Historia de un paraguas (7)

Domingo, otro horroroso domingo. No había nubes en el cielo y por tanto no había señales de lluvia. Seguía en el balcón, en la posición exacta en la que me encontraba hace tres semanas, esperando esas gotas de lluvia que me sacaran a pasear. Hacia las seis de la tarde, una chispa de esperanza alcanzó mi vista, una inmensa nube de un color gris oscuro se acercaba rápidamente hacia nuestro hogar. La señora Rita iba hacia la puerta, pero ni siquiera me miró. Oí cerrar la puerta tras sus pasos. Cuando al cabo de dos horas regresó, me quedé sin habla. Me sentía abandonado, la señora Rita ya no me necesitaba. Llevaba un paraguas nuevo, precioso, de unos colores muy bonitos, de un rosa chillón con rayas negras de la marca más de moda.
A partir de aquel día nada volvió a ser lo mismo. Rita me encerró en un lugar que para nosotros, los paraguas, es una especie de basura, al que Rita llama paragüero; ahí no hay más que paraguas viejos o sencillamente esos que por algún motivo aún no ha tirado. Vi pasar a Rita día tras día sin tan solo dirigirme una mirada.
Un año más tarde pasó lo inesperado, mi vida sufrió un cambio radical. La mirada de una niña lo cambió todo. La vi entrar con Rita y pedirle con voz tímida: “¿me lo puedo quedar?” Al escuchar un “sí”, se produjo una sonrisa de oreja a oreja en la pequeña. Su nombre era Alicia, la persona más dulce y cariñosa que jamás he conocido. Pasé con ella el resto de mi vida y me dio más cariño del que yo jamás creí que existía.

Sarah Long

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