
Imagen de Enrique Meseguer en Pixabay
Verde que te quiero verde.
 Verde viento. Verdes ramas.
 El barco sobre la mar
 y el caballo en la montaña.
 Con la sombra en la cintura,
 ella sueña en su baranda,
 verde carne, pelo verde,
 con los ojos de fría plata.
 Verde que te quiero verde.
 Bajo la luna gitana,
 las cosas la están mirando
 y ella no puede mirarlas.
Verde que te quiero verde.
 Grandes estrellas de escarcha
 vienen con el pez de sombra
 que abre el camino del alba.
 La higuera frota su viento
 con la lija de sus ramas,
 y el monte, gato garduño,
 eriza sus pitas agrias.
 Pero ¿quién vendrá? ¿Y por dónde?…
 Ella sigue en su baranda,
 verde carne, pelo verde,
 soñando en la mar amarga.
 —Compadre, quiero cambiar
 mi caballo por su casa,
 mi montura por su espejo,
 mi cuchillo por su manta.
 Compadre, vengo sangrando,
 desde los puertos de Cabra.
 —Si yo pudiera, mocito,
 este trato se cerraba.
 Pero yo ya no soy yo,
 ni mi casa es ya mi casa.
 —Compadre, quiero morir
 decentemente en mi cama.
 De acero, si puede ser,
 con las sábanas de holanda.
 ¿No ves la herida que tengo
 desde el pecho a la garganta?
 —Trescientas rosas morenas
 lleva tu pechera blanca.
 Tu sangre rezuma y huele
 alrededor de tu faja.
 Pero yo ya no soy yo,
 ni mi casa es ya mi casa.
 —Dejadme subir al menos
 hasta las altas barandas;
 —¡Dejadme subir! dejadme
 hasta las verdes barandas,
 Barandales de la luna
 por donde retumba el agua.
Ya suben los dos compadres
 hacia las altas barandas.
 Dejando un rastro de sangre.
 Dejando un rastro de lágrimas.
 Temblaban los tejados
 farolillos de hojalata.
 Mil panderos de cristal
 herían la madrugada.
Verde que te quiero verde,
 verde viento, verdes ramas.
 Los dos compadres subieron.
 El largo viento, dejaba
 en la boca un raro gusto
 de hiel, de menta y de albahaca.
 ¡Compadre! ¿Dónde está, dime,
 dónde está tu niña amarga?
 ¡Cuántas veces te esperó!
 ¡Cuántas veces te esperara
 cara fresca, negro pelo,
 en esta verde baranda!
Sobre el rostro del aljibe
 se mecía la gitana.
 Verde carne, pelo verde,
 con ojos de fría plata.
 Un carámbano de luna
 la sostiene sobre el agua.
 La noche se puso íntima
 como una pequeña plaza.
 Guardias civiles borrachos
 en la puerta golpeaban.
 Verde que te quiero verde.
 Verde viento. Verdes ramas.
 El barco sobre la mar.
 Y el caballo en la montaña.
 Federico García Lorca, 1928
 Federico García Lorca, 1928