Cuando llegué a casa me desaté los cordones de mis nuevos zapatos, me senté en el sofá y, aburrida como siempre, me puse a mirar la fotografía de la mesita de noche. Era Eduardo, mi ex marido, ahora hacía más o menos cuatro años que había muerto, pero yo aún le quería como el primer día.
La vida sin él era demasiado difícil. Estos años estaban siendo los peores de toda mi existencia. Ojala siguiera aquí conmigo, como antes. Conocerle había sido un milagro, perderle una desgracia. Seguía pensando en los momentos a su lado, fueron los momentos más bonitos de mi vida pero tenía que volver vivir de nuevo y dejar mi vida pasada atrás.
Pero un día pensé que mi vida tenía que continuar y así decidí salir a buscar algún entretenimiento. Retomé la relación con unas viejas amigas de la universidad, con las que perdí el contacto al casarme con Eduardo. Ellas me intentaban ayudar, pero la verdad, es que de poco me servían sus consejos. Además, cada una me decía una cosa diferente, con lo que conseguían liarme aún más. Cada día estaba más desesperada. No sabía qué hacer, estaba ya cansada de salir con mis amigas, pero tampoco quería quedarme en casa sin hacer nada. Un día, llegó al trabajo uno nuevo en una oficina al lado de mi despacho. Era alto y apuesto, de mi edad más o menos. Mientras pasaba el tiempo, nos fuimos conociendo cada vez más. Quedábamos para tomar un café y hablar de negocios, o bien para acabar alguna noticia que nos había quedado a medias… Poco a poco descubrí que con él me lo pasaba bien, y que había conseguido no darle tantas vueltas con el tema de Eduardo, por lo que me sentía mejor que antes al no estar llorando casi cada noche. Ahora con el nuevo, Carlos, me sentía llena. Descubrí de nuevo el sonreír, que hacía ya tiempo que lo había perdido. Era como mi salvador. Pero por supuesto, nunca igualará el lugar y la imborrable marca que Eduardo ha dejado en mi corazón.
3r B, iniciada y terminada por Patricia Ortín