INTRODUCCIÓN A JOHN STUART MILL (1806-1873)
John Stuart Mill es un ejemplo claro de eso que desde Lytton Strachey se llaman “victorianos eminentes”, es decir, de ese tipo de gentes que en el siglo 19 combinaron un individualismo acendrado con la no menos profunda convicción de que el hecho de formar parte de una elite cultural no sólo no les otorgaba derechos sino que era fuente de obligaciones y de cargas sociales. Nació en Londres el 20 de mayo de 1806 y era el mayor en una familia de nueve hermanos. Su padre, James Mill, puede ser considerado un precursor del utilitarismo. De origen escocés fue economista, filósofo y discípulo de Bentham y Ricardo trabajaba en la Compañía de las Indias Orientales, cuya historia escribió. Como su amigo Bentham, y siguiendo al ilustrado Helvetius, estaba persuadido de que la educación lo puede todo en la formación del carácter y se propuso demostrarlo con su hijo, al que convirtió en una especie de “máquina de razonar”, imponiéndole una disciplina atroz. El pequeño aprendió griego a los tres años y con ocho había leído al menos fragmentos de Herodoto, Jenofonte y Platón, con el que mantuvo un diálogo fecundo en toda su obra aunque no deja de confesar que no comprendió el Teeteto la primera vez que su padre se lo dio a leer.
Conocía perfectamente el latín y se lo enseñó a sus hermanos, pero en la infancia de John Stuart Mill no hubo ni juegos, ni juguetes, ni vacaciones. Como mucho, su padre le sacaba a pasear… para que le resumiese sus lecturas del día anterior y le oyese disertar sobre economía y política. Por las tardes recibía clases de aritmética. Con doce años estudió a Aristóteles y a Hobbes, escribió una HISTORIA DEL GOBIERNO DE ROMA e incluso un libro en verso que pretendía ser la continuación de la Iliada. A los trece leyó a Ricardo y con catorce viajó a París (donde fue recibido por el economista Jean-Baptiste Say). Permaneció en Francia estudiando un par de años y eso le permitió conocer Avignon, la ciudad que jugará un importante papel en su vida. En 1822 Mill funda la Utilitarian Society y comienza a escribir artículos defendiendo la doctrina elaborada por su padre y por Bentham. En 1823 entró a trabajar en la East India Company, como “Examiner” (una especie de interventor general) llegando a ser uno de sus principales directivos en 1856. Cuando la Compañía se disolvió en 1858 obtuvo una confortable pensión vitalicia que le permitió establecerse cerca de Avignon, pasando sólo una parte del año en Gran Bretaña.
En apariencia, Mill era la demostración del éxito del programa conductista de educación urdido por su padre y por Bentham. Pero el cansancio intelectual costó a Mill una crisis moral tremendamente grave a los veinte años (1826-1828), que narra detalladamente en su AUTOBIOGRAFÍA. La depresión le llevó a leer poesía, especialmente a Wordsworth y, ciertamente, sacudió su vida de máquina de razonar andante para abrirle a una comprensión más cualitativa de la realidad. Comprendió entonces el valor del sentimiento y de la poesía de manera que su utilitarismo se hizo más amplio que el de Bentham (puramente cuantitativo). Por decirlo rápido, se alejó de la doctrina de su padre en lo formal pero no en el fondo. Simplemente profundizó en el significado de la diferencia entre “felicidad” y “satisfacción”.
Él mismo glosó esta distinción en un texto central (el capítulo II de UTILITARISMO) donde asume que: «Es indiscutible que los seres cuya capacidad de gozar es baja tienen mayores posibilidades de satisfacerla totalmente; y un ser dotado superiormente siempre sentirá que, tal como está constituido el mundo, toda la felicidad a que puede aspirar será imperfecta. Pero puede aprender a soportar sus imperfecciones si son de algún modo soportables»… Dejando a parte lo que de autobiográfico tiene la reflexión, es obvio que de su crisis nerviosa Mill sacó una consecuencias muy claras acerca de la significación de la utilidad en el nivel cualitativo, que defendió de manera consecuente en toda su obra.
