Ése era el espiritu, el mensaje de aquella ciudad que tanto amaba. Con eso quedaba todo dicho. Había que soñar para luego plasmar el sueño en la realidad. Antes había que soñar, sin embargo.
Imaginar la libertad. Eso era algo perenne.
El mundo no vale nada sin amor.[…] La vida es en sí misma amor; la muerte es la falta de amor.
El amor ahuyenta el miedo.
Ella estaba acostumbtada a los frecuentes arrebatos de mal humor de su padre, en los que se mostraba taciturno y ceñudo.[…] Boris tenía unas alteraciones de humor distintas. Cuando estaba abatido, se iba solo al lado de la estufa o la ventana, y si ella le preguntaba qué le pasaba, respondía sólo con una débil sonrisa. Cada vez que intentaba describir para sí misma esa clase de comportamiento, se le ocurría sólo una cosa: “Es como si estuviera esperando”