En cualquier momento se me pudo ocurrir aquella idea y no pude dejarlo escapar; cogí rápidamente mi libreta y empecé a escribir y escribir.
En cuestión de segundos se me acabo la libreta. No podía creérmelo. En aquel instante me subí la manga de la camisa y seguí escribiendo en mi brazo. Llegué a los dedos y no cabía nada más, me subí la manga de la otra camisa y seguí. Estaba convirtiendo mi cuerpo en una obra de arte literaria. Llegué a la mano con que sujetaba la libreta, la dejé al lado, me desabroché rápidamente los botones de mi camisa y seguí escribiendo; tenía que acabar con el desenlace y no había más sitio para escribir. Me subí las perneras de los pantalones y seguí y seguí escribiendo. Al final, cuando casi llegué a los pies, acabé. Sentí una gran satisfacción y a la vez vergüenza, ya que en ese momento recordé que había escrito toda la historia sentado en uno de los asientos del tren. Todo el mundo había estado observándome todo el rato. Justo en la siguiente parada me bajé y volví a casa. En casa me quité la ropa menos los boxes y me tiré encima de la sábana blanca, y ahí quedó plasmada mi historia.
Raül Mozo, 3r B