En 1830 se enamoró de Harriet Taylor, con una pasión exaltada. Pero él era un hombre respetable y ella una mujer casada; de manera que, aunque mantuvieran unas relaciones básicamente intelectuales, que todo el mundo conocía, la pareja esperó a la muerte del marido para poder casarse, finalmente, en 1851. Hay una gran diversidad de opiniones sobre el papel que Harriet jugó en la obra de Mill. Sus contemporáneos no la tenían en gran estima ni como persona, ni intelectualmente, pero Mill la consideraba su fuente de inspiración y, ciertamente, de ella surge una gran parte de la reflexión socialista de Mill. La dedicatoria de ON LIBERTY es lo suficientemente clara como para ahorrar interpretaciones. Cuando murió en 1858 la hizo enterrar en Avignon y él se instaló, con su hijastra, en una casita en Saint Véran desde donde podía ver el cementerio.
En 1861, publicó UTILITARISMO, texto en que estudia el tema de la felicidad, y en 1865 fue elegido parlamentario aunque no consiguió la reelección, pero presentó una propuesta a favor del sufragio femenino –que fue derrotada. Desde 1868 permaneció en Saint Véran dedicado a la lectura, la escritura y la botánica. Allí falleció el 7 de mayo de 1873 y sus últimas palabras parece que fueron: “Sabéis que he cumplido con mi tarea”. Dejó inédito su libro SOBRE LA UTILIDAD DE LA RELIGIÓN. Fue enterrado en Avignon cabe a su esposa.
II
Mill toma el empirismo de Hume, el utilitarismo de Bentham, el asociacionismo psicológico de su padre, la teoría de la sociedad industrial de Saint-Simon y Comte. La idea de una irresistible marcha de la historia hacia la democracia y el riesgo de tiranía de la mayoría proviene de Tocqueville. Sin embargo, la síntesis de esos materiales es profundamente original. Mill es un utilitarista, pero su obra no se limita a reproducir el esquema individualista y el atomismo sociológico empirista. El utilitarismo es la teoría que convierte a la utilidad (entendida como felicidad o bienestar) en el único criterio de felicidad. Se trata de orientar la acción a lograr “la mayor felicidad para el mayor número”. Y por “felicidad” se entiende el placer y la ausencia de dolor, mientras que la “infelicidad” es el dolor y la privación del placer.
¿Pero, cómo definir la “felicidad del mayor número”? En este punto las teorías de Mill y de Bentham divergen:
· Para Bentham la felicidad está vinculada a la CANTIDAD de placer. Es, pues, una concepción aritmética, agregativa.
· Para Mill, por el contrario, lo importante es la CALIDAD de los placeres; por ello los placeres del espíritu son más importantes que los del cuerpo, y es preferible ser “un Sócrates insatisfecho” antes que un cerdo satisfecho.
Un sabio no desearía volverse ignorante de la misma manera que un ser inteligente no desea ser imbécil. La felicidad y la utilidad se encuentran, pues, en la autorealización no del cualquier tipo de felicidad o de placer sino del que mayor universalidad pueda tener, imparcialmente considerado.
Otra diferencia básica entre Mill y Bentham se halla en el papel de la felicidad.
· Bentham considera que la felicidad del individuo se identifica con los intereses de la humanidad. Ir contra la satisfacción de un deseo individual es ir contra la humanidad de la que ese individuo forma parte porque toda satisfacción ha de ser considerada imparcialmente como dotada del mismo valor. Por eso a veces se le identifica con el UTILITARISMO INDIVIDUALISTA
· Para Mill, en cambio, dado el estado actual de nuestras sociedades, debe distinguirse entre la satisfacción puramente privada y el bien público. Ciertamente debe trabajarse para reducir la diferencia entre ambos, pero entre tanto, el sacrificio de un individuo por el bien público debe considerarse la virtud más alta. De aquí que se designe su posición como UTILITARISMO ALTRUISTA.
Maximizar la suma total de felicidad o de placer, considerando imparcialmente los intereses de todos aquellos que están concernidos por un acto en concreto, es el objetivo de cualquier decisión que un utilitarista consideraría justa. En todo caso hay que dejar claro que ningún sacrificio personal tiene valor por sí mismo, sino en la medida en que aumenta la suma total de felicidad. Y, por ello mismo, una individualidad vigorosa e inconformista, opuesta al prejuicio social pequeño burgués, movida por la imparcialidad en sus juicios y por la racionalidad lógica en el razonamiento, es más útil a la sociedad que una personalidad sumisa. Como dice el título del capítulo 3º de ON LIBERTY, la individualidad es uno de los elementos del bienestar.
