Category Archives: castellà

¿Por dónde empiezo?

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Muchas veces, cuando escribimos, no sabemos por dónde empezar. ¿Debería escoger primero los personajes o bien, una vez tenga un relato en sucio, adaptarlos al argumento? A veces, también sucede que un día empezamos escribiendo una historia, y cuando nos ponemos a escribirla otra vez, sin darnos cuenta, cambiamos los hechos que habíamos puesto anteriormente. Por eso, lo que empieza siendo una hoja con el escrito en sucio, acaba siendo sólo una hoja llena de borrones que indican el orden de cada suceso en la historia. Luego, hay que volverla a escribir, y leerla, modificarla y releerla hasta que nos convence del todo.

Patricia Ortín, 3r B

Diario de una agenda escolar

Domingo 25 de octubre

Hoy ha sido un día muy aburrido ya que sólo me ha sacado de la mochila para poder ver si tenía deberes y exámenes anotados en mí. Aunque la cosa no pintaba mal, mi dueña como de costumbre ha empezado a pintarme y todo lo que me suele hacer; madre mía, un día de estos me cansaré y me romperé; a ver si así me deja tranquila.

Lunes 26 de octubre

Vaya día el de hoy, si no fuese porque estoy más que acostumbrada diría que el día de hoy ha sido de los peores… deberes a montones, exámenes ni te cuento y para rematar el día, de repente a mi dueña le da por poner encima de mí unas hojas de papel blanco enganchado y fotos… sé que soy fea, pero no para tanto… o sí? En resumen, el día de hoy ha sido ajetreado. Ah, sí, y lo peor, lo peor, lo peor de todo ha sido cuando llegamos ya a casa y voy y me pierdo; vaya día el de hoy, si no han pasado cinco horas al menos antes de encontrarme no ha pasado ninguna, y al final, ¿dónde estaba? Pues como siempre en la estantería…, si es que no hay peor dueño que un adolescente.

Martes 27 de octubre

El día de hoy, cómo describirlo… ha sido de lo más raro, ha habido de todo desde deberes y exámenes hasta dibujos, pero lo mejor es que hoy me ha dejado durante todas las horas en la mesa y he podido enterarme de todos los chismes de la gente de clase; he podido por fin conocer a las otras agendas y me han estado contando su vida, y vaya vida la suya al lado de la mía, de lo mas aburrida; si al final esto de tener una dueña como la mía no va a estar tan mal…

Miércoles 28 de octubre

Madre mía, vaya día, vaya día… hoy ha pasado algo muy raro: de repente me encontraba en la mesa donde suelo pasar casi todas las horas de mi vida junto a mi amigo el ordenador y las gemelas lámparas hablando de cómo había ido nuestro día; me estaban contando las gemelas que por la mañana habían tenido una discusión muy fuerte con sus maridos los libros de castellano y catalán, cuando de repente me he dado un golpe… supongo que me he caído de la mesa o más bien me han tirado. Cuando he despertado estaba en un lugar nuevo para mí, si no recuerdo mal el lugar se llamaba gimnasio y allí la diversión nunca acaba; mi dueña no paraba de reír todo el rato, sus otros compañeros adolescentes tampoco y para remate, todo el mundo ha pintado sobre mí; al final me he puesto colorada; claro, es normal, tantos chicos pintando sobre mí nunca había pasado y yo he intentado estar lo más guapa posible.

El día por desgracia ha acabado, querido diario, y te aseguro que en todos los días que tengo de vida hoy ha sido de los mejores, aquel lugar era increíble y espero que me vuelva a llevar…

Macarena López, 4t B

UN DÍA EN EL SALÓN DEL MANGA

Hace dos semanas fui al Salón del Manga con dos amigas. Estuvimos toda la mañana comprando y por la tarde fuimos a hacer una gimcana. Me gustó mucho, ya que los cómics y el manga son dos cosas que me encantan.

Más tarde, cuando salimos de allí, pensamos en ir a cenar fuera todas juntas. Durante la cena estuvimos hablando de lo que nos había gustado más a cada una. A las doce y media nos fuimos todas a mi casa. Al llegar, lo primero que hicimos fue encender el ordenador para poder pasar las fotos y reírnos un rato.

