Arto Paasilinna, “El año de la liebre”,

Situaciones cómicas en medio del bosque

 

Arto Paasilinna, “El año de la liebre”, Anagrama, Barcelona, 2012, 181 páginas, 17 €.

 

Esta es una novela que se ha convertido en un clásico de la narrativa europea, publica por primera vez en 1975, vive sucesivas reediciones en todo el mundo. Se trata de una forma positiva del empezar el año, con un modelo moral frente a la selva de la vida en las grandes ciudades. Quien gobierna el mundo de Arto Paasilinna (1942) es el bosque, esta novela nos permite reencontrarnos con el mundo natural.

En la narrativa de Arto Paasilinna se nota que es un escritor que viene del mundo del periodismo, porque en sus novelas hay un conflicto, algo que nace de la sociedad y hay que explicar a uno mismo y a los demás. Este ex periodista lleva a sus espaldas una cuarentena de novelas en las que el lector se mueve entre la crónica, el reportaje, la ficción y la fábula moral. Por estas razones no es de extrañar que sus novelas despierten en el cine interés como bases para guiones, como ocurre con “El año de la libre” que tiene dos versiones cinematográficas en las que se mezclan los dos ingredientes básicos de su narrativa: mucho humor y una pasión sin límites por la naturaleza.

La novela está traducida el finés por Ursula Ojanen y Juan Carlos Suñén. La novela está narrada en tercera persona por un narrador omnisciente que se revela al final como compañero de celda, en una de las múltiples peripecias vividas por este naturalista moderno llamado Vatanen, un periodista que detesta su trabajo y su matrimonio, al encontrarse de viaje de trabajo con un compañero al pasar por una carretera que atraviesa un bosque, el coche donde ambos hombres viajan atropella accidentalmente a una liebre, el animal sobrevive al accidente, Vatanen lo cura entablillándole una pata rota y decide en ese mismo momento abandonarlo todo y dedicarse a vagar por los bosques con la liebre como mascota. Así de sencillo, así de radical, se supone que es algo en lo que ya viene pensando y es ese suceso fortuito el que desencadena tan kafkiana situación: “Se trataba de un periodista y de un fotógrafo en viaje de trabajo: dos seres infelices y cínicos. Estaban cerca de la edad madura y las esperanzas que en su juventud habían puesto en el futuro no se habían cumplido satisfactoriamente, ni mucho menos. Ambos eran maridos engañados y desengañados; su vida diaria se construía en torno a sendas úlceras por venir, y a un sinnúmero de otras pequeñas preocupaciones de todo tipo”.

La novela desafía el sentido práctico del hombre urbano y se adentra en una forma de vivir más acorde con la naturaleza humana: “Lo mismo les ocurrió a sus colegas: frustrados en su trabajo, gente cínica. El más inútil de los economistas especializados en marketing valía para orientar a este tipo de redactores sobre lo que el editor esperaba de ellos”.

La historia se fragmenta en pequeños episodios que se leen con mucha facilidad y que nos llevan a vivir incendios forestales, rescates de material militar hundido en un río hasta peligrosas historias de fronteras. Todo cabe o puede caber dentro de estos microrelatos unidos por un héroe que se defiende del mundo con su humor negro. Nos gusta esta novela porque muestra que otra forma de ver la realidad es posible todavía, a estos alturas de la película: “ÉL contestó que no eran ésas sus intenciones, a lo que respondieron que nadie se comería a su propio perro, y que a veces era más fácil querer a una animal que a una persona”.

La novela tiene un tono de ingenuidad y bondad que casa mucho con este tiempo en el que nos hacemos propósitos nuevos para el año que empieza, la bondad debería ser una virtud a practicar para conseguir la felicidad, porque de eso va esta novela, de la forma en que uno puede descubrir cómo puede llegar a ser feliz y cuáles son los límites de la crueldad humana: “¿Cómo podía haber gente así? ¿Qué tipo de placer podía producir semejante violencia? ¿Cómo puede el hombre llegar a rebajarse tanto y con tanta crueldad?”. Preguntas que Arto Paasilina deja en el viento para que el lector las conteste.

J. A. Aguado

 

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