Mill es un inconformista y un reformista; en consecuencia considera que el individuo no tiene porqué dar cuenta a la sociedad de sus actos mientras éstos no afecten a nadie más que a sí mismo. Es lo que a veces se llama «principio del daño»: la sociedad sólo puede limitar la libertad de una persona si ésta amenaza con hacer daño a otra, pero nadie debe ser defendido contra sí mismo. Como es obvio si este principio se plantea así aparecen serios problemas: tal vez resulte difícil encontrar un acto cuyas consecuencias sólo me afecten a mí mismo (incluso el hecho de vestir de una u otra manera puede afectar a la gente con la que me encuentro, o a mis amigos). Para evitar esta crítica, no está de más observar cómo usa Mill, y en general el utilitarismo, la palabra “intereses”. El “principio del daño” se aplica porque resulta útil cuando se produce efectivamente –o podría producirse con gran seguridad– algún mal “a los intereses de otra persona”: es obvio que mis intereses no quedan perturbados si algún individuo va vestido de un horrible color verde o si predica el amor libre, aunque ni lo uno ni lo otro me gusten en absoluto.
La sociedad, pues, no puede legislar sobre la vida privada. Más bien al contrario, la libertad es el derecho a la no-interferencia y, por ello, conlleva la protección de la diversidad contra toda opresión, entre las cuales la más temible es la que proviene del poder de una opinión pública que pretenda imponer sus vulgares costumbres o creencias. La libertad no consiste en someterse a la ley del número, ni se puede ver limitada por la tiranía de la mayoría. No hay ningún daño en la opinión: toda aplicación de este principio se produce en el ámbito de los derechos concretos. Pero el individuo debe dar cuenta de todo acto perjudicial para los intereses de los demás.
La libertad política implica la participación en el poder y Mill es un demócrata convencido, pero pone por delante la libertad a la democracia (que es, en definitiva, un instrumento). Defiende, así, una democracia representativa en que estén reconocidos todos los pareceres y no sólo las mayorías. En una democracia las minorías deben poder hacerse oír y tener la posibilidad de triunfar mediante la fuerza de sus argumentos si son conformes a la razón.
El Estado debe hacer obligatoria la educación precisamente porque la democracia necesita de la fuerza del conocimiento y de la argumentación para poder aumentar su diversidad; una sociedad educada es más libre aunque Mill es contrario a la escuela pública por miedo a la uniformización y al adoctrinamiento. La uniformización constituye para él un despotismo de la clase dirigente. Su pedagogía, por ejemplo, defiende que los exámenes sean optativos y que en ellos no se pueda obligar a adherirse a ninguna opinión sino que se incite al alumno a pensar por sí mismo. Por ello mismo era contrario a que para entrar en ciertas profesiones fuese obligatorio un título oficial, con lo que se evitaría que ciertos individuos –los funcionarios– tuviesen un poder despótico en tanto que examinadores.
El meollo de una buena sociedad consiste en coordinar los intereses individuales. De hecho, el comercio es un buen ejemplo de tarea individual en que se logra coordinar intereses individuales y servir al interés general. Eso no significa que el estado deba renunciar a intervenir aunque procure ser mínimo para no dar demasiado poder a nadie. Más que en el estado, la utilidad mayor (y la eficiencia) se encuentra en los municipios y en las pequeñas comunidades. Mill es un liberal con objetivos sociales. De ahí su defensa, a la vez, de la economía liberal y de las organizaciones obreras, que le llevó a defender una especie de socialización más o menos libertaria del trabajo.
En política, el estado debe garantizar la igualdad de oportunidades. Algunas cosas (la educación, la sanidad, etc.) deben ser legisladas precisamente para conseguir la mayor utilidad general. La desregulación no puede, pues, ser una norma general e invariable. Un ejemplo muy típico es el del horario de trabajo que, según Mill, (que en eso sigue a Smith) debe ser legislado y limitado porque individuos aislados no podrían defender el interés general.
Mill reconoció a los socialistas utópicos de su época (Saint-Simon, Owen, Fourier) el mérito de haber sido los primeros en la defensa de la emancipación de la mujer. De hecho, una de sus condiciones para ser candidato a Westminister fue la de poder batallar por el derecho al voto femenino. Su feminismo tiene que ver profundamente con su idea de que la libertad es cualitativa, no divisible y que debe conducir a una sociedad equilibrada.
