Contemplar las palabras
 sobre el papel escritas,
 medirlas, sopesar
 su cuerpo en el conjunto
 del poema, y después,
 igual que un artesano,
 separarse a mirar
 cómo la luz emerge
 de la sutil textura.
Así es el viejo oficio
 del poeta, que comienza
 en la idea, en el soplo
 sobre el polvo infinito
 de la memoria, sobre
 la experiencia vivida,
 la historia, los deseos,
 las pasiones del hombre.
La materia del canto
 nos lo ha ofrecido el pueblo
 con su voz. Devolvamos
 las palabras reunidas
 a su auténtico dueño.

