Deberías vernos galopar por las calles de la tarde,
 enamorados como tontos, imbéciles de amor,
 tanto que si no fuéramos nosotros
 también yo pensaría que nos merecemos una paliza
 cada vez que nos viera pasar.
 Le echaría la culpa al dios de los poetas
 por permitir a dos hacerse poesía en plena calle,
 ¡como si nada!
 Esos somos nosotros. Ella y yo.
 Seremos.
Llevo encima tres besos de más y me están subiendo demasiado,
 tanto que estoy pensando en decirle que se venga,
 que se venga para siempre, sin paraguas ni botones,
 que se venga a matar a todos los poetas que tengan en la frente un minuto de cordura,
 a matar a todos los amantes que piensen
 que pueden salir intactos de una historia de amor,
 matar a quienes se besen con precaución,
 a quienes se toquen con guantes,
 a todos aquellos que sigan las santas leyes del recato.
Y todos dirán
 ahí vienen dos que se aman, dos que van a ser libro,
que van a escribirse palmo a palmo, en verso a toda plana.
 Y al escribirnos tendremos quinientas páginas de lo nuestro
 para lanzarlas desde lo alto del mundo
 y que vuelen esperanzas de papel por toda la ciudad.
Dos más uno es el hijo que aún no tenemos.
 Creo que lo llamaremos Horizonte
 para que cuando lo miremos nos recuerde
 que el amor es un paisaje y ese niño su constatación.

