A finales del siglo XVIII Lavoisier aisló e identificó un nuevo gas, que obtuvo al hacer reaccionar agua, ligeramente acidificada, con un metal de fuerte poder reductor, tal como el hierro o el magnesio. Esta reacción se conoce hoy con el nombre de “hidrólisis”. Más tarde, el célebre químico francés observó que la combustión (oxidación) de este nuevo gas producía nuevamente agua, hecho que usó para ponerle nombre: hidrógeno. Finalmente, junto a su colega Pierre Laplace, logró determinar, usando un calorímetro de hielo, el calor de combustión del hidrógeno. A partir de la cantidad de hielo fundido, y a pesar de la sencillez del experimento, obtuvieron un valor muy cercano a los 1.2∙108 J por kg de hidrógeno, valor que hoy se acepta para ese parámetro. Este calor de combustión es muy superior al de la mayoría de las sustancias. Estos descubrimientos, que constituyen la base de la química moderna, ofrecían, además, la posibilidad de almacenar la energía en forma química, es decir, usar un cierto tipo de energía (eléctrica, luminosa, mecánica,…) en la obtención de hidrógeno a partir de agua y posteriormente recuperar una fracción más o menos alta de esa energía al quemar este combustible, reacción que vuelve a dar de nuevo agua. Si como fuente de energía primaria para la obtención de hidrógeno se emplea energía solar, esto es lo que hoy conocemos como Sistema Energético Solar-Hidrógeno.
Esquema de los mecanismos de reacción en una partícula de hidruro de magnesio recubierta de hidróxido de magnesio.
Durante las últimas décadas, el uso del hidrógeno como combustible se viene considerando como una alternativa limpia.