Francisco Umbral, “Los metales nocturnos”, Planeta, Barcelona, 2003, 200 páginas, 18 €.

Los fantasmas de un escritor

 

Francisco Umbral, “Los metales nocturnos”, Planeta, Barcelona, 2003, 200 páginas, 18 €.

 

Francisco Umbral (Madrid, 1935), siempre heterodoxo respecto de los géneros literarios, vuelve a la novela, después de una grave enfermedad, con una obra experimental. Una obra narrativa, en fin, llena de heterodoxia y sabiduría, que supone toda una relectura y una reescritura en estas páginas que vierte el saber literario del creador de “Mortal y rosa”, quien, en esta ocasión vuelve a tomar Madrid como alimento literario y escribe un extraño corazón de las tinieblas con el peregrinaje de Jonás, su protagonista, un periodista y escritor que en una noche de agosto sale a la calle en busca de sí mismo. Será una salida que se verá envuelta en putas, viejas y jóvenes; con camellos, narcos, muertos, juego, sexo, droga y traiciones, todo ello con Madrid como telón de fondo, y con una sociedad asfixiante, de perseguidores y perseguidos por medio.

Vuelve el novelista de siempre lleno de metáforas salvajes, anotando en forma de apuntes sus pasiones literarias. Tras la cometa de estas estrellas, la carrera literaria del gacetillero madrileño ha ido forjándose con la materia con la que se construyen las grandes obras, a saber: Voltaire, Baudelaire, Stendhal, Flaubert, André Gide, Oscar Wilde, Rilke, Lou Andreas-Salomé, Breton, Dora Maar, Magritte, Virginia Woolf, Ezra Pound, Joyce, Sartre, Graham Greene, Saramago, entre otros. Todos ellos son los creadores con los que Umbral convive y a los que va retratando como si fueran sus santos de cabecera. La peripecia literaria de Umbral es quizá la aventura más compleja de este siglo, incluido algo tan incuestionable como la fronda valleinclanesca, la filigrana de cenefa y greguería de Ramón Gómez de la Serna o la hermosa y contundente plasticidad de Camilo José Cela. Para muestra un botón: “Quiero decir que hago literatura mental con Enésima, porque la literatura está en la cabeza y no en la tinta ni en la máquina ni en el whisky. Y mucho menos en el pico, que te hace saltar la cabeza en astillas (la cárcel veo que me está volviendo moralista)”.

Una novela cuajada de violencia, acción y descripción intensa de la noche como escenario. En el fondo de esta marea intelectual está el gusto por vivir la literatura desde la propia literatura. Mundos marginales sirven de escenario a esta apoteosis del gamberrismo intelectual. Sólo la prosa riquísima y renovadora de Umbral ha podido mantener en pie tan gran ejército de monstruos literarios. Entre la ficción y la crónica, con humor, ternura y tremendismo, Umbral pinta, con su estilo de cronista periodístico, un retablo agitado de un mundo que contempla desde lo emocional: “Berta, mujer de periódicos y embajadas, guapa oficial, bollacón o quién sabe, solitaria, independiente, buena y falsa, mala y amiga. Estamos en un alto y antiguo piso de la Plaza de Oriente, nos hemos besado en el ascensor”.

Umbral es vanguardia, como vanguardia es rebeldía y como rebeldía nos deja su herencia. Novela-crónica-intelectual de un gamberro, acta literaria de un eterno adolescente que tira a las piscinas a los periodistas chinchosos. Francisco Umbral hace novela pero, a la vez, saborea dichoso el placer del oficio de periodista, la imagen inusual, el adjetivo que deslumbra, el neologismo agudo y preciso, trata el castellano con fervor, con pasión, con unción, con trabajo, porque la inspiración viene del mucho laborar con las palabras y Umbral ha sido un trabajador incansable; como Sísifo tenía una roca, Francisco Umbral tiene una montaña de libros. Con toda la intensidad y verdad de una crónica, con toda la intimidad de un poema, el lector pasea de la mano del novelista por unos escenarios canallas, que el propio autor ha mamado. Vidas, historias, recuerdos, frustraciones, sueños, poetas, amigos, la trama íntima y minuciosa del corazón de lector que palpita en estas páginas con vigor narrativo y gran belleza de pensamiento e idioma, porque Francisco Umbral nos enseña que la magia de leer supone la mayor libertad intelectual e imaginativa que se puede dar al cerebro.

J. A. Aguado

 

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