Las fotos estaban muy bien. Había mucha variedad de personajes como: Ichigo de Bleach, Keroro, Allen Walker, Inuyasha, Naruto… y una que nos gustó muchísimo era una en la que salíamos todas con un japonés que había por allí. Cómo nos reímos.

Pero cuando íbamos a apagar el ordenador vimos de refilón una foto, a la que le clicamos con el ratón encima inmediatamente. ¿Podría ser que alguien disfrazado de sailor moon se colara en la foto? Efectivamente, y encima descubrimos que era alguien de nuestro instituto. Cuando nos comenzamos a fijar mejor en la foto en que vimos a sailor moon, a parte de ver que iba a nuestro instituto, vimos que era un chico; ¡estaba transvestido!

Después de reírnos un buen rato, cada una de mis amigas se fueron a su casa a dormir. Una vez en la cama, me puse a reflexionar en todo lo que había hecho, y si podría convencer a mi abuelo para que me volviera a llevar el domingo, que era el último día.  Pero ya sabía que eso era imposible.

4t B, empezado y revisado por Marta Insa

Cercant la claror

bancAquesta dona està llegint en un parc, en un dia assolellat, un llibre que deu ser important, ja que prefereix estar dreta que asseguda per veure-s’hi bé. El sol reflecteix al llibre i ella així té sensació de claror en un dia d’hivern. Llegir amb llum natural relaxa molt.

Alba Saiz (2008-2009), 3r C

Leer es disfrutar  de la lectura de una manera muy especial. La lectura nos ofrece dejar nuestro mundo a un lado  durante un tiempo y adentrarnos en el del personaje, sentir sus emociones, sus alegrías, sus tristezas, sus miedos… ¡es un gran placer!

Cristina Leiva (2008-2009), 3r C


PASEANDO POR LA PLAYA

Era medianoche, no podía dormir. No podía parar de pensar en lo que me había pasado y en cómo lo afrontaría al día siguiente. Estaba tan preocupada por lo que le diría a mi abuela que no sé ni cómo no me había explotado la cabeza en aquel momento.

Al día siguiente al fin logré decirle aquello que deseaba, pero no se lo tomó muy bien, y aquello me afectó bastante, así que decidí salir e ir a dar un paseo por la playa para desconectar un poco de todo. Entonces lo vi. Era un chico rubio, con unos ojos azules que era como mirar un océano, nunca antes lo había visto por allí. Como estaba un poco enfadada no le dije nada, aunque tampoco hizo falta, ya que fue él quien me habló. Le dije que qué hacía hablándome si no lo conocía de nada, pero bueno, me caía bien. Luego empecé a pensar que era un poco pesado y plasta. Aunque era guapo, era más tonto que las piedras, el pobre.

Al final pensé que podía ser retrasado. Le ignoré y me fui. Me llamó y yo salí corriendo, al cabo de unos minutos vi un morenazo, vaya morenazo…

Era tan guapo que me quedé embobada mirándolo mientras corría, no prestaba atención al camino y tropecé con una caracola de mar. Caí y me llené de arena. Él vino corriendo para ver si me había hecho daño.

Y ésta es la historia de cómo conocí a Ángel y por qué tengo una caracola de mar en mi mesita de noche.

Iniciado y terminado por Esther Q. Vallès, 4t B

De la finestra estant…

La lectura és fantàstica, quan estàs

llegintfinestra3 entres en un món diferent

del real, en un món màgic.

Aquesta noia, per exemple,

està molt ficada en aquest llibre

de màgia i amor, li agrada tant

que es posa a la finestra a llegir

malgrat que pot caure.

Laura Tello, 2n B

(2008-2009)

Siente el aire que te viene a recordar aquel libro que has dejado de leer hace tan sólo dos horas. Vuélvelo a coger, porque él te atrapó a ti.

Descálzate y podrás vivirlo. A la persona que esté leyendo un libro no le preguntes nada, porque aunque tú la ves, ella no está. Acaba de entrar en un paraíso único que sólo ella puede imaginar.

