La cultura del esfuerzo nos dice que si alguien quiere conseguir algo, es necesario que trabaje para conseguirlo, y que la motivación para llevar a cabo este trabajo depende fuertemente de cómo de gratificante es el objetivo. En la vida académica, como en el resto de ámbitos, si queremos llegar lejos es necesario esforzarse. No obstante, ¿son todos los esfuerzos necesarios? ¿Tiene el esfuerzo algún valor fuera de obtener el propósito por el que se realizó?
Es cierto que, en un pasado, se crearon métodos o inventos varios que nos han facilitado mucho las cosas. Desde la rueda hasta el coche, y desde el coche hasta robots que sustituyen perfectamente a un trabajador humano y más allá. Sabiendo que estas cosas existen, ¿quién lava la ropa a mano teniendo una lavadora disponible? La respuesta es simple, solo alguien que no sepa usarla o que es fanático de esforzarse de más, o, dada la poca gente que lo haría, podríamos generalizar con un “nadie”. Nadie quiere esforzarse una hora en algo que puede hacer igual de bien o mejor en menos tiempo y con menor cansancio. Pero esto no significa que la humanidad haya perdido la cultura del esfuerzo, sino que es una muestra de inteligencia, ya que el tiempo que perdería realizando una acción que no aporta nada (¿qué clase de conocimientos puede adquirir alguien pasando la aspiradora cada domingo a las nueve?) lo decide emplear en otra. Esto nos permite responder a la primera pregunta planteada en el primer párrafo: no, no todos son necesarios.
Para entender si el esfuerzo tiene valor más allá de permitirnos lograr un objetivo, hemos de ser conscientes de diferentes cuestiones. Primeramente, debemos tener en cuenta la sed de conocimientos del ser humano que, aunque sea opacada con más o menos intensidad por la pereza en algunos, llevará a las personas a hacer esfuerzos. Abrir un libro, hacer una búsqueda por internet, preguntar a un congénere sobre el tema que los inquieta… Incluso habrá quienes lleguen a fabricar dispositivos, diseñar programas, experimentar en un laboratorio, etcétera, por saciar esa sed de conocimiento (que puede derivar en un bien o mal mayor, como puede ser una vacuna contra el VIH o un virus informático muy difícil de eliminar). Además, siempre habrá algo por descubrir o inventar, lo que significa que las personas curiosas van a existir siempre y, con ello, el esfuerzo. En segundo lugar, la eliminación de todo esfuerzo en la vida diaria es muy poco factible, por no decir imposible, ya que, muy difícilmente, alguien pasará su vida sin intentar lograr nada. Por último, la ausencia de cultura del esfuerzo solo nos llevará a humanos incapaces de conseguir nada, pues no estarán acostumbrados a trabajar y se rendirán a la primera de cambio. Para ilustrarlo mejor, pensemos en un aula en el que nunca se les ha exigido nada a los alumnos. Un buen día, se topan delante de un objetivo al que llegar (impuesto desde el exterior o por ellos mismos, ya sea componer una canción o descubrir las utilidades que aporta una monarquía y que justifiquen su coexistencia con la democracia). Éstos, acostumbrados a la poca exigencia, se verán desbordados y muy probablemente abandonen la tarea o, con suerte, unos pocos la terminen entre lágrimas. Esto quiere decir que el esfuerzo tiene valor fuera del objetivo, ya que estar habituado al trabajo, sea del tipo que sea, permitirá al individuo intentar llegar a la meta que ansía, mientras que quien no esté frecuentemente expuesto a ello se verá embriagado con sentimientos negativos, impotencia mayormente, de ver que no es capaz de llegar rápidamente al objetivo, como en una escuela sin cultura del esfuerzo lo habrían habituado. Si nadie puede nadar 200 metros sin haber aprendido a nadar, ¿cómo esperamos ser capaces de llegar a metas (de nuestro gusto o no, como podrían ser redactar unos informes para un jefe, descubrir una vacuna o ser el mejor músico del mundo) si ni siquiera somos capaces de esforzarnos para entregar un trabajo de historia?
En resumen, no todos los esfuerzos son necesarios, ya que sería estúpido perder tiempo en actividades fácilmente omisibles y sustituibles por otras más sustanciosas o placenteras, pero educar en la cultura del esfuerzo sí lo es, ya que cada esfuerzo que hagamos nos hará más capaces de trabajar aún más y lograr objetivos mayores.