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Si pudiera atrapar
 nuestro último adiós,
 lo metería en una botella
 y lo lanzaría al mar
 para que se convirtiera
 en mariposas con la ilusión de ser gaviotas,
 ángeles de los marineros,
 vuelo azul de las olas.
 Si pudiera
 lo haría.
 Créeme.
Si supiera escribir nuestro final
 para que entendieras
 que siempre fuiste el principio,
 no mentiría
 a pesar de la verdad.
 Y lo haría
 sin dudar.
 Lo haría.
Si quisiera volver a ti,
 acunaría nuestra historia
 y le concedería una duda
 sin márgenes ni puntos aparte.
 Le daría a nuestra vergüenza
 su sitio
 y a nuestro pudor
 un largo beso.
Si me dejaras
 de nuevo conquistar con la boca
 cada parte de ti,
 sabiéndola explorada
 pero no vencida,
 hondearía nuestra victoria
 con los dientes
 y arañaría todos los sueños
 para que volvieran nuevos,
 en silencio,
 a nuestras sábanas,
 con una guirnalda de luces.
Y si nos pidiéramos perdón,
 te diría que es lo único
 que debimos hacer por los dos.
Pero no puedo ganarle más al tiempo
 para perderme a mí
 ni quiero
 volcar mi beso
 y lamer heridas
 que no son mías.
 Ser una lengua muerta,
 sin una queja,
 cuando no escuchas.
Y ya no sé traer de vuelta
 el polvo,
 las grietas,
 la piel de gallina,
 el precipicio.
Sin embargo,
 tendrás un lugar en mis pulmones,
 en el hueco que vive justo
 entre tu pie izquierdo y mi escalera.
Pero no me pidas
 que te quiera como ayer.
No me pidas
 ni una sola respuesta,
 ni una sola coartada,
 que vuelva a ser yo
 junto a ti, pero no contigo.
Porque te he tendido
 todos los brazos del mundo
 y me he quedado sola,
 abrazada a la nada,
 y cuando creo que me mantengo viva
 me sigues doliendo.
