El realismo sucio cubano
Pedro Juan Gutiérrez, “Carne de perro”, Anagrama, Barcelona, 2003, 148 páginas,
Pedro Juan Gutiérrez (Cuba, 1950) es el autor de la ya legendaria “Trilogía sucia de La Habana” (1998), a la que siguieron “El Rey de La Habana” (1999), “Animal tropical” (2000), “El insaciable hombre araña” (2002) y, ahora, “Carne de perro”. Hasta ahora, las novelas de Gutiérrez son conocidas en Cuba sólo por un círculo reducido de lectores, que las recibe desde el exterior o las compra en la bolsa negra (mercado paralelo de libros) por unos 10 dólares cada una.Sin embargo, han sido traducidas y publicadas en más de una decena de países.Pedro Juan Gutiérrez se siente más identificado con determinados autores norteamericanos, especialmente con Truman Capote, que con la tradición barroca cubana de un Alejo Carpentier o un Lezama Lima.Sus historias son descarnadas y de un realismo visceral, atrapan al lector cuando narra ese mundo que lo rodea, pues cuando se vive asediado por la tragedia y el drama, la realidad resulta mucho más literaria. Pedro Juan Gutiérrez escribe cosas que otros no se atreven a escribir en la Cuba de Fidel Castro. Su barrio es así, con mucho sexo, escándalo, lleno de historias fuertes, de esas que deja huella. Los ingredientes son siempre los mismos: alcohol, sexo, hambre, familia, diversión, soledad y alguna fuga hacia adelante que siempre termina en el mismo sitio.
Como en las anteriores novelas de Pedro Juan Gutiérrez, el escenario de la acción es la ciudad de La Habana y sus habitantes. El clima cubano está lleno de tormentas, ciclones y aguaceros que descargan sobre la tierra como un torrente de vida y de violencia, una bonita metáfora de la existencia de unos personajes que luchan por sobrevivir entre ron y miedo. El protagonista es un novelista en búsqueda de un argumento para su próxima novela negra; mientras lee un libro de autoayuda, se dedica a nadar y pescar, pero un buen día se encuentra a un borracho herido por la mordedura de unas ratas y lo lleva al hospital: es uno de esos balseros que pierden la familia y la vida en el intento de salir de Cuba. En ese momento empiezan los problemas para un escritor que busca soledad y silencio. “Vivir solo es muy bueno. Julia comienza a disolverse lentamente. Mi espíritu gana serenidad y aplomo después de la tormenta. Al atardecer bajo la colina y me voy a un bar cerca de la playa. Si me quedo solo en casa puedo beberme una botella de ron”.
Pedro Juan Gutiérrez retrata con vigorosa plasticidad ese medio social empobrecido hasta el extremo y consigue una estampa honda y dolorida de su pueblo. No hay expreso alegato político, pero no hace falta: el retrato es en sí mismo una acusación indirecta inapelable. Esa reconstrucción social y urbana tiene la fuerza de la denuncia porque surge de un intenso amor por la tierra, por sus peculiaridades, incluido un fondo de supersticiones y atavismos. Y posee un sentido vital bien claro: una incondicional reivindicación del placer carnal como alternativa a la miseria. De modo que este disfrute suena a un sincero “carpe diem” caribeño.
J. A. Aguado