III
Para Mill: «la cuestión de los fines supremos no es susceptible de ser probada directamente» (UTILITARISMO), sólo mediante el análisis de sus consecuencias podemos saber si una acción es buena o deseable. Si entre dos principios morales queremos saber cuál es el mejor, hay que tener en cuenta tanto la cantidad como la calidad de sus consecuencias. Por eso es especialmente valioso el juicio de quienes, siendo personas competentes, han conocido diversos modos de existencia. No veremos a un sabio aceptar convertirse en ignorante, o a un hombre descender a la categoría de animal. Lo bueno es siempre lo cualitativamente deseable y lo socialmente útil y no puede ampararse en ningún tipo de autoridad externa. Para poder valorar un criterio o una regla como efectivamente moral debe ser de valor universal, debe procederse a una valoración imparcial de los intereses afectados por un determinado criterio y las consecuencias derivadas de su aplicación han de incrementar la felicidad (bienestar) general. Todo, incluso la virtud desinteresada, tiene unas consecuencias que deben ser evaluadas empíricamente.
La cuestión de la libertad debe ser entendida, pues, en el contexto de la efectividad y de la utilidad de la libertad para la felicidad. La libertad es instrumentalmente valiosa, pero no “intrínsecamente” valiosa: lo intrínsecamente valioso es la felicidad. Sería un error considerar que Mill habla de la libertad natural cuando su criterio implica que los humanos participan de una sociedad política, la única que en definitiva puede evaluar las consecuencias de la libertad como criterio. Es por ello que no todos los individuos pueden gozar de total libertad: los niños no han de ser libres, por ejemplo, para decidir si quieren, o no, aprender a leer y lo mismo podría decirse de algunas deficiencias psíquicas o de la barbarie –extremo éste que algunos han considerado colonialista, pero que en Mill no implica ningún significado racial ni xenófobo.
Como empirista, el utilitarismo es constructivista. Que los sentimientos morales no sean innatos conlleva que la demostración de su “naturalidad” (UTILITARISMO, cap. III) sólo pueda ser social. Como dice el propio Mill: «Es natural en el hombre hablar, razonar, construir ciudades y cultivar la tierra aunque éstas sean facultades adquiridas». En las acciones morales hay “esa poderosa base natural de sentimientos” que nos los hace sentir como necesarios; pero “el interés y la simpatía” nos llevan a considerar necesariamente a toda la humanidad entendida como totalidad política. La libertad, como la felicidad, ha de ser deseada desinteresadamente pero eso no empece que se trate también de principios normativos validados y confirmados por la experiencia, es decir, por el comportamiento de las sociedades humanas.
En resumen, para el utilitarismo: «Los ingredientes de la felicidad son varios; cada uno de ellos es deseable por sí mismo, y no solamente cuando se le considera unido al todo». Que algo sea deseado por los individuos mejores muestra que es deseable.
A continuació teniu un article presentant les aportacions de Mill a la discusió epistemològica sobre el mètode. Material útil per aprofitar a les preguntes 4 i 5 en examens de Plató i Descartes on s’exposin idees sobre epistemologia: deducció-inducció, coneixement “particular” coneixement “general”, principi de “causalitat”, raionalisme-empirisme, etc.
El “Sistema de lògica” Una aportació cabdal a l’empirisme i el problema de la inducció.
No hay duda de que el empirista inglés más conocido del siglo XIX, tanto en su época como en la nuestra, es John Stuart Mill (1806-1873), economista, político, historiador, escritor, editor y filósofo, así como defensor de los derechos femeninos, empleado de la Compañía de las Indias Orientales por más de 30 años (1823-1858), finalmente miembro del Parlamento británico (1865), y uno de los más grandes victorianos. El padre de Mill (amigo de Jeremy Bentham) decidió hacer un “experimento” con la educación de su hijo John y lo inició en el aprendizaje del griego a los tres años de edad y del latín a los ocho años; posteriormente aprendió hebreo y otros idiomas modernos (francés, alemán, ruso, pero no español), así como historia antigua, matemáticas y lógica. Es importante señalar que todo su conocimiento de la ciencia lo obtuvo Mill de segunda mano, a partir de los libros, y no de la experiencia personal. Se trata, pues, de un típico filósofo de la ciencia. Sin embargo, Mill también debe haber sido un sujeto interesante, porque a los 23 años de edad se enamoró perdidamente de una mujer no sólo casada sino de la más alta sociedad, a la que siguió amando hasta que el marido murió y logró desposarse con ella; este romance alcanzó gran popularidad en la sociedad victoriana, además de que para Mill representó el estímulo para sus actividades en pro del feminismo, incluyendo sus escritos, muchos de los cuales fueron firmados por la feliz pareja.
