Category Archives: tercer

Otra historia entre seis

Cuando llegué a casa me desaté los cordones de mis nuevos zapatos, me senté en el sofá y, aburrida como siempre, me puse a mirar la fotografía de la mesita de noche. Era Eduardo, mi ex marido, ahora hacía más o menos cuatro años que había muerto, pero yo aún le quería como el primer día.

La vida sin él era demasiado difícil. Estos años estaban siendo los peores de toda mi existencia. Ojala siguiera aquí conmigo, como antes. Conocerle había sido un milagro, perderle una desgracia. Seguía pensando en los momentos a su lado, fueron los momentos más bonitos de mi vida pero tenía que volver vivir de nuevo y dejar mi vida pasada atrás.

Pero un día pensé que mi vida tenía que continuar y así decidí salir a buscar algún entretenimiento. Retomé la relación con unas viejas amigas de la universidad, con las que perdí el contacto al casarme con Eduardo. Ellas me intentaban ayudar, pero la verdad, es que de poco me servían sus consejos. Además, cada una me decía una cosa diferente, con lo que conseguían liarme aún más. Cada día estaba más desesperada. No sabía qué hacer, estaba ya cansada de salir con mis amigas, pero tampoco quería quedarme en casa sin hacer nada. Un día, llegó al trabajo uno nuevo en una oficina al lado de mi despacho. Era alto y apuesto, de mi edad más o menos. Mientras pasaba el tiempo, nos fuimos conociendo cada vez más. Quedábamos para tomar un café y hablar de negocios, o bien para acabar alguna noticia que nos había quedado a medias… Poco a poco descubrí que con él me lo pasaba bien, y que había conseguido no darle tantas vueltas con el tema de Eduardo, por lo que me sentía mejor que antes al no estar llorando casi cada noche. Ahora con el nuevo, Carlos, me sentía llena. Descubrí de nuevo el sonreír, que hacía ya tiempo que lo había perdido. Era como mi salvador. Pero por supuesto, nunca igualará el lugar y la imborrable marca que Eduardo ha dejado en mi corazón.

3r B, iniciada y terminada por Patricia Ortín

Crucero con sorpresa (entre 8)

Érase una vez un crucero que zarpó del puerto de Barcelona cargado de gente.
Tenía como destino Haití, cruzando así todo el Atlántico, hasta llegar a sus bellas playas.
Yo subí a aquel impresionante barco y me quedé fascinada de todo lo que ese barco podía albergar en el interior.
Observé como la gente embarcaba con una gran sonrisa y los niños corrían arriba y abajo alegremente.
Me acerqué al borde del barco, apoyándome en la barandilla, y entonces lo vi. Sus ojos azules y su dorado pelo brillaban más de lo habitual en una persona. Dediqué todo el día en seguirle. Al caer la noche ya sabía muchas cosas sobre un hombre al que no había dirigido palabra. Lo que más me interesaba es que estaba soltero. Se alojaba en el camarote 23C junto a su hermano.
A la hora de la cena, en el restaurante Italiano de aquel inmenso crucero, lo vi y me puse a su lado. Yo di el primer paso, hablamos y nos caímos muy bien. Me ofreció quedarme a dormir en su camarote pero no acepté su invitación, no quería quedar como una chica fácil. Quedamos para desayunar a la mañana siguiente. Era perfecto y ¡se llamaba Marco!
Iba a Haití para hacer un reportaje fotográfico.
Y surgió el amor de una manera inesperada y preciosa.
—Así que ya sabéis cómo conocí a vuestro padre.
—¡Qué bonito, mamá!

3r C, empezado y revisado por Laura Gómez

HISTORIA ENTRE OCHO (2)

Corrió asustada. Huía de algo que aún no sabía bien qué era. Temor a lo desconocido. No podía parar de correr y de llorar. Oía gritos detrás de ella y pasos que avanzaban rápidamente. En su interior una voz le obligaba a parar, sabía que no aguantaría mucho más. Pero de repente tuvo una idea: giraría por la siguiente calle. En ese tramo las calles estaban desordenadas y se cruzaban entre ellas. Pero no hubo manera, seguía oyendo aquellos pasos que tanto le incomodaban. Tenía la sensación de estar en medio del rodaje de una película de terror, esas que tanto le gustaban y se habían vuelto en una pesadilla para ella. Siguió corriendo, hasta que se vio encerrada en un callejón sin salida, no tenía más remedio que enfrentarse a su desconocido perseguidor.

Se decidió a volverse y entonces, con lágrimas en los ojos, gotas de sudor por la frente y manos bien apretadas por la inseguridad, descubrió que le seguía un hombre trajeado, que quería devolverle el bolso que se había dejado en la silla del restaurante donde había comido. Después de todo, pudo respirar hondo, darle las gracias a aquel amable señor y volver a casa aliviada.

