Dios
 como el mar.
 Soy de Castilla y tengo
 un cardo por el alma,
 pero quiero tener un olivo en lavoz;
 soy de Castilla seca,
 soy tierra castellana,
 pero quiero tener a mi amor en mi amor.
 Da risa decir eso, AMOR, a estas horas,
 AMOR a estas alturas de inmobiliaria y comité,
 pero yo digo AMOR AMOR: sé lo que digo.
—Mis mejores poemas son cartas que lloré—.
 Un poema se escribe,
 una carta se llora,
 una noche se puede parir o desnacer.
 Yo parí y he robado
 —he hecho de todo un poco—
 pero mi mejor verso…
——————————— un Telegrama es.
Mi táctica es
 mirarte
 aprender como sos
 quererte como sos.
Mi táctica es
 hablarte
 y escucharte
 construir con palabras
 un puente indestructible.
Mi táctica es
 quedarme en tu recuerdo
 no sé cómo ni sé
 con qué pretexto
 pero quedarme en vos.
Mi táctica es
 ser franco
 y saber que sos franca
 y que no nos vendamos
 simulacros
 para que entre los dos
 no haya telón
 ni abismos.
Mi estrategia es
 en cambio
 más profunda y más
 simple.
Mi estrategia es
 que un día cualquiera
 no sé cómo ni sé
 con qué pretexto
 por fin me necesites.
Cómo esta música discorde
inventa las nostalgias de un amante
Cómo insisten las notas en la fuga
de lo que tal vez fueran -sí lo fueron-
obstinadas señales de alegría,
crepusculares ya,
ensayos dolorosos de un decir
queriendo conocerse.
No sé si eran de amor:
escuetas y precisas resuenan como notas
de un afán inspirado,
de un perfecto y fugaz descubrimiento,
como si nada fueran más que música.
Y, sin embargo, cómo reavivan,
cómo aclaran los sueños,
cómo escuece este oírlas por sorpresa.
 Canción imaginada, tú
Canción imaginada, tú
 sí sabes ocultar las evidencias
 del hálito quemado de un suspiro,
 el reverbero hiriente de una voz
 a solas en el cuarto de un hotel.
 Tú callas la certeza innecesaria,
 sólo tú arrebatas el rencor,
 la vergüenza y el asco de recordar la usura
—esa usura feroz del sentimiento—
 ejercida a conciencia ante unos ojos
 entrecortadamente incrédulos
 y con amor aún.
Sigue sonando,
 que dure un poco más mi ensueño,
 mientras impartes tu caricia
 como brisa de octubre entre las hojas.
A veces
 por supuesto
 usted sonríe
 y no importa lo linda
 o lo fea
 lo vieja
 o lo joven
 lo mucho
 o lo poco
 que usted realmente
 sea
sonríe
 cual si fuese
 una revelación
 y su sonrisa anula
 todas las anteriores
 caducan al instante
 sus rostros como máscaras
 sus ojos duros
 frágiles
 como espejos en óvalo
 su boca de morder
 su mentón de capricho
 sus pómulos fragantes
 sus párpados
 su miedo
sonríe
 y usted nace
 asume el mundo
 mira
 sin mirar
 indefensa
 desnuda
 transparente
y a lo mejor
 si la sonrisa viene
 de muy
 de muy adentro
 usted puede llorar
 sencillamente
 sin desgarrarse
 sin desesperarse
 sin convocar la muerte
 ni sentirse vacía
llorar
 sólo llorar entonces su sonrisa
 si todavía existe
 se vuelve un arco iris.
A menudo encuentro sonrisas por los pasillos y por las calles. Incluso tengo comprada una matinal sonrisa de gitana con pañuelos de papel, en el semáforo de las esperas de volante y sueño. Y no hace mucho hallé de nuevo tu sonrisa; vino a mí con su verdad ya no velada tras el alevoso cendal liviano de los kilómetros y los días; vino a mí con su verdad despeinada al aire.
Y la he vuelto a guardar, tu sonrisa, donde guardo tus letras y tus besos, tus buenos días y tus buenas noches amor hasta mañana (sea un mañana de calendario o de corazón)… Donde siempre te guardé a ti, la he guardado.
Gonzalo Montesierra
Siempre alguna mujer me llevó de la nariz
 (para no hacer mención de otros apéndices)
Anillado
 como un mono doméstico,
 salté de cama en cama.
¡Cuánta zalema alegre,
 qué equilibrios tan altos y difíciles,
 qué acrobacias tan ágiles,
 qué risa!
Aunque era un espectáculo hilarante,
 hubo quien se dolió de mis piruetas,
 lo cual no es nada extraño:
 en semejante trance
 yo mismo
 me rompí el alma en más de una ocasión.
Es una pena que esos golpes
 que, entregados al júbilo del vuelo,
 entonces casi no sentimos,
 algunas tardes ahora,
 en el otoño,
 cuando amenaza lluvia
 y viene el frío,
 nos vuelvan a doler tanto en el alma;
 renovado dolor que no permite
 reconciliar el sueño interrumpido.
En esas condiciones no hay alivio posible:
 ni el bálsamo falaz de la nostalgia,
 ni el más firme consuelo del olvido. 
 Ángel González
 Ángel González