En 1843, cuando Mill ya se había recuperado de un terrible colapso mental juvenil (tenía entonces 37 años de edad) apareció su libro System of logic (“El sistema de la lógica”), que representa su principal y casi única contribución a la filosofía de la ciencia y que de toda su obra será la que comentaremos aquí. Es interesante saber que éste fue el primer libro publicado por Mill y que escribirlo le costó trece años de arduos trabajos. En contra de lo que su título sugiere, no se trata de un volumen sobre reglas o estructura del pensamiento, sino que más bien es el manifiesto más extremo del empirismo epistemológico, basado a su vez en las profundas convicciones liberales de su autor, quien usaba el término “empirista” en sentido despectivo y lo contrastaba con “conocimiento científico”. De espíritu antikantiano, El sistema de Mill se inicia con una crítica del intuicionismo y con la declaración de que tanto la planeación social como las actividades políticas deberían basarse en el conocimiento científico y no en la costumbre, la autoridad o la revelación; para Mill, el “conocimiento” obtenido a partir de métodos no inferenciales, o sea intuitivo o a priori,“, pertenece a la metafísica. Las inferencias alcanzadas por deducción, como en el caso de los silogismos, son incapaces de generar información no contenida implícitamente en las premisas; sin embargo, Mill propone que el razonamiento que pretende pasar de lo general a lo particular en realidad no existe, sino que todas las inferencias son siempre de particular a particular. Cuando decimos “Todos los hombres son mortales, Sócrates (aún vivo) es un hombre, por lo tanto Sócrates es mortal”, las verdaderas pruebas que tenemos para afirmar que Sócrates morirá es que Tales, Anaxímenes, Empédocles, Herodoto, Pitágoras y muchos otros individuos muy semejantes a Sócrates murieron antes que él; el principio general “Todos los hombres son mortales” no es realmente una prueba objetiva sino más bien una especie de nota o resumen de muchas observaciones individuales. La verdadera inferencia es la que se hace cuando tal resumen se integra sobre la base de casos aislados, o sea durante la inducción; en la deducción, la inferencia sólo es “aparente”.
Mill propuso que los principios matemáticos también son empíricos, o sea no son ni las “relaciones de ideas” que postulaba Hume, ni tampoco productos de la mente humana, como señalaba Kant, (ni realidades independientes del pensamiento como defendió Platón, ni idees innatas o de ellas deducidas como defendió Descartes) sino que surgen de la observación del mundo que nos rodea. Las conclusiones de la geometría, ciencia deductiva por excelencia, sólo son necesarias en el sentido en que dependen de las premisas de las que se deducen, porque las premisas mismas —axiomas— se basan en la observación y en generalizaciones a partir de experiencias repetidas. Lo mismo ocurre con la aritmética y el álgebra, que en lugar de ser relaciones lógicas primarias, en realidad se derivan de experiencias empíricas. Mill señala que, por ejemplo, un grupo de 4 cosas puede disponerse en dos grupos de 2 cosas, o en un grupo de 3 cosas y otro de 1; después de haber experimentado que esto siempre es así, concluimos que 2 + 2 y 3 + 1 son necesariamente iguales. Esta forma extrema del empirismo no ha sido aceptada por la mayor parte de los empiristas moderados, lo que Mill ya anticipaba:
[ … ] Probablemente ésta es la proposición, de todas las enunciadas en este libro [El sistema], para la que debe esperarse la recepción más desfavorable.
El argumento que generalmente se esgrime en contra de la proposición de Mill, de que los axiomas o principios geométricos y matemáticos son empíricos, es que no se admiten pruebas experimentales en contra de las leyes de la aritmética o del álgebra; por el contrario, cuando los datos recogidos por medio de observaciones contradicen los axiomas matemáticos, lo primero y lo único que se acepta es que son las mediciones y los cálculos derivados de ellas los que ameritan revisarse y corregirse.