3r C, empezada por Cristina Márquez

Memorias… (6)

Una fuerte luz me despertó de mi largo sueño. Mi dueña me sacó bruscamente del armario y me llevó consigo escaleras abajo hasta llegar a la puerta.  Ahí estaban ya preparadas sus maletas. Salió fuera de casa y me abrió. Era de noche y llovía fuertemente. Caminó apresuradamente hasta el taxi que la esperaba en la acera y me cerró, pasa luego entrar cuidadosamente en el coche. Le dijo algo al conductor, no supe qué porque no entendía su lenguaje, y seguidamente el coche empezó su trayecto. Llegamos al aeropuerto después de mucho rato. Aún llovía, así que me tenía encima de ella, recibiendo los golpes de las gotas de agua. Afuera había muchas personas corriendo arriba y abajo, cada una con si paraguas. Los había de muchos tipos y colores. Todos nos saludábamos encantados y sonrientes, ya que pocas veces podíamos ver a otro paraguas. Dentro de la terminal, me dejó en un banco y ella se sentó a mi lado, esperando. Después llegó un chico, se saludaron y se fueron andando, con las maletas en la mano, olvidándose de mí. Al rato, una niña de coletas y con un vestido de colores muy chillón me cogió y me llevó arrastrando. Iba cogida de la mano de su madre, y caminaron rápidamente fuera del aeropuerto, andando por calles. Me gustaba esa niña; era alegre y parecía feliz conmigo. Al llegar a un parque, su madre me cogió y me echó en una papelera, haciendo llorar a la pobre niñita… Ahí me quedé yo, descansando, pensando en mi triste y aburrida vida, sin nada más interesante que hacer que no fuera mojarme, observar a la gente y sonreír a los otros paraguas. Me sorprendí cuando una mujer morena, delgada y muy maquillada me cogió y se refugió debajo de mí. Iba mojada y muy ligera de ropa. Anduvo lentamente a través del parque hasta llegar donde estaba un hombre. Le saludó y se acercó, para luego besarle. Se juntaron y se pusieron debajo. Era una escena no muy agradable de ver, sinceramente. Pero no duró mucho porque me soltaron y caí al agua del lago que había en el medio del parque. A la mañana siguiente un señor de la limpieza me recogió y acabé en su bolsa. Ésa fue mi última aventura antes de acabar en la chatarrería municipal.

Carla Bertomeu, 3r C

Historia entre seis

Dos científicos del MIT llevaban mucho tiempo desarrollando un invento. Cuando ya estaban a punto de terminarlo surgió un problema. No se lo esperaban. Estaban decepcionados. ¿Tendrían que volver a empezarlo? Tanto tiempo trabajando en ese experimento para que luego el novato perdiera los tubos de ensayo después de cuatro años de esfuerzo. Pero la esperanza es lo último que se pierde y siguieron trabajando. Era duro, por supuesto, pero era su trabajo e iban a seguir adelante. Esta vez era un poco más fácil, porque tenían experiencia. Pero aún así, les costó conseguir lo que ellos querían: desarrollar un nuevo champú para hacer crecer el pelo. Pero un día encendieron el televisor y vieron que la compañía enemiga lo estaba anunciando en primicia; estaban decepcionados, pues no creían que el novato trabajara para otra compañía y los tubos hubieran sido robados. Entonces decidieron denunciar al novato y a la compañía, y después de un largo proceso en los tribunales, pudieron demostrar que el invento era suyo.

3r B, empezada y revisada por Saúl González

Historia entre ocho (1)

Había una señora, con su perro, paseando tranquilamente por la ciudad. Vestía de forma muy arreglada y caminaba rapidamente, llevando al animal a rastras. En cuanto vio el escaparate de una tienda, se paró, mientras su perro luchó por seguir paseando. No se podía resistir, había salido a la venta la nueva temporada de Madame Lu y etntró en la tienda dejando a su perro en la entrada. El perro consiguió desprenderse de la correa. Y siguió con su paseo por la ciudad a su ritmo. De repente se cruzó con mama gata y sus pequeños desprotegidos. La gata se puso rabiosa cuando vio aquel “chucho” acercarse a sus pequeños indefensos. El perro solo quería jugar, pero hoy no era el día. La madre se puso a la defensiva y cuando vio que el perro se acercaba más lo atacó. La dueña, vio a su perro herido, y corrió a buscarlo. El perr ya estaba en sus últimas pero aun así le prometió a la dueña que nunca más se escaparía de esa forma, si con suerte conseguía salir de esa. Un repentino canvio le hizo canviar de estado. Algo le salvó. Su dueña, al verlo de ese modo, fue corriendo a espantar a la gata, pero ella no sabía que hacer. Finalmente se le ocurrió tirar una de las prendas de ropa que había comprado en Madame Lu, contra la gata. Que esta se marchó, después de esa reacción. La ropa, tras aquél incidente quedó estripada totalmente. El perro, desgriaciadamente murió a causa del impacto en ver a su dueña tirar algo tan importante para ella, como esa prenda para salvarle.Así que la dueña se quedó sin ropa y sin perro.

