Hacía muchos años que no veía la luz del sol. Creo que me metieron en uno de esos lugares oscuros donde la gente suele almacenar sus trastos viejos. Llegó el gran día en que quizás me sacarían de allí. Por una parte temía acabar en un vertedero, pero por otra, esperaba, ya que con suerte podría sustituir alguna nueva adquisición de la familia, esos con despliegue automático, de colorines y algunos hasta de diseño, que se habría escacharrado.
Acabé en uno de esos contenedores para la gente pobre y en unos días me pareció haber recorrido medio país hacia el norte. En poco tiempo fui donado a una familia numerosa, con la que volví a recordar lo que era un paragüero. Llegó el mejor día de mi vida en mucho tiempo, me sacaron a la calle. Era un día de precioso, se podían observar unas nubes de color negro y no había ni rastro del sol. Por fin me abrieron, sonó un “clac” algo raro, pero no me dolió y la niña pequeña que me llevaba se asustó un poco. Sentí las primeras gotas frescas, y al poco sentí chorreones bajando por mis varillas. La chica sonrió al ver que había llegado al colegio sin calarse de agua. En la entrada quiso sacudirme abriéndome y cerrándome varias veces consecutivas. En una de ellas sonó otro “clac”, pero esta vez más fuerte. Sentí un inmenso dolor, al parecer, dos de mis varillas se habían roto. Se podría decir que me había convertido en un invertebrado. Al acabar las clases, la chica me llevó de vuelta a casa, donde empezó a hacer pucheros mientras la madre, histérica, no paraba de gritarle. Al fin llegó el padre, que hizo el papel de mediador. La verdad es que no me parecía muy molesto pero sí pensativo. Entonces sonrió, me cogió y salió corriendo del piso. Llegamos a una casa un tanto extraña y muy antigua. Por lo que oí de la conversación entre los dos hombres, el cabeza de familia le debía un favor a un viejo amigo suyo, y me regaló a aquel hombre. Suena extraño que no me tirase, ¿os preguntaréis por qué? Resultó que el viejo era un coleccionista de antigüedades y yo pasé a ser la gran pieza que le faltaba en el recibidor! Así que pagó a un hombre para que me arreglase y me cogió con mucho cariño; es más, me puso en el mejor sitio de su recibidor, donde aun puedo ver todo lo que sucede fuera y quién entra o sale de casa. Sin duda, un detallazo de mi dios de las lluvias.
Cristina Márquez 3C