La operación central en El sistema de Mill es la inducción, que descansa en el principio fundamental de la uniformidad de la naturaleza, que postula que lo ocurrido una vez volverá a ocurrir cuando las circunstancias sean suficientemente semejantes. Este principio es también empírico y se deriva de un proceso natural y primitivo de inducción, iniciado cuando observamos unas cuantas regularidades y predecimos que seguirán ocurriendo en el futuro; si nuestra predicción resulta correcta, a partir de ella se generaliza proponiendo que en vista de que algunos eventos se han dado en patrones recurrentes, todos los eventos futuros se darán también en patrones recurrentes. Por lo tanto, el principio de la uniformidad de la naturaleza puede analizarse en sus distintos componentes, que son generalizaciones de menor amplitud y hasta relaciones causales individuales. Para Mill, la causa de un fenómeno es el antecedente, o concurrencia de antecedentes, con los que está invariable e incondicionalmente ligado. Igual que el principio de la uniformidad de la naturaleza, el principio de la causalidad (o sea, que cada fenómeno tiene una causa) se confirma por toda nuestra experiencia; de hecho, el principio de la causalidad no es más que una forma más precisa de enunciar el principio de la uniformidad de la naturaleza. Sin embargo, la inducción aristotélica, por simple enumeración, puede llevar a proposiciones generales falsas. Lo que en última instancia se desea en la ciencia (según Mill) es llegar a proposiciones como la siguiente: o A es la causa de a, o bien existen eventos sin causa, y como estamos seguros de que todos los eventos tienen causa, entonces A es la causa de a. Esto se logra por medio de métodos más elaborados de inducción, de los que Mill describió cinco, los famosos “cánones de la inducción” basados, como se mencionó antes, en la obra de Herschel.
Canon I. Método de Coincidencia:
Si dos o más ejemplos de un fenómeno bajo investigación poseen una sola circunstancia en común, esta única circunstancia, presente en todos los ejemplos, es la causa (o el efecto) del fenómeno mencionado.
El ejemplo usado por Mill para ilustrar este método de coincidencia no fue muy afortunado: pensando que el factor común que poseen todas las sustancias químicas que cristalizan es que se precipitan de una solución, concluyó que ésta era una causa, o por lo menos un factor contribuyente, del fenómeno de la cristalización. Como todos sabemos hoy (y los alquimistas sabían desde el Medievo), este ejemplo es falso; sin embargo, es muy fácil pensar en otros ejemplos ilustrativos de este método que sí son verdaderos.
Canon II. Método de Diferencia:
Si una situación en que ocurre el fenómeno en investigación, y otra situación en que no ocurre, se parecen en todo excepto en una circunstancia, que sólo se presenta en la primera situación, entonces esta circunstancia, que es la única diferencia, entre las dos situaciones es el efecto, la causa, o una parte indispensable de la causa, del fenómeno mencionado.
El ejemplo de Mill para ilustrar este método de inducción por diferencia fue muy dramático, pero dada la importancia que le concedió posteriormente, también fue desafortunado; Mill escribió que si un hombre en la plenitud de la vida moría repentinamente, y su muerte estaba inmediatamente precedida por un balazo en el corazón podía concluirse que el balazo era la causa de la muerte, porque era lo único diferente entre el hombre vivo y el hombre muerto. Para los que hemos invertido casi toda nuestra existencia trabajando científicamente en la frontera que separa a la vida de la muerte, el esquema de Mill se antojó grotescamente incompleto; desde luego que las diferencias entre el mismo hombre, vivo y muerto, son mucho más numerosas y complejas que el orificio producido por la bala. De hecho, la determinación de la causa de la muerte (como la de la causa de la vida) es enormemente compleja, no sólo por razones empíricas sino por complicaciones filosóficas.
Canon III. Método Combinado: Coincidencia + Diferencia:
Si dos o más ejemplos en los que el fenómeno ocurre muestran una sola circunstancia en común, mientras que dos o más situaciones en las que el fenómeno no ocurre sólo comparten la ausencia de la circunstancia mencionada, entonces tal circunstancia, la única, en que difieren los ejemplos mencionados, es el efecto, la causa, o una parte indispensable de la causa, del fenómeno estudiado.
Tal como lo enuncia su nombre, este método es la combinación de los dos anteriores, por lo que a él se aplican las mismas observaciones ya mencionadas.
Canon IV. Método de los Residuos:
Cuando se resta o sustrae de cualquier fenómeno la parte que por inducciones previas se sabe que es el efecto de ciertos antecedentes, el residuo del fenómeno es el efecto de los antecedentes restantes.