3r C, Club d’escriptura

Memorias de un paraguas (5)

Lunes día 4 de septiembre.

Hoy me he sentido bastante bien, simplemente porque los días de veranos fueron muy secos. Pero venía el peor mes del año: Septiembre. Cuando las nubes desprenden esas gotas de agua que suavemente o todo lo contrario, mojan a la gente. Por eso mismo me inventaron para que esas minúsculas y pesadas gotas cayeran sobre mí y no sobre las personas. Muchas veces me siento un poco mal, porque en el momento en el que mi dueña, una señora más bien mayor de pelo oscuro, con la cara un poco demacrada por los años y menuda, me saca de su bolso de piel marrón, sé que acabaré mojado. Esa idea no es que me quite el sueño, pero sí que en algunas ocasiones no me hace sentir demasiado bien. Ella no obstante, es bastante considerada conmigo, normalmente me trata con suavidad y no me suele dejar en sitios muy fríos. Estoy viendo las nubes como se empiezan a oscurecer, me parece que mañana le seré útil a alguien. Además he visto como mi dueña se preparaba el chubasquero y las botas para mañana, señal de que saldrá de casa. Así que por hoy lo dejaré que mañana será un día duro.

Martes día 5 de septiembre.

Después de un día tan cansado como hoy, como ya era de esperar, me encuentro aquí, escribiendo de nuevo. Os haré un breve resumen de lo que me ha ocurrido. Muy pronto por la mañana, no sé exactamente a qué hora, me cogió rápidamente y me arrojó a su bolso marrón de piel como de costumbre. Solo salir a la calle pude percibir, y a la vez oler, ese aroma que desprende la hierba mojada y que contrasta con el suelo húmedo. Sin dudarlo a penas, me cogió de nuevo y me abrió. Cuando estuve ya centrado encima de su cabeza empezaron los saludos matinales con la gente del pueblo, que si la frutería, ahora el quiosco y ¡cómo no! Me iba chocando innumerables veces con otros paraguas, y se oía de fondo, disculpe, lo siento y así infinitas veces. Pero yo me pregunto: ¿No somos nosotros quienes nos chocamos? Parece ser que los dueños no lo ven así. Mientras reflexionaba sobre el tema, un golpe frío me sacó de mis pensamientos. Ella, me cerró y entramos en un banco y me dejó junto a los otros paraguas en un sitio donde nos reunimos todos, me parece que se llama paragüero. Después de una media hora de espera, observe que ya estaba de vuelta. Así que me preparé para las gotas de nuevo, pero esa vez no, las gotas no cayeron, así que me mantuvo en su mano a la espera de que lloviera, pero las nubes no se decidieron. Abrió la puerta de casa y como ya estaba seco me puso en mi sitio de siempre, su armario al que yo suelo llamar cama. Hasta ahora que me encuentro escribiendo encima de una bufanda y rodeado de ropa. ¿Qué haré mañana? Todo depende de las gotas y las nubes.

Anna Aparicio 3r C

Memorias de un paraguas (4)

Hoy ha sido un día bastante duro y con muchas cosas que explicar: esta mañana amanecía tranquila, un simple día más. Poca gente se ha fijado en mí en estos dos meses que llevó metido en este antro. Para que me sienta mejor, mis compañeros se pasan el día diciendo que la gente no me compra porque estoy en una esquina, no se me ve mucho, bueno… ¡chorradas! Yo creo que no me compran porque soy feo, mi mango es de madera oscura y tengo la cabeza negra, soy bastante soso.

A las 12 de la mañana apareció por aquel pasillo estrecho una chica muy elegante, de unos treinta años, que iba con unos altos tacones negros y un vestido muy ceñido. Vi como se acercaba, pero no me quise hacer ilusiones porque ya me había pasado otras veces. De golpe se paró delante de la estantería y levantó el brazo. Noté su mano en mi mango, me agarró con firmeza y me abrió. Entonces dijo:

—Es elegante… ¡Me lo quedo!

No me lo podía creer, estaba muy contento y seguro que aquella mujer me sacaría a la calle todos los días, ¡aunque hiciese sol! Afuera estaba lloviendo. Me sacó de la bolsa que le había dado la dependienta y estiró de las varillas. Me sentí libre, con seguridad, elegante, llevado al ritmo de los pasos de aquella hermosa mujer. Sentí las gotas frías de lluvia en mi cabeza. De golpe vino un vendaval, el viento me traicionó y me volcó de manera inesperada. ¡Las varillas se partieron en dos! ¡Qué desgracia! Oí cómo mi dueña gritaba como una histérica… y no decía cosas muy buenas ni bonitas de mí y de mi familia. Me dobló e intentó cerrarme bruscamente. No tuvo ningún miramiento por mis sentimientos. Vi cómo me volvía a meter en aquella horrible bolsa de plástico y me dejó caer en la basura. Me dejó allí tirado como un perro sucio, solo, abandonado, hecho pedazos. Esa mujer no tenía corazón.

