En un nuevo paradigma de la educación, el alumno se convierte en protagonista y agente activo de su propio aprendizaje. Al mismo tiempo, adquiere relevancia la transformación del espacio educativo, tanto física como conceptual, al constatar que el entorno ejerce una gran influencia en el proceso de aprendizaje. Dicha transformación abarca todos los espacios educativos: el aula, las zonas comunes del centro educativo (pasillos, comedor, gimnasio, biblioteca, patio…) y el conjunto de la comunidad educativa y del entorno más inmediato del alumno (incluido el espacio virtual).
El laboratorio de Biología y Geología de un instituto es un espacio que los alumnos consideran a menudo como una oportunidad para desarrollar algo inusual y diferente, y sienten con frecuencia una cierta curiosidad y atracción. Es de por sí un espacio adaptado a las necesidades pedagógicas para las que ha sido diseñado, a la vez que debe cumplir los requerimientos de seguridad prescriptivos. Por ello, supone todo un reto encontrar elementos tanto físicos como conceptuales que permitan transformarlo en un espacio más adecuado para el aprendizaje.
Los laboratorios de Biología y Geología de los centros educativos de secundaria acostumbran a ser espacios bastante homogéneos, tanto si son específicos del área de biología y geología como si son compartidos con el área de física y química. Acostumbran a estar organizados en un único ambiente, con el espacio justo para dar cabida a los siguientes elementos:
En el centro del laboratorio:
- Mesas dobles de gran formato, normalmente fijas, para el trabajo individual y por parejas. Si los alumnos de delante se giran, pueden trabajar en una misma mesa 3 o 4 alumnos, unos encarados a los otros. La capacidad máxima es normalmente de 16 alumnos (que corresponde a la mitad del grupo clase).
- Taburetes altos y giratorios, normalmente dispuestos para sentarse de cara a la pizarra.
- Mesa del profesor, habitualmente en un extremo, delante de la pizarra del aula.
En la periferia del laboratorio:
- Poyata con superfície de trabajo y fregaderos.
- Armarios de almacenaje, con o sin vitrina.
- Ventanas con luz natural, normalmente encima de la superfície de trabajo.
- Puerta o puertas de acceso.
- Con suerte, algún espacio para dejar las mochilas y los abrigos de los alumnos.
Con el nuevo modelo de aprendizaje por competencias, las prácticas de laboratorio, tradicionalmente organizadas a partir de un protocolo que los alumnos debían seguir para llegar a unos determinados resultados, se han transformado en procesos de indagación e investigación que parten del planteamiento de una pregunta o problema. Así, las prácticas dejan de ser una actividad instructiva, una receta de cocina, para transformar-se en un proceso semi autónomo de construcción de conocimiento. Este cambio pedagógico en las prácticas exige una modificación del clásico laboratorio de Biología y Geología orientado a hacerlo más abierto y polivalente:
- Espacios más amplios que permitan el tránsito seguro cuando los alumnos desarrollan actividades diversas.
- División del espacio único tradicional en diferentes ambientes que permitan el trabajo simultáneo diversificado.
- Acceso a determinado material de laboratorio y a espacios propios del laboratorio para que los alumnos puedan desarrollar libremente sus investigaciones.
- Acceso a protocolos de actuación (usos, seguridad, limpieza…) y de procesos (dissección, análisis químicos…).
- Flexibilidad horaria y movilidad por los distintos espacios del centro o incorporación de determinados elementos propios del laboratorio en el aula del grupo, que también debe ser más amplia y con espacios diferenciados.
En función del grado de autonomía adquirido, el alumno debe poder disponer de los espacios físico y temporal adecuados para desarrollar su plan de aprendizaje, individualizado o colectivo, por medio de la indagación y, más concretamente, de la experimentación.
Estas reflexiones forman parte de las actividades del curso MOOC “Gestión de Espacios Educativos” del Intef.
Deixa un comentari