La ternura de los solitarios
Javier Tomeo, “La mirada de la muñeca hinchable”, Anagrama, Barcelona, 2003, 162 páginas, 11 €.
Javier Tomeo (Huesca, 1935) es uno de esos torrentes imparables, uno de esos raros escritores que baten un récord al escribir sin parar. Lleva muchos años viviendo en Barcelona, y se ha convertido en una de las figuras imprescindibles en cualquier acto literario de la ciudad Condal. A veces lo hace para la familia Lara, otras veces para Jorge Herralde; el caso es no parar de publicar novelas año tras año, con el objetivo de siempre que no es otro que el de la elaboración de una obra singular, mucho más poderosa de lo que parece cualquiera de sus novelas aisladamente. Lo suyo es crear una visión de la realidad, la del personaje que desconoce el devenir, de ahí la riqueza y variedad de la que ahora, cuando es maestro de maestros, hace gala en su última novela “La mirada de la muñeca hinchable”.
“El cazador” fue el primer pilar que puso el escritor aragonés y lo hizo allá por el año 1967 en medio de un panorama político y social muy alejado de su manera de entender las cosas. En aquella primera piedra estaba todo el edificio posterior del escritor, y que viene a confirmar desde luego algo que sus fieles defendemos a capa y espada: que un escritor nos ofrece un punto de vista siempre distinto al nuestro, al común de los mortales, y que el escritor de verdad no ha de caer en el desaliento, que escribe desde siempre, y sin parar, en un maratón de escritura original, singular, profunda y personal. Apoyando esta tesis, dan fe también las numerosas traducciones de sus novelas, donde prima, por encima de la descripción, el diálogo de los personajes, lo que ha permitido las adaptaciones teatrales de sus principales libros, como “El castillo de la carta cifrada”, “Amado monstruo” o “El cazador de leones”.
Se ha hablado de Kafka, del surrealismo, de Charlot o de Buster Keaton, Goya, Buñuel o Fernando Arrabal como fuentes. Lo cierto es que Javier Tomeo posee un mundo propio bien diferenciado, es impermeable a las modas circunstanciales, es dueño de un estilo propio, ceñido, preciso y concentrado, que es el estrictamente necesario para que el lector sigua línea a línea las peripecias de sus personajes, seres solitarios no demasiado favorecidos por la diosa fortuna, a saber: soledad, fracaso de la razón, imposibilidad de amar, incomunicación, la pesadilla, el sueño alegórico, el erotismo alucinado, etc. Todo se desarrolla con una cruel normalidad. Lo dicho y más está en “La mirada de la muñeca hinchable”. Una de las marcas de la casa del escritor es la brevedad -hace bueno el dicho quevediano de “lo bueno si breve dos veces bueno”-, ya en libros de relatos se muestra seguidor del difunto Monterroso, pero incluso en la novela nos presenta capítulos de corto recorrido en un estilo directo. Esta economía de medios condiciona el tipo de humor tan de tintes absurdos.
Una vez más, la primera persona del narrador es la que va dando cuenta de todo lo que puede, que no es sino una mínima parte de lo que se intuye, la situación cerrada, el diálogo entre dos seres condenados. Javier Tomeo nos deja en estas líneas la ternura de los seres solitarios: “Me llamo Juan P (no voy a decirles cuál es mi apellido, por razones obvias) y más de cuatro envidiosos opinan que me falta un tornillo… Mi padre me dejó al morir unas rentillas que me permiten vivir sin trabajar… me apasionan los fósiles… tengo un amigo que se llama Torcuato, una escopeta de aire comprimido que dispara balines, una muñeca de goma con una argolla de hierro en el tobillo izquierdo y una pulsera de latón en la muñeca derecha”.
“La mirada de la muñeca hinchable” es una excelente y madura obra que resume y compendia su manera de narrar, porque vuelve a mostrar la fidelidad de su autor por una cosmovisión de la realidad que nos atrapa en un fluir de la existencia hacia ninguna parte. ¿Cuál es el objetivo del protagonista? ¿Qué dificultades encuentra para conseguir sus fines? ¿Los consigue realizar o acaba fracasado? Tres preguntas que sitúan las reglas de juego de cualquier historia, siempre que no estemos hablando de Javier Tomeo, un escritor atrapado por la gran ciudad y sus pulsiones. “La mirada de la muñeca hinclable”, como “El canto de las tortugas” o “Preparativos de viaje”, nos reconcilia con la originalidad y la ternura, algo nada despreciable en estos tiempos de cólera.
J. A. Aguado