Antonio Muñoz Molina, “Nada del otro mundo

El Chejov del siglo XXI

 

Antonio Muñoz Molina, “Nada del otro mundo”, Seix Barral, Barcelona, 2011, 314 páginas, 18 €.

Existen algunos escritores como Antonio Muñoz Molina (Úbeda, 1956) a los que la literatura les sirve para comprender el mundo que les ha tocado vivir. La vivencias del creador de “Beltenebros” se han ido acumulando como las capas de una cebolla, cada nueva novela le ha servido para completar una visión particular, una cosmovisión de la realidad, que aparece en su obra en prosa de largo recorrido como en sus cuentos ahora recogidos bajo el título de: “Nada del otro mundo”.

La carrera literaria de Muñoz Molina, uno de los máximos triunfadores de lo que se llamó en su momento “nueva novela”, fue fulminante, pues ya con la segunda novela obtuvo dos de los grandes premios, el de la Crítica y el Nacional de Literatura, y un arrasador éxito de ventas que se repetiría con la tercera. La consagración le llegó a sus 35 años, con “El jinete polaco”, con la que obtuvo el Premio Planeta, uno de esos premio que une popularidad, éxito de ventas y calidad literaria. “Beatus ille” (1986) constituyó una verdadera sorpresa. Estilo que traía resonancias faulknerianas, como se dijo, lo que en sí no es una novedad pues Faulkner ha influido por doquier, desde García Márquez y Vargas Llosa hasta Benet o Claude Simeón o el propio Juan Carlos Onetti (otro gran modelo para Muñoz Molina), sí venía en este caso acompañado por un intenso deseo de claridad, de comunicabilidad. Las largas frases de Muñoz Molina, de quince a treinta líneas o más de punto a punto, se forman sobre todo mediante yuxtaposiciones encadenadas, sin entrar en otros laberintos, y así resultan de más sencillo acceso y comprensión. Su segunda novela, “El invierno en Lisboa” (1987) se colocó rápidamente en los primeros puestos de las listas de ventas y obtuvo el Premio de la Crítica -aunque acaso la anterior le hubiera hecho más justicia- y el Nacional de Literatura. Su prosa mostraba igual brillantez y fuerza, pero su tema le acercaba más a la cultura popular, al género policiaco, a la música “pop” y al jazz. Lo mismo podría decirse del siguiente, “Beltenebros” (1989), que asimismo fue un éxito de ventas irreprimible, anclado esta vez en la técnica de las novelas de espionaje y conspiraciones políticas, aunque desprovistas de toda suerte de intencionalidad realista. Después fue más de lo mismo con “Ardor guerrero” o “Los misterios de Madrid” hasta que llegó “Plenilunio” una novela eléctrica, llena de tensión, de rabia y ternura, en la que el relato y la reflexión se funden para hablarnos de lo que nos es más cercano: “El arte enseña a mirar: a mirar el arte y a mirar con ojos más atentos el mundo”.

“Nada del otro mundo” es un libro de relatos en el que el autor de “Beltenebros” recoge una docena de historias escritas a la vez que sus novelas, la mayoría por encargo.

Antonio Muñoz Molina ha vivido una larga temporada en Estados Unidos y bebe de cuentistas como Raimon Carver o Richard Ford, todos los escritores minimalistas han trabajado y trabajan intensamente el relato corto. Y antes que ellos, Scott Fitzgerald o el mismo Hemingway, tipos que se ganaban la vida con los relatos que publicaban en periódicos y revistas como hace Antonio Muñoz Molina.

El relato tiene esa cosa que seduce: la intensidad y la concentración. Tiene todos los artificios y dificultades técnicas de la novela, pero todo más comprimido. No cree Muñoz Molina que el relato sea el hermano menor de la novela, aunque él mismo confiese en el prólogo de su libro que las doce narraciones fueron escritas mientras hacía otras cosas, como sin darse, cuenta. “Puede que no se le tenga mucho respeto al género. Pero para mí es tan importante hacer novelas como escribir artículos o relatos, aunque el cuento te lo tomas más relajadamente que la novela. Con la novela estás en tensión. Cuando la empiezas es como si te metieras en una orden religiosa, sabes que vas a estar mucho tiempo y que, cuando lleves un año con ella, lo mismo fracasas. Eso te obliga a enfrentarte a ella con más respeto y rigidez que con un relato. Puedes tomarte una semana o quince días, pero nunca es un viaje demasiado largo. Y hay otro factor: a mí nadie me encarga las novelas, dejo que me surjan. Pero el relato es casi siempre producto de un encargo”.

No cabe duda de que la magia de Muñoz Molina, por encima de la fascinación que provocan sus narraciones largas o breves, estriba en que nos hacer ver las cosas con sus ojos como si fuese un Chejov del siglo XXI.

J. A. Aguado

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