Luis Monreal y Tejada, “Las orillas del arte”,

Lo que debe saber todo aficionado

 

 

Luis Monreal y Tejada, “Las orillas del arte”, Editorial Planeta, Barcelona, 2003, 250 páginas, 24 €.

 

 

Se cuenta en el prólogo que Luis Monreal y Tejada y su hijo Luis Monreal Agustí, allá por los años cincuenta del pasado siglo, visitaban los museos de Barcelona como forma de matar el tiempo. El ocio familiar y no el escolar es el que permitió al joven continuar la trayectoria del padre. El éxito del padre y del hijo nos ha dado libros que nos abren el camino en esto de la didáctica del arte. Saber mucho de arte, tener un fenomenal conocimiento libresco de la historia del arte no es garantía de entender el arte, nos recuerda el prólogo del libro. Muchos autores de libros de arte, profesores universitarios y hasta conservadores de museos son incapaces de enfrentarse a una obra inédita, desconocida, y desentrañar por sí mismos, con capacidad crítica y sagacidad detectivesca, el arcano de su creación. El libro es una colección de pequeños ensayos monográficos que se refieren a disciplinas bastante dispares entre sí. El lector y el aficionado al mundo del arte encontrarán temas tan distintos como el Derecho, la Química, la Heráldica y el Comercio, entre otros. Las materias tratadas en este libro no son arte sino que son como orillas que rodean, delimitan y crean su espacio.

A la falta de pensamiento político, algunos jóvenes opusieron la importancia del estilo; ahora medio siglo después, cuando el pensamiento político entre los jóvenes es tan delgado como una aguja, el arte como forma de imagen personal priva por encima de muchas cosas. A cambio de no poseer compromiso ideológico han exaltado el valor de la actitud. Hasta cierto punto es verdad que los jóvenes están despolitizados colectivamente. Pero más allá de este punto emerge otra verdad: los jóvenes pelean por procurarse una identidad individual y el arte es un camino privilegiado para las neuronas.

El libro es fruto de la experiencia de una larga vida; eso es lo que nos ofrece este volumen, que se conforma como perfecta herramienta para iniciarnos en el apasionante mundo del arte. Además de Estética y de Historia, conviene saber el papel del arte en sí mismo y en el mundo que lo rodea: entender el significado de sus imágenes, conservación, de los temibles engaños y falsificaciones, de sus medios de conservación jurídica y hasta de los factores que inciden en su valoración económica y de sus vías comerciales. El arte es relativamente poco importante en una sociedad ya que hay muchos problemas que la creación no puede concretar sobre los sucesos que esa sociedad genera. La fotografía, por ejemplo, es la representación más fiel que puede tomarse de un individuo o de un hecho pero no cuenta más que eso, imágenes, y no indica sus gustos, sus problemas o sus cualidades personales como ocurre con otras facetas más clásicas del arte.

A la manera cervantina, Luis Monreal y Tejada nos va sazonando sus ensayos con anécdotas personales que hacen de la lectura algo más ameno y verosímil. Las imágenes que el arte pone a disposición del espectador pueden ser engañosas si no se tiene en cuenta que junto a ellas hay una serie de elementos simbólicos que pueden reforzar o amortiguar su significado. El arte da una primera impresión de los hechos; una pintura de personajes ofrece una lectura individual de cada uno de ellos, pero ésa es la parte más superficial del asunto, ya que en la conjunción de todos y en la exposición general del hecho es donde reside el verdadero valor narrativo y, por tanto, el valor documental de la obra. No se trata de contentarse con la primera impresión que se tiene de una obra de arte, sino de indagar y descubrir esos otros significados mucho más documentales.

El primer ensayo “Contemplación de la obra de arte” nos explica cómo mirar, qué ver en una pieza artística. Nos recuerda el autor que no es lo mismo mirar que ver, pues es frecuente mirar y aun más admirar una obra de arte y no verla, no enterarse de sus características y de sus detalles. Rafael no pinta lo que ve en la calle sino que trabaja a partir de alegorías y de sucesos históricos o del pasado en función del pensamiento de su época y la forma de ser de la sociedad de su tiempo. Lo mismo ocurre con Velázquez que, durante la mayor parte de su vida, se dedicó a retratar personajes de la Corte. En la pintura holandesa hay, sin embargo, otras preocupaciones temáticas. Si tomásemos una máquina del tiempo y nos trasladásemos a los siglos XVI o XVII, podríamos comprobar que la realidad de aquel momento estará más próxima en el caso de Holanda que en los de Italia o España, sencillamente porque se acomoda más a los testimonios pintados que han llegado hasta nosotros. Nos lo explicamos por el ejercicio de la libertad creativa, que siempre es mucho mayor donde no existe un régimen autoritario como la monarquía absolutista que determine limitación a los temas o a la información transmitida. El maestro nos aconseja tener una actitud de identificación con la mentalidad del tiempo en que fue producida, a lo que nos ayudará mucho la formación histórica y estética que poseamos.

El segundo capítulo nos habla de la prehistoria y la arqueología, y en los capítulos sucesivos encontramos referencias a la investigación científica, la clasificación y catalogación de las obras artísticas, la restauración, las falsificaciones, la heráldica, el coleccionismo, los museos, el patrimonio y el valor económico de las obras de arte. El libro se cierra con una valoración sobre el mercado del arte y sus movimientos parecidos a los de la Bolsa.

En resumidas cuentas, nos encontramos ante un libro de divulgación sobre todo aquello que deberíamos saber del mundo del arte, sobre cómo obtener los conocimientos básicos. La tarea divulgadora que se propuso en un principio su autor está superada con creces, y estamos seguros de que los neófitos podrán iniciarse en el conocimiento del arte empezando por sus circunstancias externas. Una vez superado el escollo del aprendizaje vendrá por añadidura el problema del gusto, algo que, aunque parezca subjetivo o dictado por cierta crítica, ciertamente está en permanente cambio: lo que actualmente puede resultarnos bonito o interesante, hace cien años no lo habría sido, y quién sabe si dentro de cien años puede serlo. No hay por tanto objetividad en lo que respecta al gusto. Algunos críticos de arte están obsesionados por la defensa de la perdurabilidad de ciertas obras de arte y eso impide que en muchas ocasiones no sean valientes en el planteamiento de sus críticas.

J. A. Aguado

 

 

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