Refugiados y Europa

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Refugiados y Europa

 

Cristina Cerrada, Europa, Seix Barral, Barcelona, 2017, 206 páginas, 18€.

 

 

Cristina Cerrada trata en esta apasionante novela el drama de los refugiados que escapan de la guerra. En la Europa de hoy hay muchas familias como la de Heda. Unas familias que son refugiados en un país extranjero hostil, si el pasado es terrible y el presente incierto, el futuro se presenta como un lugar sin identidad donde un lugar en el que se lucha por volver a ser una persona. Luchan por tener una tierra nueva donde plantar las raíces y crecer para ser felices: “Afuera, el viento golpeará los postigos de las ventanas y hará oscilar el cartel luminoso de la pensión. Europa. Óxido. Luz de neón. Un zumbido eléctrico bajo la constante lluvia. Sentirá tanto odio agolpado en el pecho que le costará respirar”.

En Europa desde hace muchos siglos se suceden los conflictos, este lugar geográfico tiene un correlato objetivo en una pensión, un edificio lleno de habitaciones con vidas cruzadas: “No le gustará, no. Nunca le habrá gustado sentir miedo. Vestir ropa usada. Llevar zapatos viejos. Pero sospechará que nunca dejará de ser lo que es. No podrá. No se lo permitirá. Sería incluso un pecado mortal, pensará. Una iniquidad. Otros habrán muerto. Ella no”.

Las guerras tienen nombres distintos en Europa, pero todas se parecen porque en todas hay verdugos y víctimas. La crueldad humana no parece tener límites, homo homini lupus que dijera Thomas Hobbes parece que la Historia de la da razón. Heda y su familia escapan de la guerra en un país sin nombre pero que podría ser Bosnia, la Alemania nazi, la España franquista, Bosnia, Siria, Irán, … hay tantos nombres en nuestra Historia, que este carácter de innombrable sirve como símbolo de todos los conflictos armados donde población civil muere inocentemente o escapa hacia un incierto futuro: “El rótulo luminoso de la pensión Europa acabará de encenderse. Él jurará en voz tan alta que los demás inquilinos de la pensión lo habrán tenido que oír. Se abalanzará sobre ella. Tirará de Heda hacia sí. Sin fuerza. Aun así, apoyará la cabeza en su regazo y ella enredará los dedos en su cabello y con las manos frías se lo masajeará. Él se dormirá”.

Heda -como las mujeres de la antigüedad griega, del gran teatro de las tragedias marcadas por la Fortuna – verá su vida quebrada, entonces con paso tembloroso entrará en la pesadilla, el trauma psicológico, el daño, el lenguaje de la víctima, el victimario de las circunstancias. Como en los grandes daños la víctima se niega a explicitar lo ocurrido, la novelista juega como en una partida de billar con el lector, la bola negra no cae en el agujero hasta la última página. Esta novela nos recuerda a las grandes novelas de Marguerite Duras: “Las cuatro mujeres se acercaron entre sí. Unas botas golpearon la tarima de entrada al barracón. El primer soldado se llevó a la anciana y a la mujer mayor. Quedaron la chica y ella. Hasta ese momento no había oído su voz. Sin embargo, cuando más tarde comenzaron los gritos, ya no paró de oírla. Durante toda la noche. No la olvidaría jamás, en toda su vida. Esa voz. Aún se despierta por las noches oyéndola”.

Escrita con frases cortas. Una lengua poética. Una sensibilidad a flor de piel. Una forma de capturar la vida que hace que el lector como en la grandes novelas no pueda dejar de leer y se sienta atrapado hasta saber todos los pormenores de la vida de esta familia, de cada uno de sus miembros y por supuesto de su protagonista: la fábrica, la huelga, el hotel y sobre todo el tren. Ese tren que ha marcado a ciento de refugiados, a cientos de víctimas en esta masacre continua que parece ser ese caos desordenado que los historiadores se empecinan en ordenar que es la Historia: “No es más que un chico de su país. O sabe por su miedo. Por los ojos entrecerrados apuntando al suelo. Odio y miedo”.

La novela es muchísimo más interesante en sus silencios, en las cosas que no se dicen, en las elipsis que el lector reconstruye, como le ocurría al teatro donde se explicaban todas las cosas en largos monólogos hasta que aparecieron los rusos y comenzaron a no explicar, a dar por sabidas las cosas, la inteligencia y la sensibilidad del lector hace el resto del trabajo.

  1. A. Aguado

 

 

 

 

 

 

 

 

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