Entre las denominadas fuentes de energía renovables, el Sol ocupa un lugar destacado. Se trata de una energía limpia, gratuita e inagotable, al menos durante un largo período de tiempo. Su potencial es enorme. Una sola hora de Sol serviría para abastecer las demandas energéticas de la humanidad durante todo un año. Pero uno de los grandes problemas radica en la captura eficiente de esta radiación.
“Todos los días juegas con la luz del Universo”, sostenía Pablo Neruda en uno de sus poemas y, ciertamente, ya desde niños, jugábamos con la luz del Universo. Orientábamos una lupa adecuadamente hacia el Sol y bajo la misma situábamos un pequeño papel. ¡Sorprendentemente, como si de magia se tratase, el papel comenzaba a arder! Detrás de esa aparente magia están las leyes de la óptica. La lupa actúa a modo de embudo solar, canalizando y magnificando los rayos del Sol hacia una pequeña región y multiplicando su poder.
Desde que en 1954 los Laboratorios Bell fabricaron la primera célula solar fotovoltaica, estos dispositivos han venido desempeñando una doble función: captura de la luz solar y conversión de la misma en electricidad.