Pier Paolo Pasolini, “Una vida violenta

Una vida de película

 

Pier Paolo Pasolini, “Una vida violenta”, Seix Barral, Barcelona, 2003, 441, 11 €.

 

 

 

Hay textos que se convierten en polémicos por las circunstancias que rodean su aparición, que buscan el escándalo por un afán claramente comercial. Del mismo modo, existen escritores que husmean en las cloacas para lustrar sus páginas, a sabiendas de su éxito inmediato. Muchos de estos libros no son, en el fondo, más que extensos artículos periodísticos, sin apenas intención literaria, descuidados y de feo estilismo. Poco les importa. Existen, en cambio, a todo lo largo de la historia de la literatura, escritos y escritores que no han podido (ni querido) evitar los efectos -a veces perversos- de un discurso enraizado en la actualidad de la historia que les ha tocado vivir. Es el caso de Pier Paolo Pasolini (1922-1975).

Recordemos, para quién no lo sepa, que la noche del 2 de noviembre de 1975, Pier Paolo Pasolini fue asesinado en la playa de Ostia -junto a Roma- en un acto brutal nunca desvelado del todo. La aparente verdad es que Pier Paolo fue asesinado (golpeado y atropellado después, el coche le pasó por encima) por un muchacho de 17 años, Giuseppe -Pino- Pelosi, que hacía la carrera junto a la Estación Termini, lugar habitual de prostitución callejera masculina, que Pasolini (que no escondió sus aficiones mercenarias) conocía bien. Pelosi (moreno, de aire duro) era un chico de la calle, un chaval de barrio, un “ragazzo di vita”. Pelosi fue condenado -su historia no era muy creíble- y pasó ocho años en la cárcel.

La Europa de ahora mismo -oscura, cerrada, aturdida- echa de menos al gran provocador, al hombre que buscó poner las cartas boca arriba. Nos quedan sus películas y su obra literaria. Este mes de abril de rosas y libros, la editorial Seix Barral nos propone la relectura de “Una vida violenta”, publicada originariamente en Italia en 1959. Narra la vida de Tommaso, un joven delincuente de los suburbios romanos.

Solitario, a contracorriente, Pasolini trató de hacer literatura de clase (popular) cuando la sociedad literaria perseguía otros fines y tenía otros intereses; convertido en cineasta a partir de 1961, su objetivo fue dar cabida, en una estricta aplicación de las teorías gramscianas, a un cine nacional-popular que diera voz a los marginados. Escandalizó a medio mundo cuando rodó “El Evangelio según Mateo”, dedicándolo además a la figura del Papa Juan XXIII (un marxista hablando de Cristo y el Evangelio molestó igual a la derecha y a la izquierda); en 1965, “Uccellacci e uccellini” ponía el acento sobre la fagocitación del marxismo por la pequeña burguesía. Incluso después de una época en la que su impulso combativo parecía haber perdido su brío inicial (los años que median entre sus versiones del “Edipo” de Sófocles y “Medea” de Eurípides), volvió a la carga en 1971 con el proyecto de “El Decamerón”, “Los cuentos de Canterbury” y “Las mil y una noches”, al que siguió “Saló”, con la que recordaba a los italianos un fragmento del pasado reciente del país, estableciendo un paralelismo entre la Italia del Duce y la Italia del neofascismo industrial, apoyado, irónicamente además, sobre uno de los fetiches de la Gran Cultura Nacional: los círculos de Dante. En ocasiones la historia es irónica con el presente, llegando al sarcasmo, así Pier Paolo Pasolini nos dejó una obra póstuma sin terminar, “Petróleo”, una sátira de nuestro tiempo.

De toda su producción literaria es “Una vida violenta” la novela que mejor retrata la belleza insolente e ingenua de los pobres, inocente y bárbara, sin sentido de culpa. Tommaso el joven que vivía en Via dei Monti di Pietralata es en realidad el lado oscuro de su creador. La calle está presente a lo largo de estas casi quinientas páginas de realismo literario, diálogos descarnados donde como si de una película se tratase Pier Paolo Pasolini da rienda suelta a la lengua de sus personajes dejando al narrador en la sombra. Hay un fondo negro en la lectura entre líneas de “Una vida violenta”: la fractura entre Historia y biografía íntima. Algo que, paradójicamente, casi cincuenta años después de haberse escrito esta novela, parece flotar sobre nuestras cabezas como una metáfora del pasado cuya sombra, como la de un viejo fantasma, se proyecta sobre el presente.

J. A. Aguado

 

 

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