Cristina Márquez, 2n D

(2008-2009)

Canvi de narrador…

Andrés se acercó a un tartanero, le preguntó cuánto le cobraría por llevarle al pueblecito, y, después de discusiones y de regateos, quedaron de acuerdo en un duro por ir, esperar media hora y volver a la estación. Subió Andrés, y la tartana cruzó varias calles de Valencia y tomó por una carretera. El carrito tenía por detrás una lona blanca, y, al agitarse ésta por el viento, se veía el camino lleno de claridad y de polvo; la luz cegaba. Pío Baroja, El árbol de la ciencia

Me acerqué al tartanero y le pregunté:

– ¿Cuánto me cobraría por llevarme al pueblecito de aquí al lado?

– Unos dos duros.
– Dos duros? -me quedé con la boca abierta y seguí-. ¡Eso es mucho!
– Uno y medio le parecería mejor?
– No, si acaso ya me encontraré a otro tartanero.
– Bueno, espere, espere. Le cobro un duro por ir, esperar media hora y volver a la estación.
– Vale -le dije con una sonrisa en los labios por haber conseguido lo que quería.

Subí y la tartana cruzó varias calles de Valencia y tomó por una carretera. El carrito tenía por detrás una lona blanca, y al agitarse ésta por el viento, veía el camino lleno de claridad y de polvo; la luz me cegaba.

Cristina Márquez, 3r C

Canvi de narrador i diàleg

Andrés se acercó a un tartanero, le preguntó cuánto le cobraría por llevarle al pueblecito, y, después de discusiones y de regateos, quedaron de acuerdo en un duro por ir, esperar media hora y volver a la estación. Subió Andrés, y la tartana cruzó varias calles de Valencia y tomó por una carretera. El carrito tenía por detrás una lona blanca, y, al agitarse ésta por el viento, se veía el camino lleno de claridad y de polvo; la luz cegaba.              Pío Baroja, El árbol de la ciencia

Me acerqué al primer tartanero que vi y le dije:

-¿Cuánto me cobraría usted por llevarme al pueblecito?

El hombre me echó una ojeada corta y me dijo:

-Dos duros.

-¿Dos duros? Venga, déjemelo por uno, usted sólo tendrá que llevarme, esperarse media hora y volver a la estación.

-Dos duros –anunció solemne.

Me miré los bolsillos y pude observar que en ellos sólo había un duro; se lo mostré.

-Sólo llevo un duro.

Está bien, le llevo por un duro –dijo con desgana.

Me subí a la tartana vieja y desgastada y empezamos a cruzar calles de Valencia y el tartanero tomó una carretera. El carrito tenía por detrás un lona blanca, que agitada por el viento, llenaba el camino de claridad y de polvo; la luz me cegaba.

Irene Mirás 3r C

Memorias de un paraguas (11)

«Domingo 13 de septiembre del 2009.

»Querido diario,

»Hace mucho que ya no escribía pero últimamente no he tenido mucho tiempo, ni motivos para hacerlo…»

Mientras seguía releyendo esas líneas me vinieron a la cabeza algunos momentos de ese mismo día. A las siete de la mañana ya me había levantado, estaba en pie apoyado al lado de la mesita de noche de mi ama. Emma era una niña de unos ocho añitos, menuda y bonita, con los ojos claros y algo grandes. El pelo le reposaba sobre sus hombros, como una delicada cortina amarilla. En resumen, una niña preciosa. Entonces entró la madre de Emma, Ángela, y le dijo que se levantara que tenían muchas cosas que hacer. Emma me cogió en brazos y me llevó con ella hasta la cocina. Allí me sentó, a su lado, en una sillita especialmente hecha a mi medida y empezó a tomarse su rutinaria leche con cereales. Por lo que yo había visto, Emma me trataba más como un amigo que como un paraguas. Se levantó de la silla y me llevó de nuevo a la habitación; cerró lentamente la puerta para poderse vestir. Puede que tener conversaciones con un paraguas no fuera de lo más normal, pero ella no paraba de repetirme que era el mejor regalo de cumpleaños que jamás le habían hecho. Me roció agua y jabón por encima de mi rojiza capa y me limpió. Poco después salimos a la calle para comprar todo el marisco que nos hiciera falta para la paella familiar e ir a buscar la tarta que íbamos a comer de postre. Entramos en la pescadería y Ángela cogió número. A los 5 minutos de espera ya compró el pescado y cogimos rumbo hacia la panadería. Cuando nos dirigíamos hacia la salida vi lo que hacía una semana había estado esperando. Lluvia. Grandísimas gotas de agua caían del cielo, la gente llevaba los paraguas abiertos y éstos disfrutaban de la agradable ducha. Sin duda alguna, era mi día de suerte. Emma me miró con sus bonitos ojos y apretó el botón situado justo debajo de mi boca, entonces, mi roja capa se abrió de golpe y pude sentir la frescura del agua.