Como veremos en un momento, este método (como todos los otros propuestos por Mill) supone una relación 1:1 entre causa y efecto; si Mill hubiera sido un científico y no un filósofo, habría experimentado en carne propia que este tipo de relaciones causales sólo se da por excepción en la realidad, en fenómenos muy simples o al final de investigaciones prolongadas y exitosas, cuando ya sólo quedan problemas “residuales” por resolver.
Canon V. Método de las Variaciones Concomitantes:
Cuando un fenómeno varía de alguna manera particular, es causa o efecto de otro fenómeno que varía de la misma o de otra manera, pero concomitantemente.
Mill sostuvo que de los cinco métodos resumidos arriba, el más importante era el canon II o método de las diferencias. Sin embargo, para que este método funcionara, Mill reconoció que era necesario que entre una observación y otra del mismo fenómeno sólo hubiera una diferencia, que podría ser de tiempo o de espacio, pero nada más; en otras palabras, Mill parecía exigir un nivel de identidad entre sus dos observaciones que, en sentido estricto, no puede darse en la realidad. Pero Mill tenía clara conciencia de este problema y señaló que para el uso adecuado de su método de las diferencias, bastaba con que en las dos observaciones se conservaran iguales sólo las semejanzas relevantes entre ellas. Esto plantea de inmediato los criterios para juzgar de la relevancia, que deben anteceder a la comparación entre las dos observaciones requeridas. En otras palabras, el uso del método de las diferencias requiere de un proceso previo, de naturaleza indefinida pero no por eso menos importante, que no forma parte de los esquemas de Mill.
Para los investigadores científicos activos no deja de ser un motivo de asombro leer, en un texto de filosofía de la ciencia publicado en 1986, que los cánones de Mill:
…Se usan ampliamente en las investigaciones científicas. Por ejemplo, las pruebas a las que las compañías farmacéuticas someten sus drogas rutinariamente utilizan los métodos de las coincidencias y las diferencias. Cualquiera que esté intentando establecer relaciones funcionales entre distintas variables seguramente usará el método de las variaciones concomitantes, aunque los científicos habitualmente evitan el lenguaje de los filósofos sobre causa y efecto.
Sin embargo, el verdadero problema no es si los cánones o métodos de Mill en verdad se usan en la ciencia, sino hasta dónde es posible, desde un punto de vista puramente filosófico, penetrar a fondo y comprender de veras la esencia, estructura y funcionamiento reales de las diferentes ciencias, no sólo en nuestro tiempo sino en el propio de Mill, el de la Inglaterra victoriana del siglo XIX.
El mismo Mill tuvo conciencia de los problemas filosóficos generados por su postura rígidamente inductivista y ofreció una opción alternativa para la generación del conocimiento, que sólo debería emplearse cuando fracasaran los métodos directos de la observación y la experimentación. Para esos casos, Mill recomendó el uso de un método deductivo con tres niveles: 1) enunciado de una ley general, 2) deducción teórica de una consecuencia objetiva derivada de la ley, y 3) verificación objetiva. Como el enunciado de la ley general no fue calificado, podría suponerse (por los enemigos de Mill) que se tratara de una hipótesis, o sea de una proposición no basada en la experiencia, de un concepto a priori, lo que en principio sería inaceptable a los empiristas. Sin embargo, Mill lo aceptó, pero con una condición teórica tan estricta que equivalía a rechazarlo en la práctica: en efecto, Mill aceptaba una hipótesis siempre y cuando fuera la única capaz de explicar los hechos deducidos a partir de ella, o sea que la verificación objetiva sirviera para excluir todas las demás hipótesis posibles.
