Nada le falta al triunfo de la civilización.
Ni el terror político ni la miseria afectiva.
Ni la esterilidad universal.
El desierto no puede crecer más: está por todas partes.
Pero aún puede hacerse más profundo.
Ante la evidencia de la catástrofe, están los que se indignan y los que actúan, los que
denuncian y los que se organizan.
Nosotros estamos del lado de los que se organizan.Que un régimen social agonizante no tenga otra justificación para su naturaleza arbitraria que no sea su determinación absurda – su determinación senil – en simplemente perdurar; que la policía, mundial o nacional, haya obtenido vía libre para ajustar cuentas con todos aquellos que no acatan las órdenes; que la civilización, herida en su corazón, no encuentre nada más que sus propios límites en la permanente guerra a la que se ha lanzado; que esta huída hacia adelante, casi ya centenaria, no produzca nada más que una serie inacabable de desastres cada vez más frecuentes; que la masa de humanos se acomode a este orden de cosas a golpe de mentiras, de cinismo, de embrutecimiento y de recompensa, ya nadie puede fingir ignorarlo. El deporte que consiste en describir sin fin, con un variable grado de complacencia, el
desastre presente, no es más que otra manera de decir: “Esto es lo que hay”; la palma de la infamia se la llevan los periodistas, aquellos que aparentan redescubrir, cada mañana, las suciedades que habían constatado la víspera. Pero lo más perturbador en este momento no es la arrogancia del imperio, sino la debilidad del contraataque. Como una parálisis colosal. Una parálisis de masas que lo mismo afirma que no hay nada qué hacer, si es que habla, como concede, si a eso es
obligada, que hay “mucho qué hacer” que es, al fin y al cabo, decir lo mismo.
La veritat és que recomano la lectura d’aquest PDF, és molt i molt interessant el que s’hi diu…