Al llegar a la entrada de la panadería, Emma me puso en el paragüero y se quedó a mi lado mientras Ángela decidía qué tarta comprar. Entonces llamó a Emma para ver cuál era su opinión. Ella, muy entusiasmada, se enamoró a primera vista de la tarta de triple chocolate, pues era una fanática del chocolate. Empezó a insistir a Ángela para que se la comprara y así lo hizo. Vi cómo pasaban por mi lado dirección a casa y entonces empecé a preocuparme. ¿Qué hacían? ¡Yo estaba allí dentro! No podía creer lo que estaba pasando. Se alejaban lentamente, con la tarta en las manos y me dejaban a mí solo, en el paragüero. No podía estar ocurriendo de verdad. Pegué un salto e intenté alcanzarlas, pero no pude; por más que saltaba, no las cogía ni por asomo. Me senté al lado de un árbol y esperé media hora para ver si volvían y se acordaban de mí, pero por allí no aparecía nadie más que gigantes desconocidos. Anduve horas y horas por esas calles, una y otra vez. Siempre pasando por los mismos lugares, pero no veía a Emma. Empecé a maldecirme a mí mismo. «Sólo soy un objeto, no me tendría ni que haber hecho ilusiones con una humana…» Si hubiera sabido dónde estaba mi hogar, sabría como volver, pero estaba completamente perdido, los nervios y el estrés me habían hecho perder la calma. Entonces, en lo más oscuro de la noche, vi una silueta de una persona más bien bajita, que gritaba Leonard. ¡Leonard! ¡Sí! Ése era mi nombre, estaba seguro que sería ella pues tenía el mismo hilo de voz. Se acercó y me vio allí tumbado al suelo, medio moribundo. Me cogió en brazos y me apretó contra su cuerpo como jamás lo había hecho. Ahora, por suerte, ya no estaba sólo. Y noté que cuanto más rato pasaba sin ella, más dura se me hacía la vida. Me besó y me susurró que me había echado muchísimo de menos y que lo sentía por lo que había pasado. Siguió abrazándome, aunque yo estuviera mojado, a ella le daba igual, era un cielito de niña.

Patricia Ortín

Memorias de un paraguas (10)

Como cada mañana, sólo despertarme miré a mis compañeros, todos metidos a presión en un escaparate. Me pasaba cada día mirando fuera cómo muchas personas entraban y salían para comprar paraguas nuevos, sí, esos que están hechos de acero inoxidable, con una tela especial… Yo, en cambio, he pasado la mayor parte de mi vida (sólo tengo dos años y medio) dentro de la tienda; eso es mucho pensando que la esperanza de vida es de tres años, y aún menos en la calle.

Pasé varios días pensando siempre en lo mismo: ¿por qué había nacido?, ¿y si dentro de poco me reemplazaban por otro más nuevo y a mí me desguazaban? ¿y…?

Era uno de aquellos días de gota fría en que siempre había alguna persona mayor que se olvidaba el paraguas o se le rompía. Un hombre de unos setenta años entró en la tienda, empezó a mirar pero no encontraba un paraguas que le hiciera el peso. Me cogió a mí, sí, lo habéis oído bien, a mí, de cientos y cientos de paraguas de la tienda me escogió a mí, por una vez en mi miserable vida me sentía un poco más importante al ver que se iba a cumplir mi sueño: salir de esa polvorosa y mugrienta tienda.

Al salir de esa tienda una fuerte ventolera se me llevó y pasó lo que había soñado durante mi vida: yo seguí volando hasta que mi tela cedió, años y años volando, viendo paisajes inolvidables. Se me resquebrajó la tela, caí en mitad del océano y mis últimos segundos de vida los pasé mirando el precioso fondo marino, otra de las maravillas del mundo que quería ver antes de morir.

Raúl Mozo