Sergio Pitol, “Una autobiografía soterrada”, Anagrama, Barcelona, 2011, 135 páginas, 18 €.

Hacer sentir, oír y ver

Sergio Pitol, “Una autobiografía soterrada”, Anagrama, Barcelona, 2011, 135 páginas, 18 €.

Sergio Pitol (México, 1933) ha construido todo un mundo propio, reconocible, suyo. Siempre ha vivido dentro de una cierta discreción, así que los reconocimientos que recibe son tardíos como el premio Cervantes 2005. Pitol está lleno de idas y venidas, de casi treinta años europeos en los que Pitol es un escritor mexicano en Varsovia -donde traduce autores entonces casi desconocidos y hoy clásicos entre nosotros, en buena medida gracias a su labor-, o en Praga, Roma, Barcelona. En su juventud y en las vueltas al país natal su amigo y “álter ego” es el crítico y ensayista Carlos Monsiváis, figura central de la cultura mexicana de los últimos cincuenta años: a él dedica uno de los artículos fundamentales del libro -Con Monsiváis, el joven-, como a él le dedicó también su primer cuento, “Victorio Ferri cuenta un cuento”. Monsiváis y Pitol se mueven por el México de 1957 y se cruzan con Juan José Arreola, José Emilio Pacheco, Max Aub, Salvador Elizondo, Enrique Díez-Canedo, Rosario Castellanos, Jaime García Tarrés.  Su infancia es precisamente uno de los pilares de su obra, ya que le marcó profundamente quedar huérfano a los cuatro años, con lo que tuvo que ser criado por una abuela. Además, durante seis años de su niñez sufrió malaria, lo que le obligó a permanecer en cama, convirtiéndose en un voraz lector. Secundado en esta afición por su abuela, también apasionada de las letras, a los 12 años había leído ya a Verne, Stevenson, Dickens y Tolstoi.La literatura le ha salvado y ordenado la vida, por eso nunca ha deslindado la una de la otra. Considerado un autor de culto, unánimemente elogiado por la crítica, es un amante de autores checos y alemanes, a cuyos principales autores ha traducido. Su literatura es muy interesante y novedosa en nuestro ámbito, porque incorpora elementos fantásticos que provienen de la influencia centroeuropea que él atesora, pero cuya presencia no es muy habitual entre los prosistas. Pitol abre la gran avenida de Europa en la literatura iberoamericana. Su obra es compleja, profunda, enigmática; y su mundo está a caballo entre el ensueño y lo real, universo que él aborda con una prosa lúcida, contenida y estricta: “El ideal de un escritor llegado a la edad provecta, tal como lo imagino, es escribir sólo dos o tres horas al día, leer todo lo que pueda, estudiar, revisar los clásicos del cine en vido, quizá dar algún breve curso universitario”.

Una autobiografía soterrada”  encierra entre sus páginas una gran agilidad narrativa, contiene anotaciones autobiográficas, reflexiones sobre arte, crónicas de la actualidad o impresiones de sus viajes: “Comencé a reflexionar sobre el cuento, sí, el cuento como género. Un autor de cuentos se emplea desde el primer párrafo en adelgazar una o varias anécdotas; después, trata de mantener un lenguaje eficaz, con frecuencia elíptico”.

Uno cree que está leyendo un ensayo para de pronto encontrarse con un relato, que se mutará en la crónica de su vida, el testimonio de un viajero, de un lector hedonista y refinado, de un escritor disciplinado, de un niño deslumbrado por la inmensa variedad del mundo. Nos aventuramos por los libros que ha leído el escritor mexicano y por los que ha escrito, por la pintura que ha visto, la música que ha escuchado o la que ha olvidado: “Aunque nadie lo crea me turba y hastía hablar tanto de mí y lo que hago. Por eso me permitiré cerrar esta larga monserga con unas palabras de mi amigo Carlos Monsiváis: “Sergio Pitol ha escrito libros iluminadores, eso se sabe; sopn un testimonio del caos, de sus rituales, su limo, sus grandezs, abyecciones, horrores, excesos y formas de liberación. Son también la crónica de un mundo rocambolesco, lúcido, delirante y macabro”.

El escritor mexicano reúne este v volumen una serie de  escritos autobiográficos, cuentos y apuntes. Un volumen  ofrece las claves para conocer y reconocer las artes literarias de este autor y gran viajero, para quien la realidad y la ficción no están separadas: “De 1980 a 1983 hice un buen acopio de notas en mi diario que me ayudaron a escribir “El desfile del amor”. No sólo me interesaba tratar problemas políticos del pasado, sino que me había empecinado en utilizar los procedimientos de la novela policial”.El escritor junta ficción y reflexión, invención y crítica, experiencia vivida hecha escritura y vuelta a ser experiencia leída.

                                 J. A. Aguado

 

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