De acuerdo con el esquema de Herschel, Mill no insistió en reducir toda la ciencia al uso de esquemas inductivos, pero sí postuló de manera categórica que la única forma aceptable de justificar las leyes científicas era a través de la inducción. En su opinión, una de las metas más importantes de la ciencia es demostrar relaciones causales; sin embargo, siguiendo fielmente a Hume, la causalidad no es otra cosa que la constante conjunción secuencial de dos eventos. Mill se dio cuenta de que no todas las conjunciones secuenciales constantes revelaban relaciones causales; por ejemplo, el día no es la causa de la noche, aunque sea una de las secuencias más constantes que el ser humano ha experimentado desde tiempo inmemorial. Por lo tanto, Mill distinguió entre dos tipos de secuencias de eventos, las causales y las accidentales; las primeras eran tanto invariables como incondicionales, mientras que las segundas eran nada más invariables. La incondicionalidad se definió como la obediencia a las leyes más generales de la naturaleza. Su ejemplo es interesante, pues se refiere a la sucesión del día y la noche; de acuerdo con Mill, las condiciones relevantes a este fenómeno incluyen la rotación diurna de la Tierra, la radiación solar y la ausencia de cuerpos opacos entre la Tierra y el Sol. Como la suspensión de cualquiera de estas condiciones no violaría las leyes más generales de la naturaleza, la sucesión día-noche se declaró condicionada y, por lo tanto, accidental o no causal. Pero hoy todos sabemos que la suspensión de la rotación diaria de la Tierra o cualquier modificación significativa en la radiación solar acarrearían cambios tan dramáticos en nuestro mundo que harían desaparecer instantáneamente toda manifestación biológica en nuestro planeta. Es seguro que el día no es la causa de la noche, pero es igualmente seguro que mientras el mundo en que vivimos siga siendo el mismo, el día alternará con la noche como lo ha hecho desde siempre y como lo seguirá haciendo para siempre.
Aunque Mill alguna vez señaló que sus cinco cánones o métodos servían para establecer relaciones causales, en general le tenía más confianza al canon II o método de diferencia para desempeñar esa función. Como se mencionó hace un momento, la diferencia verdaderamente causal debería ser invariable e incondicionada. Pero Mill todavía tenía que demostrar otras dos cosas más: que la diferencia percibida en los esquemas positivo y negativo no sólo es única sino que es relevante, y que la ley de la causalidad es un principio universal. En relación con la primera demostración, ya se ha mencionado la imposibilidad de alcanzar certidumbre, a partir de un número más o menos grande de observaciones individuales (que siempre será muchísimo menor que el total de las observaciones posibles), de que no existen otras circunstancias y que una o más de ellas sean también relevantes para que el fenómeno ocurra o deje de ocurrir. Respecto a la segunda demostración, Mill requería que la verdad del principio de que para cada fenómeno existe un grupo de circunstancias que lo anteceden en forma invariable e incondicional, se estableciera en forma empírica. Esto implica un argumento inductivo, pero para poder aceptar un argumento inductivo que pretende demostrar su conclusión es necesario presuponer la verdad de la ley de la causalidad o sea que se trata de un argumento circular. Mill tenía perfecta conciencia de que no podía probar la ley de la causalidad por medio de la inducción requerida por el método de la diferencia, de modo que cambió de estrategia y se apoyó en la simple inducción por enumeración. Su razonamiento fue que la validez de la inducción enumerativa está en relación inversa con la generalidad de la conclusión derivada de ella, en otras palabras, si la conclusión es limitada y específica, la inducción enumerativa que la genera es insuficiente y poco confiable, mientras que en la medida en que la conclusión es de mayor generalidad, la inducción aumenta su credibilidad, al grado que para los postulados más universales, como por ejemplo la ley de la causalidad, es el único método que puede demostrar y garantizar su vigencia. Mill estaba convencido de que la ley de la causalidad es un principio tan universal que su función se demuestra en todas y cada una de las secuencias de eventos que se examinen, sin excepción alguna. En vista de que los fenómenos examinados han sido y son pruebas de la existencia de la ley de la causalidad, ésta se transforma en una verdad necesaria.
Sin embargo, ni los filósofos contemporáneos de Mill ni sus sucesores hasta nuestros días, han aceptado que la simple inducción enumerativa sirva como prueba de la validez universal de la ley de la causalidad. El argumento esgrimido por todos ellos es siempre el mismo: a partir del análisis de las cosas como son, por más exhaustivo que éste sea, no es válido concluir que ellas no podrían ser de otra manera. Ni siquiera el postulado de Mill, de que nunca se ha demostrado una sola excepción a la ley de la causalidad, si se aceptara, serviría para demostrar que la ley es una verdad lógicamente necesaria. En otras palabras, Hume no fue refutado por Mill, porque mientras Hume basó sus argumentos en contra de la causalidad en la lógica, Mill se refugió en la experiencia sin excepciones para apoyarla. En otras palabras, el problema filosófico central surgido del empirismo o inductivismo de Mill es el siguiente: en la ciencia, ¿quién tiene la última palabra, la lógica o la experiencia?