Hoy ha sido un día bastante duro y con muchas cosas que explicar: esta mañana amanecía tranquila, un simple día más. Poca gente se ha fijado en mí en estos dos meses que llevó metido en este antro. Para que me sienta mejor, mis compañeros se pasan el día diciendo que la gente no me compra porque estoy en una esquina, no se me ve mucho, bueno… ¡chorradas! Yo creo que no me compran porque soy feo, mi mango es de madera oscura y tengo la cabeza negra, soy bastante soso.
A las 12 de la mañana apareció por aquel pasillo estrecho una chica muy elegante, de unos treinta años, que iba con unos altos tacones negros y un vestido muy ceñido. Vi como se acercaba, pero no me quise hacer ilusiones porque ya me había pasado otras veces. De golpe se paró delante de la estantería y levantó el brazo. Noté su mano en mi mango, me agarró con firmeza y me abrió. Entonces dijo:
—Es elegante… ¡Me lo quedo!
No me lo podía creer, estaba muy contento y seguro que aquella mujer me sacaría a la calle todos los días, ¡aunque hiciese sol! Afuera estaba lloviendo. Me sacó de la bolsa que le había dado la dependienta y estiró de las varillas. Me sentí libre, con seguridad, elegante, llevado al ritmo de los pasos de aquella hermosa mujer. Sentí las gotas frías de lluvia en mi cabeza. De golpe vino un vendaval, el viento me traicionó y me volcó de manera inesperada. ¡Las varillas se partieron en dos! ¡Qué desgracia! Oí cómo mi dueña gritaba como una histérica… y no decía cosas muy buenas ni bonitas de mí y de mi familia. Me dobló e intentó cerrarme bruscamente. No tuvo ningún miramiento por mis sentimientos. Vi cómo me volvía a meter en aquella horrible bolsa de plástico y me dejó caer en la basura. Me dejó allí tirado como un perro sucio, solo, abandonado, hecho pedazos. Esa mujer no tenía corazón.
Me quedé sumergido en una tristeza enorme. Mi único consuelo en aquel momento era que estaba en el recipiente de reciclaje, quién sabe, a lo mejor me esperaba una vida mejor…
Cristina Leiva 3r C