Me quedé sumergido en una tristeza enorme. Mi único consuelo en aquel momento era que estaba en el recipiente de reciclaje, quién sabe, a lo mejor me esperaba una vida mejor…

Cristina Leiva 3r C

Més… “memorias” (3)

Hacía muchos años que no veía la luz del sol. Creo que me metieron en uno de esos lugares oscuros donde la gente suele almacenar sus trastos viejos. Llegó el gran día en que quizás me sacarían de allí. Por una parte temía acabar en un vertedero, pero por otra, esperaba, ya que con suerte podría sustituir alguna nueva adquisición de la familia, esos con despliegue automático, de colorines y algunos hasta de diseño, que se habría escacharrado.

Acabé en uno de esos contenedores para la gente pobre y en unos días me pareció haber recorrido medio país hacia el norte. En poco tiempo fui donado a una familia numerosa, con la que volví a recordar lo que era un paragüero. Llegó el mejor día de mi vida en mucho tiempo, me sacaron a la calle. Era un día de precioso, se podían observar unas nubes de color negro y no había ni rastro del sol. Por fin me abrieron, sonó un “clac” algo raro, pero no me dolió y la niña pequeña que me llevaba se asustó un poco. Sentí las primeras gotas frescas, y al poco sentí chorreones bajando por mis varillas. La chica sonrió al ver que había llegado al colegio sin calarse de agua. En la entrada quiso sacudirme abriéndome y cerrándome varias veces consecutivas. En una de ellas sonó otro “clac”, pero esta vez más fuerte. Sentí un inmenso dolor, al parecer, dos de mis varillas se habían roto. Se podría decir que me había convertido en un invertebrado. Al acabar las clases, la chica me llevó de vuelta a casa, donde empezó a hacer pucheros mientras la madre, histérica, no paraba de gritarle. Al fin llegó el padre, que hizo el papel de mediador. La verdad es que no me parecía muy molesto pero sí pensativo. Entonces sonrió, me cogió y salió corriendo del piso. Llegamos a una casa un tanto extraña y muy antigua. Por lo que oí de la conversación entre los dos hombres, el cabeza de familia le debía un favor a un viejo amigo suyo, y me regaló a aquel hombre. Suena extraño que no me tirase, ¿os preguntaréis por qué? Resultó que el viejo era un coleccionista de antigüedades y yo pasé a ser la gran pieza que le faltaba en el recibidor! Así que pagó a un hombre para que me arreglase y me cogió con mucho cariño; es más, me puso en el mejor sitio de su recibidor, donde aun puedo ver todo lo que sucede fuera y quién entra o sale de casa. Sin duda, un detallazo de mi dios de las lluvias.

Cristina Márquez 3C

Memorias de un paraguas (2)

Era un día un poco extraño, o a lo mejor era mi sensación de ansia por salir y ver el mundo exterior. Siempre había estado encerrado en una tienda de juguetes esperando a que alguien me viniera a comprar, por eso esa ansia cada vez se hacía mayor y crecía a cada día que pasaba. Pero hoy, hoy era distinto, estaba seguro de que me comprarían. Esperé todo el día hasta que por fin una niña bastante maja de un aspecto más bien fino se encaprichó de mí. La madre, que no se podía resistir a los dulces ojitos de su hija, sin prensárselo dos veces me compró. Acabé saliendo de una vez por todas por esa inmensa puerta que me había atrapado todos estos años. La niña, que se llamaba Mireia, no paraba de abrirme y cerrarme todo el rato, nunca pude imaginar que podría ser tan feliz. En uno de los momentos en que estaba abierto pude observar que el cielo poco a poco se iba poniendo gris y pensé que a lo mejor se estaba habiendo de noche, pero de pronto sentí como unas gotitas empezaban a resbalarme por la cabeza. Al cabo de unos minutos esas pequeñas gotas se multiplicaron hasta llegar al punto de empaparme entero; era una sensación un tanto rara, nunca pensé que podría contemplar tal suceso en mi vida.

Estaba disfrutando tanto que me olvide de todo por unos instantes. De pronto escuché un portazo y me di cuneta de que esas dotas que me cubrían ya no estaban, y me sentí con tanta energía que supongo que me debí quedar dormido, porque no recuerdo nada más de ese día; pero nunca olvidaré la sensación que experimenté el primer día que empezó mi libertad.

Paola Páez 3C